LAS
ARMAS LAS CARGA EL DIABLO
Por una vez, y sin que sirva de precedente, creo
estar en el bando de la parte de Podemos, notoriamente encabezado por Irene
Montero, Echenique e Ione Belarra, que se inclina por no proporcionar armas y
ayuda militar a Ucrania, en contra de la postura del Presidente del Gobierno y
otras significadas figuras como la ministra Yolanda Díaz o los ministros Garzón
o Joan Subirats.
Y digo “creo” porque ni siquiera estoy seguro. En
realidad, no estoy seguro de casi nada, y me asombra y hasta envidio a tantos
de mis paisanos y sin embargo amigos, que parecen estar seguros de todo: si
esto es así o asá, si hay que dar armas a estos o aquellos o si se ha de llevar
mascarilla en estos o en aquellos lugares, pero no en aquestotros. Sin
claroscuros. Todo parece tener una manera correcta de hacer las cosas,
generalmente ajustándose, unos a parámetros neoliberales, otros a marxistas
renovados, carcas, progres o feministas, dependiendo del rebaño. Por ese motivo
me ha llamado la atención el debate y la división en la izquierda acerca del
asunto de las armas a Ucrania, sobre lo que me pronuncio por intuición.
Todos hemos vivido con horror la invasión del país
por ese desequilibrado psicópata del Kremlin con cara de perro. Desde la II
Guerra nunca nadie se había atrevido a poner al mundo en situación tan
peligrosa de guerra total.
Ahora bien, ¿cuál es la única solución del
conflicto?, o, mejor, ¿cuál es la menos mala? En mi opinión, tal y como dice
John Carlin en su columna de hoy en La Vanguardia, la única salida posible
sería aquella en la que Zelenski y Putin pudieran salvar (ambos) la cara.
Cualquier otra sería el caos y la destrucción. Si el ruso gana la partida, malo,
muy malo; y si la pierde, no quiero ni pensar lo que podría hacer un psicópata
humillado con el botón de su arsenal militar. Se mire por donde se mire, el
final de esto parece ser la anexión de Crimea y la independencia de las regiones
fronterizas prorrusas. Ucrania debería quedar dentro de la Unión Europea
(aspiración de los ucranianos) y fuera de la OTAN (aspiración de los rusos).
Solo así podría el ruso presentarse a su pueblo sin riesgo a acabar como
Mussolini, Gadafi, o Ceaucescu. O, lo que es peor, apretando el botón.
Está claro que la nación ucraniana tiene derecho a
su defensa, pero una cosa es aquello que es justo y otra lo conveniente. El
fortalecimiento militar de Ucrania solo puede llevar (según la opinión de los
de Podemos y “creo” que la mía propia), a prolongar un conflicto y añadir un
ingente número de muertos y destrucción a algo que solo puede acabar en un
acuerdo.
Salvando las distancias —que son muchas—, esta
historia me recuerda a los días en que se produjo el nefasto “Alzamiento
Nacional”, en la España del 36.
Producido el levantamiento de una parte importante del
ejército, el Presidente Azaña se vio con un gobierno dividido. Una parte estaba
por armar al pueblo y otra buscaba la negociación con los sublevados. El
Presidente del Gobierno, Casares Quiroga, dimitió por no querer armar a los
partidos y Azaña nombró a Martínez Barrio para que tratara de convencer a los
sublevados. Algo consiguió, hasta que habló con Mola, que, desde Navarra, se
negó a hacer concesión alguna. Fracasado Martínez Barrio, dimitió a los dos
días de haber sido nombrado y Azaña tuvo que nombrar a José Giral, que optó por
“armar al pueblo” para defender la República. No hace falta que les recuerde
quién ganó la guerra, a qué precio y cuál fue la represalia.
Román Rubio
Marzo 2022
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