martes, 11 de abril de 2023

ESPAÑOL, CASTELLANO Y ÑAMERICANO

 

ESPAÑOL, CASTELLANO Y ÑAMERICANO


Quizá uno es desconfiado por ignorante o lo contrario, pero no tengo ni idea de para qué sirven los Congresos Internacionales de la Lengua Española, como el que se acaba de celebrar en Cádiz, ni cuál es su propósito, ni que se obtiene de ellos, aparte de proporcionar a los ponentes un poco de distracción a uno u otro lado del Atlántico a cargo del contribuyente. Y que conste que me acabo de leer el programa del evento gaditano por ver si encontraba algo que no fueran las vaguedades de siempre, del estilo: “El español ante el desafío de los nuevos retos del siglo XXI” y cosas así, como si de las jornadas de un casino de provincias se tratase, con el objeto de que se luzca algún intelectual de relumbrón. Ya digo, es posible que sea por ignorancia mía, por lo que si ustedes tienen constancia de lo contrario, les pido disculpas.

Lo que más ha trascendido del último evento (a tenor, al menos, de los titulares) ha sido la intervención del escritor argentino Martín Caparrós y su extravagante idea de llamar a la lengua española “ñamericano”. Así, como suena. No podría haber inventado la lumbrera porteña un vocablo más inútil, prescindible y feo.

Pero, poner un nombre nuevo al idioma, ¿para qué? Ya estábamos acostumbrados a la estéril polémica del español o castellano y habíamos convenido (junto con la RAE) que ambas denominaciones son admisibles y correctas: “castellano” porque nació donde nació,  de ese modo se le conoce en muchos sitios de España y Latinoamérica y porque así lo propuso la Academia en el primer diccionario de la lengua castellana o diccionario de Autoridades completado entre 1726 y 1739, y “español” porque así se le denomina en muchas partes de España, al igual que en Méjico, EEUU, Centroamérica, Colombia, Perú y Chile, además de ser conocido por todo el territorio Erasmus y demás  confines del universo como Spanish, espagnol, Spanisch o spagnolo.

La boludez del argentino me recuerda a aquella otra intervención extravagante de mi admirado García Márquez en el congreso de Zacatecas (Méjico) en 1997, en el que el colombiano pronunció un discurso abogando por “simplificar la gramática antes que la gramática nos simplifique a nosotros”. No sé con qué grado de franqueza o sorna el Nobel sugería simplificar la escritura hasta el punto de acabar con las inútiles haches (uerta, ueso y erramienta), negociar el espacio de la “g” y la “j” (jitano, jemido y gerrero), asociar la “b” y la “v” en un mismo grafismo (habría que decidirse en el aperitivo por el ververecho o la bieira) y otras simplificaciones por el estilo.

El discurso del escritor, con el sugerente título de “Botella al mar para el dios de las palabras”, fue muy celebrado y aplaudido por el numeroso público por el ingenio y la calidad literaria con la que el de Aracataca lo presentó, pero la realidad es que nadie se lo tomó en serio. Las palabras forman parte de nuestra esencia y habida cuenta de la polvareda levantada por la tilde de “sólo”, ni imaginar puedo a lo que algunos llegarían si les conminaran a llamar “kasa”  al lugar en el que viven.

La lengua inglesa, huérfana como está de tanta academia y congresos internacionales sí que ha sufrido, sin embargo, algunos intentos de reforma de su ortografía: valga como ejemplo la propuesta por el dramaturgo Bernard Shaw (autor de Pigmalion), que proponía la sustitución del alfabeto latino por uno fonético conocido como “shaviano”, propuesta acogida con el mismo entusiasmo que la de García Márquez.

Hubo una reforma de la ortografía del inglés en EEUU, impulsada por el propio Roosevelt, que sí tuvo cierto éxito, de modo que verán algunas palabras escritas de manera diferente, aunque pronunciadas igual a uno y otro lado del Atlántico, como “center-centre”, “through-thru”, “colour-color”, “programme-program” y otras muchas, que el corrector del ordenador dará por buenas según uno elija el modo de inglés británico o americano. Prueben y verán.

Habrá que esperar al próximo Congreso de la Lengua Española para ver cuál es la última boutade, gilipollez, pelotudez, huevada o pendejada que nos ofrece. Y yo espero estar aquí para contarlo.

 

Román Rubio

Abril 2023









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