martes, 11 de julio de 2023

TADZIO

 

TADZIO



¿Quién no tiene en el recuerdo aquel muchacho que  exhibía su hierática belleza por la playa del Lido de Venecia mientras sonaba el Adaggieto de la Quinta de Mahler? Algunos otros evocarán quizá al Tadzio de la novela de Thomas Mann, La muerte en Venecia, en la que el escritor maduro Gustav von Aschenbach se ve capturado hasta perder la cordura la respetabilidad y hasta la vida por el efecto de un adolescente lánguido y apolíneo, de una belleza fría y perfecta de estatua clásica y ojos color de mar, en una Venecia que empezaba a ser tomada por el cólera. ¿Qué hay de real y qué de imaginario en la novella del autor alemán que se convirtiera años después en Premio Nobel de Literatura?

Lo cierto es que el escritor, casado y padre de seis hijos, y que había tenido enamoramientos con otros hombres, coincidió con su Tadzio particular en una estancia en el Grand Hôtel des Bains del Lido veneciano en 1911. Se trataba del joven barón polaco Wladyslav Moes, de unos trece años de edad, que tal y como aparece tanto en la novela como en la bastante fiel película se alojó en dicho hotel en compañía de su familia por recomendación médica en la primavera de aquel año.

La propia esposa del escritor, Katia Mann, explica cuál fue la inspiración de su marido:

En el comedor, el primer día de llegar, vimos a esa familia polaca que aparecían exactamente como los describía mi marido: las niñas vestían de manera rígida y severa, y el encantador y bello muchacho de unos trece años vestía un traje marinero con cuello abierto y bonitos lazos. Captó inmediatamente la atención de mi marido. El chico era tremendamente atractivo y mi marido estaba siempre mirándolo en la playa con sus compañeros. No lo perseguía por Venecia, sin embargo, pero el chico lo tenía fascinado y pensaba en él a menudo…

El joven barón, ajeno a la atención que despertaba en el alemán, se hizo hombre y se casó en 1935 con la también noble Anna Belina-Brzozowska, con la que tuvo dos hijos. En 1939 ejerció como oficial del  ejército polaco, luchó en la batalla de Bzura y fue hecho prisionero y enviado a Oflag (campo de prisioneros para oficiales) en donde pasó casi seis años. Luego llegaron los rusos y el noble terrateniente fue desposeído de sus propiedades y se ganó la vida trabajando, mayormente como intérprete y en la Embajada iraní de Varsovia. Murió y fue enterrado en esa ciudad en 1986.

En 1964, Moes dio un interviú al traductor de Thomas Mann al polaco en el que revelaba que él había sido el inspirador de Tadzio en La muerte en Venecia.

Yo soy el chico. Incluso en Venecia me llamaban Adzio o a veces Wadzio… Pero en la historia se me llama Tadzio… así es como lo debió de entender el maestro... En la historia encuentro todo descrito exactamente, incluso mi ropa, my comportamiento —bueno o malo— y las bromas toscas en los juegos con mi amigo en la arena.

Yo estaba considerado como un chico muy guapo y las mujeres me admiraban y besaban cuando caminaba por el paseo. Algunas me dibujaban (…). El escritor debió quedarse impresionado por mis ropas poco convencionales y las describió sin omitir detalle: un traje de lino a rayas y una corbata roja, así como mi chaqueta favorita azul con botones dorados.

De modo que en la historia ya hemos desenmascarado a dos personajes protagonistas: Gustav Aschenbach, que no es otro que el mismo Thomas Mann, y el joven noble polaco, Wladyslav Moes, involuntario ídolo objeto del deseo estético (que no sexual) del escritor maduro. Ahora falta desenmascarar al tercero: el actor que impersona al joven Apolo en la película. Se trataba de un muchacho sueco, de nombre Björn Andrésen, al que Visconti  encontró en Estocolmo tras haberlo buscado por toda Europa al negarse Luis Miguel Dominguín a que el papel lo hiciera su hijo adolescente que vivía en Madrid y se llamaba Miguel Bosé. Y eso que Visconti era el padrino de la criatura.

El muchacho, el sueco, era algo mayor de lo que el director italiano buscaba, ya que tenía 15 años, y un poco demasiado alto para el gusto del director. Aún así, cuando se lo presentaron en el casting, Luchino fue consciente de que había visto a Tadzio.

Hoy, Björn tiene sesenta y tantos, se ha convertido en un hombre enjuto y triste, de largo pelo y barba blancos y vive en Estocolmo en un pequeño piso, al bode del  desahucio por su situación cercana al Diógenes. La película documental The Most Beautiful Boy in the World, presentada en el festival Sundance de 2021 y disponible en Filmin, da cuenta de su circunstancia actual y de lo que significó ese papel en la vida de un muchacho que nunca conoció a su padre y criado por su abuela tras la temprana muerte de su madre encontrada muerta en el bosque. Si les interesan las vidas tristes no se la pierdan. No es fácil ser el chico más guapo del mundo, como lo calificara Visconti en aquella lejana rueda de prensa de Cannes.

Aunque se tenga talento —y estoy pensando ahora también en el caso del español—, la carga puede ser demasiado pesada para ser llevada sin riesgo de derrumbe.

 

Román Rubio

Julio 2023

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sábado, 8 de julio de 2023

TOM SAWYER

 

TOM SAWYER


No toda fiesta es Los Sanfermines, aunque en estas fechas lo parezca. Venía yo escuchando la radio en el coche cuando, en una de esas conexiones con los centros regionales de RNE, la periodista que intervenía por Extremadura ponía en valor las fiestas de Los Conversos, de Hervás, localidad del norte de Cáceres, en las que según la pregonera se celebra la expulsión de los judíos de la localidad ocurrida en 1492. ¿Cómo dice? ¿Una fiesta para “celebrar” la expulsión de los judíos del pueblo en época de los Reyes Católicos? Y eso, después de haber anunciado no se qué iniciativa de la autoridad autonómica  para neutralizar actitudes racistas de los ciudadanos extremeños.

He contrastado la noticia en Internet y, por supuesto, el Ayuntamiento del pueblo da otra versión, alegando que se trata de una celebración para hacer conocer a naturales y visitantes el legado sefardí de tan celebrada villa cacereña y resaltar la riqueza del legado de los pueblos, etc., etc. Imagino que el becario que redactó la entrada de la locutora habrá recibido su reprimenda y se le habrá demandado propósito de enmienda.

Como la habría recibido Mark Twain (1835-1910) de haber escrito hoy Las aventuras de Tom Sawyer, delicioso libro, que —dado mi estado veraniego de regresión a la adolescencia—, acabo de leer, en una edición de Salvat de 1995, traducido por Ramón Strack, y en el que el escritor incluye frases del estilo:

Tom hizo novillos y se divirtió mucho. Volvió a casa apenas con tiempo para ayudar a Jim, el negrito, a partir leña antes de la cena y, finalmente, contar sus aventuras a Jim, mientras este realizaba tres cuartas partes del trabajo. (Capítulo I).

Más adelante, en ese mismo capítulo, incluye el siguiente diálogo entre Tom y Jim, tratando de convencer al criado (o esclavo, todavía factible en el Misuri de la época) de que pintara la valla:

—Oye, Jim, iré por agua si tú quieres blanquear algo.

Jim sacudió la cabeza y dijo:

—No puedo, amito Tom. Anciana señora (se refiere a la tía Polly), ella me dijo que tenía que ir a buscar esta agua y no pararme a hacer bromas con nadie.

Tom insiste en ir él mismo a por agua y convence a Jim ofreciéndole una canica como soborno.

—Una canica blanca, Jim. Y es una canica estupenda.

—¡Cielos! Es una canica de un brillo maravilloso, ciertamente. Pero, amito Tom, ¡tengo mucho miedo de la anciana señora!

En otra ocasión, Tom y Huck comienzan una interesante conversación sobre si el mejor método para curar verrugas era un sortilegio con un gato muerto, como defendía Huck,  o el agua de yesca, como  alegaba Tom:

—¡Agua de yesca! No daría un comino por el agua de yesca.

—¿Tú? ¿La has probado?

—No. Pero Bob Tanner, sí.

—¿Quién te lo dijo?

—Bueno, él se lo dijo a Jeff Thatcher, Jeff se lo contó a Johnny Baker, Johnny se lo contó a Jim Hollins, Jim se lo dijo a Ben Rogers, Ben se lo contó a un negro y el negro me lo pasó a mí. Esto es.

—Bueno, ¿y qué? Todos mienten. Por lo menos, todos menos el negro, que no lo conozco. Pero yo nunca he visto a un negro que no mienta, ¡caramba!  (Capítulo VI).

Como es bien conocido, Las aventuras de Tom Sawyer es un libro de aventuras y como tal incluye excursiones nocturnas a cementerios, islas del Misisipi y cuevas. En el cementerio del pueblo, una noche, Tom y Huck, ocultos, escuchan unas voces. Una era la del viejo borracho Muff Potter, y la otra era la de…

—Oye, Huck, conozco otra de sus voces: es la del Indio Joe.

—¡Esto es! ¡Ese mestizo criminal! Preferiría que fuera la horrible visión de los diablos. ¿Qué estarán buscando?

Así es como introduce la novela al villano de la historia, que no es sino un indio, o al menos mestizo, aunque se empeña en momentos del relato en presentarlo como el viejo sordomudo español (the old deaf and dumb Spaniard).

En otro episodio, el muchacho, enamorado de Becky Thatcher, la hija del juez recién llegado al pueblo, empezó a actuar de manera extravagante para hacerse notar:

Enseguida Tom se halló fuera comportándose como un indio: gritos salvajes, risas, cazas de chicos, saltando por encima de la valla arriesgando su vida y sus miembros, dando volteretas, apoyándose sobre la cabeza…

En fin, haciendo lo que se dice “el indio”.

Y, por si faltaba poco, cuando los chicos se hacen piratas, como es natural, toman nombres y Tom adopta el de “Tenebroso Vengador de la América Española” (The Black Avenger of the Spanish Main). Habría que preguntar a Twain el mensaje de tan llamativo apelativo, pues no llego a adivinar de qué o quién habría que cobrar venganza: si de los españoles, del continente o de sus habitantes nativos.

En fin, que el autor no pasaría hoy la prueba del algodón, con esa postura de superioridad —o al menos distancia— étnica.

Y como curiosidad, señalar que el verdadero nombre del escritor era Samuel Langhorn Clemens, que desempeñó un tiempo las labores de capitán de barco en el Misisipi y que adoptó el pseudónimo de Mark Twain, que era la voz con la que un marinero provisto de una sonda avisaba al capitán de que llegaban a una marca de dos brazas de profundidad, el mínimo seguro para la navegación.

Román Rubio

Julio, 2023

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