TOM
SAWYER
No toda fiesta es Los Sanfermines, aunque en estas
fechas lo parezca. Venía yo escuchando la radio en el coche cuando, en una de
esas conexiones con los centros regionales de RNE, la periodista que intervenía
por Extremadura ponía en valor las fiestas de Los Conversos, de Hervás, localidad del norte de Cáceres, en las
que según la pregonera se celebra la expulsión de los judíos de la localidad
ocurrida en 1492. ¿Cómo dice? ¿Una fiesta para “celebrar” la expulsión de los
judíos del pueblo en época de los Reyes Católicos? Y eso, después de haber
anunciado no se qué iniciativa de la autoridad autonómica para neutralizar actitudes racistas de los
ciudadanos extremeños.
He contrastado la noticia en Internet y, por
supuesto, el Ayuntamiento del pueblo da otra versión, alegando que se trata de
una celebración para hacer conocer a naturales y visitantes el legado sefardí de
tan celebrada villa cacereña y resaltar la riqueza del legado de los pueblos,
etc., etc. Imagino que el becario que redactó la entrada de la locutora habrá
recibido su reprimenda y se le habrá demandado propósito de enmienda.
Como la habría recibido Mark Twain (1835-1910) de
haber escrito hoy Las aventuras de Tom
Sawyer, delicioso libro, que —dado mi estado veraniego de regresión a la
adolescencia—, acabo de leer, en una edición de Salvat de 1995, traducido por
Ramón Strack, y en el que el escritor incluye frases del estilo:
Tom
hizo novillos y se divirtió mucho. Volvió a casa apenas con tiempo para ayudar
a Jim, el negrito, a partir leña antes de la cena y, finalmente, contar sus
aventuras a Jim, mientras este realizaba tres cuartas partes del trabajo.
(Capítulo I).
Más adelante, en ese mismo capítulo, incluye el
siguiente diálogo entre Tom y Jim, tratando de convencer al criado (o esclavo, todavía
factible en el Misuri de la época) de que pintara la valla:
—Oye,
Jim, iré por agua si tú quieres blanquear algo.
Jim
sacudió la cabeza y dijo:
—No
puedo, amito Tom. Anciana señora (se refiere a la tía
Polly), ella me dijo que tenía que ir a
buscar esta agua y no pararme a hacer bromas con nadie.
Tom insiste en ir él mismo a por agua y convence a
Jim ofreciéndole una canica como soborno.
—Una
canica blanca, Jim. Y es una canica estupenda.
—¡Cielos!
Es una canica de un brillo maravilloso, ciertamente. Pero, amito Tom, ¡tengo
mucho miedo de la anciana señora!
En otra ocasión, Tom y Huck comienzan una
interesante conversación sobre si el mejor método para curar verrugas era un
sortilegio con un gato muerto, como defendía Huck, o el agua de yesca, como alegaba Tom:
—¡Agua
de yesca! No daría un comino por el agua de yesca.
—¿Tú?
¿La has probado?
—No.
Pero Bob Tanner, sí.
—¿Quién
te lo dijo?
—Bueno,
él se lo dijo a Jeff Thatcher, Jeff se lo contó a Johnny Baker, Johnny se lo
contó a Jim Hollins, Jim se lo dijo a Ben Rogers, Ben se lo contó a un negro y
el negro me lo pasó a mí. Esto es.
—Bueno,
¿y qué? Todos mienten. Por lo menos, todos menos el negro, que no lo conozco.
Pero yo nunca he visto a un negro que no mienta, ¡caramba! (Capítulo VI).
Como es bien conocido, Las aventuras de Tom Sawyer es un libro de aventuras y como tal
incluye excursiones nocturnas a cementerios, islas del Misisipi y cuevas. En el
cementerio del pueblo, una noche, Tom y Huck, ocultos, escuchan unas voces. Una
era la del viejo borracho Muff Potter, y la otra era la de…
—Oye,
Huck, conozco otra de sus voces: es la del Indio Joe.
—¡Esto
es! ¡Ese mestizo criminal! Preferiría que fuera la horrible visión de los
diablos. ¿Qué estarán buscando?
Así es como introduce la novela al villano de la
historia, que no es sino un indio, o al menos mestizo, aunque se empeña en
momentos del relato en presentarlo como el viejo sordomudo español (the old deaf and dumb Spaniard).
En otro episodio, el muchacho, enamorado de Becky
Thatcher, la hija del juez recién llegado al pueblo, empezó a actuar de manera
extravagante para hacerse notar:
Enseguida
Tom se halló fuera comportándose como un indio: gritos salvajes, risas, cazas
de chicos, saltando por encima de la valla arriesgando su vida y sus miembros,
dando volteretas, apoyándose sobre la cabeza…
En fin, haciendo lo que se dice “el indio”.
Y, por si faltaba poco, cuando los chicos se hacen
piratas, como es natural, toman nombres y Tom adopta el de “Tenebroso Vengador
de la América Española” (The Black
Avenger of the Spanish Main). Habría que preguntar a Twain el mensaje de tan llamativo apelativo, pues no llego a adivinar de qué o quién habría
que cobrar venganza: si de los españoles, del continente o de sus habitantes
nativos.
En fin, que el autor no pasaría hoy la prueba del
algodón, con esa postura de superioridad —o al menos distancia— étnica.
Y como curiosidad, señalar que el verdadero nombre
del escritor era Samuel Langhorn Clemens, que desempeñó un tiempo las labores
de capitán de barco en el Misisipi y que adoptó el pseudónimo de Mark Twain,
que era la voz con la que un marinero provisto de una sonda avisaba al capitán
de que llegaban a una marca de dos brazas de profundidad, el mínimo seguro para
la navegación.
Román Rubio
Julio, 2023
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