sábado, 8 de julio de 2023

TOM SAWYER

 

TOM SAWYER


No toda fiesta es Los Sanfermines, aunque en estas fechas lo parezca. Venía yo escuchando la radio en el coche cuando, en una de esas conexiones con los centros regionales de RNE, la periodista que intervenía por Extremadura ponía en valor las fiestas de Los Conversos, de Hervás, localidad del norte de Cáceres, en las que según la pregonera se celebra la expulsión de los judíos de la localidad ocurrida en 1492. ¿Cómo dice? ¿Una fiesta para “celebrar” la expulsión de los judíos del pueblo en época de los Reyes Católicos? Y eso, después de haber anunciado no se qué iniciativa de la autoridad autonómica  para neutralizar actitudes racistas de los ciudadanos extremeños.

He contrastado la noticia en Internet y, por supuesto, el Ayuntamiento del pueblo da otra versión, alegando que se trata de una celebración para hacer conocer a naturales y visitantes el legado sefardí de tan celebrada villa cacereña y resaltar la riqueza del legado de los pueblos, etc., etc. Imagino que el becario que redactó la entrada de la locutora habrá recibido su reprimenda y se le habrá demandado propósito de enmienda.

Como la habría recibido Mark Twain (1835-1910) de haber escrito hoy Las aventuras de Tom Sawyer, delicioso libro, que —dado mi estado veraniego de regresión a la adolescencia—, acabo de leer, en una edición de Salvat de 1995, traducido por Ramón Strack, y en el que el escritor incluye frases del estilo:

Tom hizo novillos y se divirtió mucho. Volvió a casa apenas con tiempo para ayudar a Jim, el negrito, a partir leña antes de la cena y, finalmente, contar sus aventuras a Jim, mientras este realizaba tres cuartas partes del trabajo. (Capítulo I).

Más adelante, en ese mismo capítulo, incluye el siguiente diálogo entre Tom y Jim, tratando de convencer al criado (o esclavo, todavía factible en el Misuri de la época) de que pintara la valla:

—Oye, Jim, iré por agua si tú quieres blanquear algo.

Jim sacudió la cabeza y dijo:

—No puedo, amito Tom. Anciana señora (se refiere a la tía Polly), ella me dijo que tenía que ir a buscar esta agua y no pararme a hacer bromas con nadie.

Tom insiste en ir él mismo a por agua y convence a Jim ofreciéndole una canica como soborno.

—Una canica blanca, Jim. Y es una canica estupenda.

—¡Cielos! Es una canica de un brillo maravilloso, ciertamente. Pero, amito Tom, ¡tengo mucho miedo de la anciana señora!

En otra ocasión, Tom y Huck comienzan una interesante conversación sobre si el mejor método para curar verrugas era un sortilegio con un gato muerto, como defendía Huck,  o el agua de yesca, como  alegaba Tom:

—¡Agua de yesca! No daría un comino por el agua de yesca.

—¿Tú? ¿La has probado?

—No. Pero Bob Tanner, sí.

—¿Quién te lo dijo?

—Bueno, él se lo dijo a Jeff Thatcher, Jeff se lo contó a Johnny Baker, Johnny se lo contó a Jim Hollins, Jim se lo dijo a Ben Rogers, Ben se lo contó a un negro y el negro me lo pasó a mí. Esto es.

—Bueno, ¿y qué? Todos mienten. Por lo menos, todos menos el negro, que no lo conozco. Pero yo nunca he visto a un negro que no mienta, ¡caramba!  (Capítulo VI).

Como es bien conocido, Las aventuras de Tom Sawyer es un libro de aventuras y como tal incluye excursiones nocturnas a cementerios, islas del Misisipi y cuevas. En el cementerio del pueblo, una noche, Tom y Huck, ocultos, escuchan unas voces. Una era la del viejo borracho Muff Potter, y la otra era la de…

—Oye, Huck, conozco otra de sus voces: es la del Indio Joe.

—¡Esto es! ¡Ese mestizo criminal! Preferiría que fuera la horrible visión de los diablos. ¿Qué estarán buscando?

Así es como introduce la novela al villano de la historia, que no es sino un indio, o al menos mestizo, aunque se empeña en momentos del relato en presentarlo como el viejo sordomudo español (the old deaf and dumb Spaniard).

En otro episodio, el muchacho, enamorado de Becky Thatcher, la hija del juez recién llegado al pueblo, empezó a actuar de manera extravagante para hacerse notar:

Enseguida Tom se halló fuera comportándose como un indio: gritos salvajes, risas, cazas de chicos, saltando por encima de la valla arriesgando su vida y sus miembros, dando volteretas, apoyándose sobre la cabeza…

En fin, haciendo lo que se dice “el indio”.

Y, por si faltaba poco, cuando los chicos se hacen piratas, como es natural, toman nombres y Tom adopta el de “Tenebroso Vengador de la América Española” (The Black Avenger of the Spanish Main). Habría que preguntar a Twain el mensaje de tan llamativo apelativo, pues no llego a adivinar de qué o quién habría que cobrar venganza: si de los españoles, del continente o de sus habitantes nativos.

En fin, que el autor no pasaría hoy la prueba del algodón, con esa postura de superioridad —o al menos distancia— étnica.

Y como curiosidad, señalar que el verdadero nombre del escritor era Samuel Langhorn Clemens, que desempeñó un tiempo las labores de capitán de barco en el Misisipi y que adoptó el pseudónimo de Mark Twain, que era la voz con la que un marinero provisto de una sonda avisaba al capitán de que llegaban a una marca de dos brazas de profundidad, el mínimo seguro para la navegación.

Román Rubio

Julio, 2023

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