jueves, 26 de octubre de 2023

LA SEÑORA CENSURA Y SUS PRIMAS

 

LA SEÑORA CENSURA Y SUS PRIMAS



Todos sabemos lo que significa el término cancelación. Un contrato se cancela cuando deja de tener efecto —normalmente por incumplimiento de alguna de las partes— y un vuelo se cancela cuando se anula su salida por alguna razón, a menudo por huelga de los controladores franceses. Hoy además es un neologismo venido, como todos, del inglés, que expresa el hecho de hacer boicot a alguna persona, por lo común alguien famoso (me resisto a usar el término “celebridad”),  con el propósito de arruinar su carrera profesional, su integridad moral y reputación social, por el hecho —real o infundado— de haber expresado este personaje (generalmente masculino, pero no siempre —vean sino el caso de J.K. Rowling—) ciertas opiniones o haber realizado conductas que se consideran inapropiadas y censurables por cierta moral extendida, conocida por sus detractores como culturawoke”.

Una prima de la cancelación es la censura. A esta la conocemos bien quienes tenemos algunos años: se trata de ejercer la mutilación o prohibición de obras literarias, cinematográficas, periodísticas o de de otra índole por criterios morales o ideológicos ejercidos normalmente por regímenes autoritarios y moralistas cuando no directamente dictatoriales. Aquí la sufrimos con el generalito gallego y hoy en día la “disfrutan” en todos los países regidos por la ley islámica y otros de diversa índole.

Esta prima tiene una media hermana mansita pero perversa, que es la autocensura. Se trata de la que se impone el propio escritor, músico o artista plástico para evitar transgredir los límites impuestos por la estricta moral dominante y eludir así los efectos de la cancelación, acabando diciendo lo que los demás quieren oír o leer en vez de lo que uno quiere decir o escribir, lo que parece repercutir positivamente en la difusión del artista pero acaba ocasionando su propia caída en la inanidad.

La tercera prima, con gran parecido físico con las anteriores se llama libre contratación, que quiere decir que una persona física  o jurídica puede contratar  a quien crea oportuno, contando, como es natural, con la conformidad del contratado. Es decir: yo puedo elegir al carpintero que quiero que me haga un trabajo y no a otro, y el Ayuntamiento de Valdeporrillos es libre de contratar a la Orquesta Maravillas y no a la Casablanca para las fiestas del pueblo atendiendo al presupuesto municipal y/o las preferencias personales del concejal, siempre y cuando la cantante de la Maravillas, de voz atiplada y desagradable, no sea su propia sobrina ni la hija del alcalde.

Y esto es lo que provoca gran confusión no solo en la gente de la calle sino en los medios, que tratan de censura a los ayuntamientos de derechas en los que suele intervenir Vox cuando contraprograman o cancelan eventos y actuaciones de claro sesgo progresista. Llámenle como quieran, pero censura es otra cosa. Estos ejercen (para bien o para mal) el derecho a la libre contratación. No cortan, prohíben ni mutilan la obra incómoda: simplemente, dejan de programarla.

En un pasado ya remoto, en la primera oleada derechista de nuestra democracia, con la llegada de Aznar al gobierno y de Zaplana y Rita Barberá a cierto país se produjo la “cancelación” de gentes como Ramoncín, Wyoming, Víctor Manuel o Ana Belén de todo evento organizado por cualquier estamento oficial para dar entrada a artistas como Bertín Osborne, Julio Iglesias, o Norma Duval, ¿o es que no recuerdan los tiempos en que esa señora ocupaba los escenarios de cualquier cabeza de partido de España en las fiestas patronales? Desaparecieron de los escenarios los grupos de músicos del Nilo y bandas de percusión bereber para dar cabida a tipos como Don Pío o Arévalo y acabar la fiesta con Francisco cantando el Himno Regional.

Han cambiado los aires y se avecinan tiempos no sé si malos, pero sí turbulentos para la lírica y Norma Duval acaba de sacar los vestidos de lentejuelas de la tintorería. Aviso.

 Román Rubio

Octubre 2023

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jueves, 19 de octubre de 2023

COWORKING

 

COWORKING


En los bajos de la casa donde vivo están terminando unas obras que han durado una eternidad y han transformado lo que era un gimnasio en algo difícil de determinar. No se trataba de una tienda ni un supermercado ni obedecía la estructura a lo que podía ser un estudio profesional. Las pesquisas de los vecinos han sido innumerables, y al final de la jugada se ha desvelado el misterio: están haciendo un coworking. En conversación con un vecino, medianamente indignado, salió el tema de la denominación del espacio. ¿Coworking?, se expresaba airoso el profesor de matemáticas jubilado; ¿es que no hay una palabra en español y hay que recurrir siempre al inglés?

Si Macondo era un lugar tan al albor de los tiempos que para designar las cosas había que señalarlas con el dedo, en nuestro tiempo parece que para el propósito haya que recurrir sí o sí al inglés, decía el instruido y medianamente indignado viejo profesor. ¿Y cómo llamarías tú a ese espacio?, dije yo, poniéndole en un pequeño aprieto, ya que —tal y como ocurre en política— es más fácil criticar y quejarse que proponer soluciones. Al final, tras un pequeño debate, llegamos a la conclusión consensuada de que la más precisa denominación en castellano sería “espacio de trabajo compartido”. Los dos convinimos, pues, que en este caso la precisión del inglés mejora el acto comunicativo en la medida de que es capaz de decir con una sola palabra lo que el español necesita cuatro: un ahorro de tiempo precioso para malgastar haciendo meditación, ver series o ir al psiquiatra, actividades favorecidas por un gran número de jubilados y otros civiles y militares. También acordamos que hay otras expresiones innecesarias y pedantes, como es el caso de “fake news” para decir, simple y llanamente “bulo”.

Tras el encuentro anduve yo meditando acerca de la ingente cantidad de vocablos ingleses que se van introduciendo en nuestra lengua al tiempo que pensaba en posibles alternativas castellanas.

Gentrificación: Una de las apariciones estrella llegada para quedarse. Viene del inglés gentry, que es esa clase social conocida como establishment, que compra los cottages y las granjas de la campiña inglesa y las reconvierten en casas de fin de semana para desaliento de los locales — entre otras vilezas—.

Bizarro/a: Hasta hace poco significaba valiente, esforzado. Últimamente se ha colado la acepción de raro o extravagante que tiene en inglés y en francés. Raramente dicen algunos hoy raro; prefieren decir bizarro. Bienvenida sea la palabra.

Real Estate: Absolutamente prescindible: Se puede decir en español propiedad inmobiliaria, bienes raíces, inmueble o finca, dependiendo del contexto.

Hub: (léase jab, no jub ni jiub): Otro invitado profuso. Puede ser eficaz en algunos contextos, como en el de un gran aeropuerto en el que se cambia los aviones, ya que en español deberíamos usar algo tan feo como “intercambiador” (prefiero hub de todas todas). En otros contextos está la alternativa “centro logístico” o “centro de operaciones” y para la mayoría de los casos tenemos la estupenda palabra “nodo”, que nada tiene que ver con aquel NoDo de mayúsculas y grises memorias en donde siempre ganaba el Real Madrid.

Cluster: (españolizado como clúster): Me parece una buena adquisición, al menos en su sentido más usado. La alternativa más exacta sería “conglomerado de empresas de ámbito o actividades comunes y generalmente ubicadas en la misma zona”. Olvídense: se quedarían sin aliento mientras otro dice lo mismo con dos sílabas.

Espóiler: Adaptación muy acertada del inglés spoiler, que se refiere a la revelación del desenlace de obras de ficción para lo que en el español no veo alternativa que no sea la fea “destripe”. Lo que muchos usuarios ignoran es que spoil en inglés tiene un campo semántico muy amplio que no se refiere solo al citado. Un spoiler es también el alerón de un coche y spoil puede significar también echar a perder la comida o mimar a un niño (spoiled child, niño mimado), etc.

Data, Big Data: Poco que comentar. Data significa datos, pues es el plural latino (e inglés) de datum. Perfectamente sustituible por “archivo de datos”.

Start Up: Otro invitado conspicuo. Significa empresa incipiente. Así de fácil.

Hacker: No veo una buena alternativa. Podría ser “pirata informático”, pero dado que el término pirata tiene connotaciones negativas y parece ser que hay hackers buenos, prefiero seguir usando la palabra inglesa.

Lease: Arrendamiento, alquiler. Aunque en nuestro país se emplea como alquiler con opción de compra.

He puesto solo las palabras que se me iban ocurriendo de camino a mi casa. Me asomé al coworking y la verdad es que tiene muy buena pinta. Espero y deseo que les vaya muy bien. Me molesta que tras grandes inversiones en trabajo y dinero los negocios vayan mal, aunque debo confesar que no hace mucho que aprendí una nueva expresión que viene usándose en la prensa anglosajona y que quizá se transmita a nuestra habla, al menos en las publicaciones petulantes: “Urban doom loop”, que se podría traducir como “espiral fatalista urbana”, que se viene dando en San Francisco y otras ciudades. El espacio de oficinas se va vaciando a efectos del trabajo en remoto, los ayuntamientos recaudan menos, dan menos servicios y las ciudades se empobrecen y deterioran. Que no ocurra esto. Casi prefiero la gentrificación.

 

Román Rubio

Octubre 2023


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jueves, 5 de octubre de 2023

QUÉ SERÁ, SERÁ.

 

QUÉ SERÁ, SERÁ


La primera vez que entré a un campo de fútbol en Inglaterra, allá por los lejanos ochenta, me sorprendió escuchar a la grada cantar a pleno pulmón la canción “Qué será, será”. Era en el campo del Sheffield Wednesday, entonces en segunda división, pero que por la grandeza de la competición de Copa —a la que han herido en este país tipos impresentables como Rubiales (y Piqué, ya que nos ponemos)—. Aquel año el Wednesday logró llegar a las semifinales de la competición eliminatoria y se midió con los grandes: Manchester United y Totenham entre otros, con lo que el estadio de Hillsborough (posteriormente célebre con la tragedia en la que murieron 97 seguidores del Liverpool) era una fiesta. Recuerdo estar de pie en la grada general sin tocar suelo cada vez que el equipo local sacaba un córner, empujado por la avalancha humana que quería ver la raya del campo.

Aprendí después que la famosa canción no se canta solo en el histórico Hillsborough, sino en muchos campos ingleses animando a sus equipos a pasar a la siguiente ronda: Que será, será, whatever will be, will be, we’re going to Wembley, que será, será, entonan las gargantas futboleras.

La canción en cuestión, de título Que Sera, Sera (Whatever Will Be, Will Be) fue compuesta por Jay Livngston y Ray Evans para la película de Hitchcock El hombre que sabía demasiado en 1956 y la popularizó Doris Day.

Creía yo que el origen de la frase era español y en castellano hasta que no hace mucho encontré que Dickens, en su novela Tiempos difíciles (Hard Times for These Times) la pone en boca de uno de sus personajes, pero en su grafía italiana Che sarà, sarà, especificando que ese era el lema de una familia aristocrática inglesa. En las estupendas notas a pie de página añadidas por el editor de su publicación española de Altaya, el catedrático Fernando Galván aclara que el lema fue adoptado por el primer Conde de Bedford en 1525, tras la batalla de Pavía, en la que tomó parte y la hizo gravar en su tumba en 1555. Ya ven; el mundo no fue inventado por Hitchcock y Doris Day, como podría pensarse. Como curiosidad añade el editor que uno de los descendientes directos del Conde de Bedford fue Lord John Russell, Primer Ministro del Reino Unido en dos ocasiones a mediados del siglo XIX y abuelo del filósofo y matemático Bertrand Russell.

Lo cierto es que la frase, tanto en español como en italiano, es una mala traducción del inglés, país en el que le dan un sentido de “lo que tenga que ser será”, sin carga interrogativa alguna; y así lo expresa Doris Day cuando le pregunta a su madre si de mayor será bella y rica y esta le contesta Que será será, o lo que es lo mismo: lo que sea sonará, será lo que Dios quiera y ya saldrá el sol por Antequera.

El mundo está lleno de malas traducciones; unas mejoran los mensajes originales y otras, por el contrario, los echan a perder y hasta los envenenan. Cuando se trata de Doris Day el mensaje suele salir mejorado. Habría que contratar a la novia de América  para poner la voz en ciertos pinganillos. Así, quizá mejore los mensajes, que intuyo engorrosos. Y recuerden: lo que sea sonará.

Román Rubio

Octubre 2023 

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