LA SEÑORA CENSURA Y SUS PRIMAS
Todos
sabemos lo que significa el término cancelación.
Un contrato se cancela cuando deja de tener efecto —normalmente por
incumplimiento de alguna de las partes— y un vuelo se cancela cuando se anula
su salida por alguna razón, a menudo por huelga de los controladores franceses.
Hoy además es un neologismo venido, como todos, del inglés, que expresa el
hecho de hacer boicot a alguna persona, por lo común alguien famoso (me resisto
a usar el término “celebridad”), con el
propósito de arruinar su carrera profesional, su integridad moral y reputación
social, por el hecho —real o infundado— de haber expresado este personaje
(generalmente masculino, pero no siempre —vean sino el caso de J.K. Rowling—)
ciertas opiniones o haber realizado conductas que se consideran inapropiadas y
censurables por cierta moral extendida, conocida por sus detractores como cultura “woke”.
Una
prima de la cancelación es la censura.
A esta la conocemos bien quienes tenemos algunos años: se trata de ejercer la
mutilación o prohibición de obras literarias, cinematográficas, periodísticas o
de de otra índole por criterios morales o ideológicos ejercidos normalmente por
regímenes autoritarios y moralistas cuando no directamente dictatoriales. Aquí
la sufrimos con el generalito gallego y hoy en día la “disfrutan” en todos los
países regidos por la ley islámica y otros de diversa índole.
Esta
prima tiene una media hermana mansita pero perversa, que es la autocensura. Se trata de la que se
impone el propio escritor, músico o artista plástico para evitar transgredir
los límites impuestos por la estricta moral dominante y eludir así los efectos
de la cancelación, acabando diciendo lo que los demás quieren oír o leer en vez
de lo que uno quiere decir o escribir, lo que parece repercutir positivamente
en la difusión del artista pero acaba ocasionando su propia caída en la
inanidad.
La
tercera prima, con gran parecido físico con las anteriores se llama libre contratación, que quiere decir
que una persona física o jurídica puede
contratar a quien crea oportuno,
contando, como es natural, con la conformidad del contratado. Es decir: yo
puedo elegir al carpintero que quiero que me haga un trabajo y no a otro, y el
Ayuntamiento de Valdeporrillos es libre de contratar a la Orquesta Maravillas y
no a la Casablanca para las fiestas del pueblo atendiendo al presupuesto
municipal y/o las preferencias personales del concejal, siempre y cuando la
cantante de la Maravillas, de voz atiplada y desagradable, no sea su propia
sobrina ni la hija del alcalde.
Y esto
es lo que provoca gran confusión no solo en la gente de la calle sino en los
medios, que tratan de censura a los ayuntamientos de derechas en los que suele intervenir
Vox cuando contraprograman o cancelan eventos y actuaciones de claro sesgo
progresista. Llámenle como quieran, pero censura es otra cosa. Estos ejercen (para
bien o para mal) el derecho a la libre contratación. No cortan, prohíben ni
mutilan la obra incómoda: simplemente, dejan de programarla.
En un
pasado ya remoto, en la primera oleada derechista de nuestra democracia, con la
llegada de Aznar al gobierno y de Zaplana y Rita Barberá a cierto país se
produjo la “cancelación” de gentes como Ramoncín, Wyoming, Víctor Manuel o Ana
Belén de todo evento organizado por cualquier estamento oficial para dar entrada
a artistas como Bertín Osborne, Julio Iglesias, o Norma Duval, ¿o es que no
recuerdan los tiempos en que esa señora ocupaba los escenarios de cualquier
cabeza de partido de España en las fiestas patronales? Desaparecieron de los
escenarios los grupos de músicos del Nilo y bandas de percusión bereber para
dar cabida a tipos como Don Pío o Arévalo y acabar la fiesta con Francisco
cantando el Himno Regional.
Han
cambiado los aires y se avecinan tiempos no sé si malos, pero sí turbulentos
para la lírica y Norma Duval acaba de sacar los vestidos de lentejuelas de la
tintorería. Aviso.
Román Rubio
Octubre
2023
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