SOMOS
LOS MEJORES
Desconozco las fuentes y la autoría y rigor del
estudio, pero me chocó —por lo inesperado de los resultados— este mapa que me
llegó vía Facebook. España es el país europeo que menor número de ciudadanos
siente que su cultura sea superior a las otras. Sólo el 20% de la población
tiene esa convicción, por un 47% de los portugueses o los italianos y un 36% de
los franceses, por citar solo a nuestros vecinos.
Y les diré algo: al contrario de lo que puedan
pensar o sentir muchos de mis compatriotas, me llenó de orgullo. O mejor dicho,
de satisfacción, pues no contemplo lo de sentirse orgulloso por aquello
que no consigue uno por sí mismo, y aún así, con reservas. Creo que no hay país
o pueblo más sabio que el que no se cree superior a ningún otro. Recuerdo el
capítulo de cierto libro de Sergio del Molino con el título de Banderas desteñidas. Se refiere a aquel
sarpullido banderil que surgió en España tras las turbulencias del procés y que duró hasta que las
banderas comenzaron a perder el color, lo que da muestra del escaso patriotismo
y alto sentido de cordura del pueblo español. Es como si los ciudadanos se
hubieran dicho: “Bueno, dejémonos de sandeces patrióticas y vamos a lo nuestro”.
Un poco por encima de los españoles están los belgas
(con Tintín como mayor aportación a la cultura mundial) y los estonios (23%),
cuyos logros desconozco, los suecos (26%); y arriba del todo, los más
orgullosos de su legado son los griegos (89%), países del Este: Rumanía,
Bulgaria, Serbia, Bosnia y de manera significativa, Rusia, en donde un 69% de
la población piensa que su cultura es superior a las demás.
Vale que los griegos sentaran las bases de la
democracia e inventaran los Juegos Olímpicos, además de aportar notables
fundamentos filosóficos y científicos (que no es poco), pero esto ocurrió hace
muchos años, las polis eran pequeñas
y manejables por asamblea y los avances científicos fueron compartidos por
asirios, egipcios y otros. Desde entonces, los griegos no parecen haber
inventado gran cosa excepto el sirtaki, la musaka y la habilidad para
arruinarse.
Los rusos, por su parte, han hecho contribuciones
notables al acervo cultural universal como Tolstoi, Chaikovski y otros muchos,
pero no deja de ser una aportación similar a la que podrían arrogarse otros
países como Francia, Alemania o Austria. Bien es verdad que la gran aportación
moderna de Rusia al mundo ha sido la creación de la URSS, ese paraíso
socialista del que parece que han puesto tanto empeño en alejarse como lo
tuvieron en crearlo.
¿Por qué, en cambio, los españoles tienden a tener
tan humilde opinión de sí mismos, como pueblo o nación? Nadie es perfecto, los
países tampoco, y menos aún España, pero aún así, ¿no ha sido en un momento de
la historia el país más poderoso del mundo? ¿No extendió su lengua y su cultura
a todo un continente? Además de exportar la religión y la viruela, para
perjuicio de los nativos, ¿no trajo al mundo occidental la patata, el maíz y el
tomate con el que se alimentó Europa y el tabaco con el que se envenenó y llevó
allí el trigo, la cebada, la vaca y el caballo para que los argentinos hicieran
su cerveza y persiguieran alegremente con el lazo a los novillos por La Pampa
mientras entonan una milonga? ¿Son acaso estos logros desdeñables e inferiores
a los que pueden acreditar los búlgaros, por ejemplo?
Si hay un pueblo que podría presumir hoy de tener
una cultura más influyente que el resto, ese sería el pueblo judío. El número
aproximado de judíos es de trece millones esparcidos por el mundo y han
generado la cuarta parte de premios Nobel. Comparen con los siete u ocho que
han conseguido los españoles, e imagínense lo que habría sido del siglo XX de
no haber existido Carlos Marx, Freud, Einstein, Arendt, Kafka, Zweig, Philip
Roth, Spielberg o Woody Allen, todos ellos judíos, practicantes o no. Y si
tienen alguna duda de su relevancia social, consulten el catálogo de músicos:
Rubinstein, Schönberg, Mahler, Mendelssohn, Knopfler, Paul Simon, Baremboim,
Lou Reed o Amy Winehouse.
Permítanme que no incluya a Netanyahu entre los
ilustres.
Román Rubio
Febrero 2024