domingo, 25 de febrero de 2024

SOMOS LOS MEJORES

 

SOMOS LOS MEJORES


Desconozco las fuentes y la autoría y rigor del estudio, pero me chocó —por lo inesperado de los resultados— este mapa que me llegó vía Facebook. España es el país europeo que menor número de ciudadanos siente que su cultura sea superior a las otras. Sólo el 20% de la población tiene esa convicción, por un 47% de los portugueses o los italianos y un 36% de los franceses, por citar solo a nuestros vecinos.

Y les diré algo: al contrario de lo que puedan pensar o sentir muchos de mis compatriotas, me llenó de orgullo. O mejor dicho, de satisfacción, pues no contemplo lo de sentirse orgulloso por aquello que no consigue uno por sí mismo, y aún así, con reservas. Creo que no hay país o pueblo más sabio que el que no se cree superior a ningún otro. Recuerdo el capítulo de cierto libro de Sergio del Molino con el título de Banderas desteñidas. Se refiere a aquel sarpullido banderil que surgió en España tras las turbulencias del procés y que duró hasta que las banderas comenzaron a perder el color, lo que da muestra del escaso patriotismo y alto sentido de cordura del pueblo español. Es como si los ciudadanos se hubieran dicho: “Bueno, dejémonos de sandeces patrióticas y vamos a lo nuestro”.

Un poco por encima de los españoles están los belgas (con Tintín como mayor aportación a la cultura mundial) y los estonios (23%), cuyos logros desconozco, los suecos (26%); y arriba del todo, los más orgullosos de su legado son los griegos (89%), países del Este: Rumanía, Bulgaria, Serbia, Bosnia y de manera significativa, Rusia, en donde un 69% de la población piensa que su cultura es superior a las demás.

Vale que los griegos sentaran las bases de la democracia e inventaran los Juegos Olímpicos, además de aportar notables fundamentos filosóficos y científicos (que no es poco), pero esto ocurrió hace muchos años, las polis eran pequeñas y manejables por asamblea y los avances científicos fueron compartidos por asirios, egipcios y otros. Desde entonces, los griegos no parecen haber inventado gran cosa excepto el sirtaki, la musaka y la habilidad para arruinarse.

Los rusos, por su parte, han hecho contribuciones notables al acervo cultural universal como Tolstoi, Chaikovski y otros muchos, pero no deja de ser una aportación similar a la que podrían arrogarse otros países como Francia, Alemania o Austria. Bien es verdad que la gran aportación moderna de Rusia al mundo ha sido la creación de la URSS, ese paraíso socialista del que parece que han puesto tanto empeño en alejarse como lo tuvieron en crearlo.

¿Por qué, en cambio, los españoles tienden a tener tan humilde opinión de sí mismos, como pueblo o nación? Nadie es perfecto, los países tampoco, y menos aún España, pero aún así, ¿no ha sido en un momento de la historia el país más poderoso del mundo? ¿No extendió su lengua y su cultura a todo un continente? Además de exportar la religión y la viruela, para perjuicio de los nativos, ¿no trajo al mundo occidental la patata, el maíz y el tomate con el que se alimentó Europa y el tabaco con el que se envenenó y llevó allí el trigo, la cebada, la vaca y el caballo para que los argentinos hicieran su cerveza y persiguieran alegremente con el lazo a los novillos por La Pampa mientras entonan una milonga? ¿Son acaso estos logros desdeñables e inferiores a los que pueden acreditar los búlgaros, por ejemplo?

Si hay un pueblo que podría presumir hoy de tener una cultura más influyente que el resto, ese sería el pueblo judío. El número aproximado de judíos es de trece millones esparcidos por el mundo y han generado la cuarta parte de premios Nobel. Comparen con los siete u ocho que han conseguido los españoles, e imagínense lo que habría sido del siglo XX de no haber existido Carlos Marx, Freud, Einstein, Arendt, Kafka, Zweig, Philip Roth, Spielberg o Woody Allen, todos ellos judíos, practicantes o no. Y si tienen alguna duda de su relevancia social, consulten el catálogo de músicos: Rubinstein, Schönberg, Mahler, Mendelssohn, Knopfler, Paul Simon, Baremboim, Lou Reed o Amy Winehouse.

Permítanme que no incluya a Netanyahu entre los ilustres.

Román Rubio

Febrero 2024 


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martes, 6 de febrero de 2024

TERRORISMO Y LA PULSERA DE LETICIA

 

TERRORISMO Y LA PULSERA DE LETICIA



Que no, señor juez, que lo que hicieron Fuigalmont y sus colaboradores, también conocidos como la Troupe de Mademoiselle Églantine, no fue terrorismo. Puede tacharlo usted de villanía —difícil de tipificar como delito— de rebeldía o de provocar desórdenes públicos, lo que probablemente sí esté penado en el Código de Hamurabbi de su mesita de noche,  pero terrorismo, ni hablar. Terrorismo es lo que hicieron los sacristanes de Euzcadi en Hipercor, los yihadistas de Alcanar en las Ramblas o los de las montañas remotas y lejanos desiertos en las Cercanías de Madrid. Y también lo que hicieron con Lluch, Broseta, o Tomás y Valiente. Y usted, yo y los lectores lo sabemos. No se haga usted el tonto.

Sí, ya sé que en una ocasión cortaron el acceso al aeropuerto de El Prat provocando el caos, que no es ni más ni menos que lo que están haciendo ahora los tractoristas. También soy consciente de que en aquel evento, mi amigo Fidel, separatista irredento y partícipe en los desórdenes, tuvo que volver andando desde el aeropuerto a su casa de Barcelona en la madrugada por lugares inhóspitos como rotondas y arcenes desangelados y agotado se prometió que nunca más iría a paralizar una infraestructura tan lejana y de regreso tan incómodo. El que un cincuentón tenga que pegarse una caminata de diez o quince kilómetros en la madrugada es grave, pero no tanto como para llamarlo terrorismo. Y que durante los hechos muriera de infarto un francés, enfermo de corazón, tras haber sido atendido in situ y evacuado en helicóptero al hospital, tampoco.

De nuevo entramos en el campo de las hipérboles interesadas. A veces interesa  minimizar los hechos como con aquellos gloriosos “hilillos de plastilina” y más a menudo se falsea el significante produciendo la banalización del significado. Todo para conveniencia del hablante, como ocurre con las palabras genocidio o fascismo.

Ni lo de Ucrania o Palestina es genocidio ni lo de Vox es fascismo. Para que haya genocidio no basta que haya matanza o ni siquiera matanza de población civil, cosa que se empeñaron en explicar quienes ordenaron los bombardeos aliados sobre Alemania; tiene que haber el propósito premeditado de exterminio de una etnia, como ocurrió en el holocausto de los judíos por los nazis o en el conflicto de los hutus contra los tutsis de Ruanda. Eso es genocidio.

En cuanto a lo de Vox… Para que haya fascismo deberíamos hablar de exaltación de la Patria (algo bastante común), exaltación del líder, primacía de la raza o etnia, ejercicio de la violencia revolucionaria y repudio del diálogo  y  del sistema parlamentario en beneficio de un principio de autoridad inapelable. Esos son los fascistas —bien conocidos por quienes tenemos cierta edad— y no los que prohíben fumar en las terrazas.

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En otro orden de cosas más ligero, otro titular ha saltado a mi inquisitiva mirada a la prensa: Leo en La Vanguardia: “Leticia pierde la pulsera y ella misma la recoge del suelo”. Un titular anodino a no ser por las palabras  “ella misma”.

Me recordó al lenguaje del HOLA. En una época pasada fui lector semanal de esa revista. Constituí con mi madre —ya mayor— un club de lectura en el que una tarde a la semana, en su sofá, repasábamos yo el HOLA y ella la revista PRONTO hasta la hora del paseo. Allí me empapé de las casas de Trump en Nueva York, las celebraciones de los Casiraghi y vicisitudes de las familias reales con un lenguaje muy particular. Recuerdo el titular: “El Príncipe Harry, en un simpático gesto, recoge él mismo la pelota que había lanzado”.

En principio pensé que el chico era un poco tonto, ya que las pelotas, en el criquet —que era a lo que jugaba el muchacho—, se lanzan para que las recoja o las golpee otro, pero tratándose de príncipes, ¿quién sabe? A lo mejor el juego era tirar la pelota y recogerla uno mismo para distracción de los lacayos. No sé.

Román Rubio

Febrero 2024

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