jueves, 27 de junio de 2024

COMPROMISE

 

COMPROMISE


A los ingleses siempre se les ha asociado con un sentido práctico, propiedad que heredaron sus hijastros los estadounidenses. Esto les ha llevado a marcar el paso del mundo moderno: la electricidad y el teléfono dentro de las casas, los electrodomésticos, la televisión, el ordenador personal y el Internet son cosas que hoy no existirían sin la concurrencia del mundo anglosajón y su sentido de “lo práctico”.

Los avances anteriores, todos tecnológicos y facilitadores de la vida cotidiana no habrían aparecido a no ser por la filosofía del fair play, del comercio justo y la capacidad de negociación. El fair play, que saca del terreno de juego la corrupción y otras marrullerías, el comercio y su fundamento primero de que un buen negocio es aquel en el que ganan las dos partes y la negociación como manera de ponerse de acuerdo las partes en lo que en inglés se llama “compromise”, palabra que no significa compromiso (que en inglés se dice commitment) sino “llegar a un acuerdo”, ceder una y otra parte en una negociación hasta encontrar un punto intermedio, que sin ser el óptimo para las partes, sea aceptable para ambas. Que tú quieres comprarte el Ferrari rojo y yo el amarillo, pues nos compramos el naranja. Que quieres una casa en la montaña y yo en el mar, ¿qué tal una en una montaña desde la que se vea el mar? Esa es la pauta.

En política, el punto de encuentro no tiene que ser necesariamente el punto medio, pues dependerá de las fuerzas o los apoyos con que uno se presenta a una negociación. No se sentará a la mesa un agente que cuenta con el respaldo de un ochenta por ciento de seguidores o votantes que el que le apoyan el veinte por ciento. Habrá que encontrar una salida que, desequilibrada a una parte, sea capaz de hacerle salvar la cara a la otra.

Eso o el bloqueo. En España, país alejado de la practicidad anglosajona a menudo se opta por el bloqueo, como se puede ver en algunas liquidaciones de herencia o acuerdos de comunidad de vecinos: me niego a poner ascensor, aunque tenga que subir con la pierna vendada si consigo fastidiar al del tercero que va en silla de ruedas. Y así ha sido durante años por lo que respecta al CGPJ. Esta semana se desbloqueó el asunto y los dos partidos mayoritarios decidieron encontrar la fórmula para la renovación del órgano de gobierno de los jueces.

No me pregunten sobre el contenido del acuerdo: el mundo judicial, de la judicatura, la jurisprudencia y hasta de la justicia es tan arcano para mí como el de la macroeconomía o la física cuántica. Aún así, me atrevo a aventurar que es un buen acuerdo.

Y ¿por qué?, preguntarán ustedes. Pues porque inmediatamente después de la escenificación por parte de los principales agentes del acuerdo (Bolaños y González Pons) se manifestaron en contra Belarra y Abascal. Desde ese mismo momento comprendí que el acuerdo había de ser necesariamente bueno y que todos habían cedido en sus pretensiones. Después escuché o leí que Rufián, de ER, Aizpurúa de Bildu, alguien del PNV y otros también condenaron el pacto, lo que no hizo más que afianzarme en mi postura. Me falta conocer la opinión de Jiménez Losantos y de Puigdemont (que ni está ni se le espera en el debate) y, sobre todo, de Díaz Ayuso. Si se pronuncia la madrileña — en público o en privado— condenando el acuerdo, yo lo firmaría ya. Sin ni siquiera leerlo.

Román Rubio

Junio, 2024


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martes, 11 de junio de 2024

LO QUE QUIERE LA GENTE

 

LO QUE QUIERE LA GENTE


Leí con sorpresa la noticia de hace un par de días: Yolanda Díaz dimite de su cargo como coordinadora de Sumar tras el batacazo electoral, en el que la formación, partido, plataforma, sindicato, asociación o lo que sea obtuvo un 4,65% de votos, que viene a ser más o menos un tercio de los obtenidos en las generales.

En su alocución de despedida la Vicepresidenta del Gobierno adujo con acierto que “la ciudadanía no se equivoca cuando vota y tampoco si decide o no ir a votar”. A continuación aludió en varias ocasiones a la manida construcción de los políticos de todos los partidos y tendencias sabedores de “lo que quiere la gente”.

Dice la dimisionaria:

“Tenemos que estar para solucionar los problemas de la gente. No los problemas de los partidos o de los políticos”.

¡Bravo, Yolanda! Has dado en el clavo. Lo que no me cuadra es por qué teniendo tan claro lo que quiere el personal te has (habéis) dedicado en cuerpo y alma a disputar los votos y los escaños a los primos de Podemos, Izquierda Unida, Verdes y quienquiera que se moviera por esos lares con el objeto de erigirte como la estrella fulgurante de los proletarios para darte cuenta tras el colapso electoral que la política no es (solo) una lucha de egos.

Y continúa: “Es necesario dar un paso a un lado para dar un paso adelante en la política que importa a la gente”. Aunque el paso al lado se materializa solo en lo que respecta a la formación política, pues anuncia que seguirá como Vicepresidenta del Gobierno, porque, dice: “Estoy convencida de que este gobierno es la mejor herramienta para mejorar la vida de la gente”.

¡Bienaventurados quienes están tan seguros de saber lo que quiere la gente y saben además cómo implementarlo! Gozan de la admiración de los que, como yo, a menudo no sabemos siquiera ni lo que es bueno para nosotros mismos, mucho menos para “la gente”.

No tardaron sus detractores en hacer sangre de ella. Y los compañeros y comilitones en dedicarle mensajes de alabanza: Errejón, Mónica García y cómo no, el portavoz de la formación y ministro Ernest Urtasun, que tras resaltar el compromiso y la honestidad de la política añade en su tuit: “Seguimos trabajando para mejorar la vida de la gente de este país”.

Está claro el mensaje: no solo quieren hacer sino que dicen saber qué es lo mejor para “la gente”, pero ¿para qué gente?

En francés “la gente” es plural (les gens) y en inglés (people) también es un sustantivo que concuerda en plural (people are, no people is*). Parece que en otros lugares tienen claro que hay gentes y gentes y que lo que es bueno para unos no lo es para otros.

Y vaya como ejemplo la anécdota:

En el bar del pueblo me tomé la caña junto a Edelmiro, un pequeño y próspero industrial local, buen tipo, respetado en el lugar y conocido votante de Vox. Hablando de la vacuidad y falta de interés de la TV me confesó que la única cadena que él veía con agrado era el canal de Castilla La Mancha. ¿Y por qué?, pregunté yo. Pues porque “hacen programas de agricultura”: el cultivo del pistacho, el olivar intensivo, los injertos, las variedades de almendra resistentes a las heladas y cosas por el estilo. Además (según el prócer rural) porque “televisan toros” y por si fuera poco “ponen cante”, refiriéndose, como es natural, a canción española. “Lo que le gusta a la gente”, concluyó el hombre, cargado de razón.

Ya ven lo que da de sí la palabra.  Vean si no a los que votaron a esa cosa nueva que acaba de aparecer y que siento hasta pudor de nombrar. ¿Serán ellos también “gente”?

Román Rubio

Junio, 2024 

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viernes, 7 de junio de 2024

LA SUERTE DE LA GUAPA

 

LA SUERTE DE LA GUAPA´


“La suerte de la guapa, la fea la quisiera”. Bueno, ya sé que el refrán, en un ejercicio de burda ironía y trasnochado anacronismo, dice lo contrario. Se insinúa que la fea obtiene buenos réditos sentimentales y matrimoniales, en tanto que la guapa es reclamo de vividores, crápulas y otros especímenes escasos de moral y rentas. De eso vamos a hablar hoy: de ciudades guapas y feas y los réditos de su belleza.

Empezaremos por Valencia:

Kenneth Tynan (1927-1980) fue un escritor, crítico literario y ensayista británico de gran reputación en el mundo anglosajón. Escribía con asiduidad en medios prestigiosos como The Observer o The New Yorker. Además, fue durante algún tiempo director artístico de la National Theatre Company de Londres  y autor de algunas obras de teatro. Quizá recuerden ustedes el musical Oh! Calcutta!, de su autoría, gran éxito tanto en Broadway como en el West End en la década de los 70.

El inglés escribió para el The New Yorker en 1970 un polémico artículo titulado Valencia, que causó cierto revuelo por estos lares, y en el que otorgaba a la ciudad el apelativo de “capital mundial del antiturismo”. El texto fue editado junto a otras piezas en un libro con el nombre de The Sound of Two Hands Clapping, que Anagrama editó en español con el título La pornografía, Valencia, Lenny, Polanski y otros entusiasmos, obra que en su momento compré y desapareció de mi biblioteca  producto de algún préstamo o mudanza.

El efecto que produjo el texto, más que de repudio fue de atracción hacia la ciudad, consecuencia del sarcasmo más sofisticado, pues le dedica párrafos como (y copio del estupendo artículo de Vicente Molins en Valencia Plaza):  en València se posa una fealdad ruidosa (...), siempre dispuesta a repeler a los forasteros, es uno de los pocos lugares que cumple con todas nuestras expectativas. Disfrutamos de estar inactivos a la luz del sol en una ciudad mediterránea: aquí podemos holgazanear, no tanto solitariamente sino verdaderamente solos, contemplativos y distantes (...) Algunas personas se van de vacaciones para conocer a extraños, otros van para encontrarse a sí mismos. Para este último grupo, Valencia, capital mundial del antiturismo, es el escondite que buscan”. Y, con doble pirueta, aterriza: “es un elogio sincero para la maloliente Valencia, mi ciudad mediterránea favorita”.

Vean ustedes en qué consiste la pirueta del inglés: ustedes buscan los lugares trillados y se conducen dentro de las masas turísticas en la búsqueda de lo chic; yo, en cambio, disfruto de esta ciudad ruidosa, maloliente e ignorada porque no soy como ustedes; pertenezco a los elegidos que sabemos apartarnos del rebaño y encontrar lo bueno que hay bajo la superficie y que ustedes (gente vulgar) son incapaces de apreciar.

Resulta chocante la opinión del británico para describir a una ciudad que cincuenta años después se erigiría como la favorita de los Erasmus, la de mayor calidad de vida del mundo —o una zarandaja similar otorgada por no sé qué revista u organismo— y la capital mundial de la sostenibilidad y las zonas verdes o algo parecido, pero es que habría que recordar la Valencia de finales de los años sesenta: la autopista del Mediterráneo se acababa por Puzol y todos los camiones del mundo atravesaban la ciudad por el eje de tránsitos —Cardenal Benlloch-Peris y Valero—, dándose a conocer al mundo como “el Semáforo de Europa”; Velluters no era tal: como ocurriera en Barcelona con el Raval, se había convertido en “el Barrio Chino” —aunque no se viera por allí chino alguno— en tanto que el Barrio del Carmen y la Xerea se llenaban de bares de tapas o de copas (entonces denominados pubs) al tiempo que los residentes huían y desertaban de los barrios antiguos para comprarse un pisito luminoso afuera: los ricos en Jaume Roig y la Alameda y los menos ricos en barrios como San Isidro, la Fuensanta o Benimaclet, mientras otros, más campestres, se decidían por LEliana, el Vedat o la Cañada.

El resto de la película ya lo conocemos: los barrios céntricos se deterioran, los inmuebles están tirados de precio, los fondos de inversión aprovechan la oportunidad, adecentan y limpian el espacio urbano encareciendo la propiedad y se forran trayendo  cantidades ingentes de gentes llamadas turistas que disfrutan del entorno que otros dejaron, en parte por abandono.

Es lo que tiene el turismo; ni contigo ni sin ti. Quienes lo tienen lo desprecian y quienes no lo tienen lo desean y no paran de hacer campañas voceando sus atractivos. Solo las guapas lo consiguen y algunas llegan a morir de éxito; de ahí, quizá, lo de “la suerte de la fea, la guapa la quisiera”.

Román Rubio

Junio, 2024


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