LA ACADEMIA DEL ESPIRITU SANTO
“ Y al llegar el día de Pentecostés estaban todos
reunidos en el mismo lugar, cuando de repente vino del cielo un estruendo como
de viento que irrumpe impetuoso, el cual llenó toda la casa donde estaban. Y
vieron sendas lenguas como de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos; se
sintieron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas
extrañas según que el Espíritu les concedía expresarse”.
En mi larga carrera como profesor de lengua
extranjera (inglés) me he enfrentado en
innumerables ocasiones a la temida pregunta: “necesito aprender inglés ¡ya! ¡de
aquí no pasa!, ¿qué debo hacer?”. Mi respuesta, macerada por el tiempo, a la
inocente pregunta es: matricúlate en la Academia del Espíritu Santo. Es lo
único que funciona. ¡Bueno, también está Vaughan! E innumerables métodos, academias, profesores
nativos, no nativos y mediopensionistas… está la web (excelente para el
propósito) y todos esos cursos de audio y video de los que te has comprado los
dos primeros fascículos... Pero, para ser realistas, si partes de un nivel muy bajo,
necesitas un periodo de entre cinco y diez años, no para poder “hablar” inglés
correctamente, sino para poder tener un nivel mínimamente aceptable que te
permita manejarte y sobrevivir en contextos que no requieran gran
responsabilidad, ¡siempre y cuando te lo trabajes a tope, claro!. Como en una
ocasión le oí decir a Richard Vaughan: es más sencillo y requiere menos
esfuerzo sacarse una licenciatura que aprender inglés de un modo que te permita
trabajar o moverte con una cierta solvencia por el mundo. ¡Y eso que el hombre
estaba vendiendo su producto!
Ni que decir tiene que mi respuesta no gusta. Nada.
Por alguna razón que no llego a comprender bien, muchos piensan que se trata de
una respuesta arrogante o maledicente, cuando en realidad, es sólo realista. De
hecho, muchas personas no son conscientes de que están subestimando la
dificultad del objetivo y creen que es un menosprecio a sus capacidades. En
absoluto.
Aclaremos unos conceptos que formulara el profesor
Stephen Krashen (Chicago,1941) y que aclaran aspectos referentes a las
habilidades comunicativas en segundas lenguas. En primer lugar, diferenciemos
entre los conceptos de “adquisición” y “aprendizaje” (acquisition and learning theory). La adquisición del lenguaje se
produce de manera natural, intuitiva e inconsciente, sin darnos cuenta de que
estamos aprendiendo. Es la manera en que aprende un niño. En la medida en la
que el niño vive expuesto a la lengua de los adultos y, todavía mejor, en el
ámbito de una familia afectuosa (afective
filter hypothesis) aprenderá la lengua de manera sencilla y natural. Hasta
aquí, todos de acuerdo. Hasta los más zotes parecen no tener dificultad para
aprender la lengua materna.
El adulto que vive en un país con una lengua
diferente tendrá que reproducir las condiciones para que se produzca la
adquisición, algo difícil de conseguir y siempre de manera limitada, con lo que
tendrá que recurrir al “aprendizaje”. Éste es un proceso voluntario, consciente
e intelectual que conlleva ejercicios, gramática, reglas y corrección de
errores. Es, por tanto, mucho menos efectivo y, desde luego, menos natural y
más sacrificado.
La pregunta es: ¿Se pueden reproducir contextos para
que se produzca la “acquisition” en
los adultos? Bueno, hasta cierto punto sí. Se puede impostar situaciones de
comunicación (falsas, o casi) en clase que simulen necesidades comunicativas.
Hasta cierto punto.
Podría también ocurrir el caso improbable (no sé si
deseable) de un naufragio en una isla desierta en el que fuéramos la única
persona de habla española dentro de un grupo de, digamos, diez personas de
habla inglesa –Dios nos libre- en dónde
tuviéramos que convivir por el plazo de dos años -situación extremadamente
difícil si no sabes jugar al cricket o no has visto jamás un capítulo de
Eastenders-. Aún en ese caso improbable, que representaría el estadio de
inmersión ideal, al ser adultos, estaríamos inconscientemente deduciendo reglas
gramaticales y de traducción que obstaculizarían la adquisición “pura” del
niño, que no establece hipótesis de generalización ni traduce. Pero
aprenderíamos, ¡vaya si aprenderíamos! No creo, sin embargo que esto ocurra.
Por señalar algo más factible, podríamos ir a vivir a un país anglohablante por
una larga temporada. De este modo, esperar la vuelta cada noche al cuchitril a
precio de oro en el que estamos instalados y, tras una larga jornada lavando
platos en compañía de italianos y polacos, tener estupendas y relajadas conversaciones
con nuestra familia y amigos españoles vía Skype (que la Providencia creó
gratuito y así lo conserve muchos años).
Para el lingüista Stephen Krashen, especialista en
el tema, el asunto clave es la gestión del
input. La habilidad comunicativa en una lengua extranjera depende de la
cantidad de input –exposición a la lengua-
siempre que se produzca en un contexto significativo. Como es natural, si
quieres aprender chino, no es suficiente someterte a sesiones de ocho horas
diarias escuchando una emisora de radio china. Las palabras, los sonidos, no
están conectados a nada, convirtiendo la actividad en un ejercicio estéril. Es
la ligazón con la realidad, la vida, lo que carga las palabras de significado.
El tomar café a diario en bar regentado por chinos, he oído decir que tampoco
da los resultados esperados.
Quiero
también señalar que he apreciado dos maneras de acometer la idea del
aprendizaje de la lengua extranjera. En primer lugar, la mayoría de personas
expresan una orientación hacia la meta. “Quiero saber inglés” (cualquier cosa que
eso signifique; como si “saber” inglés fuera un estadio absoluto –se “sabe” o
no se “sabe”- y no un constructo continuo). Este tipo de personas, según mi experiencia,
nunca lo consiguen y abandonan a las pocas semanas con resultados
decepcionantes. Otro tipo de personas, menos numeroso, se orienta hacia el
proceso. “Quiero aprender”, “quiero mejorar mi inglés”. Estas personas casi siempre perduran en el empeño y obtienen resultados satisfactorios,
del mismo modo que hay adolescentes que sueñan en ser ídolos del rock mientras
a otros les encanta tocar la guitarra. Es mucho más probable que sean los
segundos quienes al final, lleguen a conseguir ser ídolos.
Y, si esta larga explicación ha sido de algún modo
descorazonadora, no desesperemos, ya que nadie nos puede negar el derecho a
explorar la vía rápida: reunámonos en grupos de doce y mientras saboreamos
nuestra “relaxing cup of café con leche”
esperemos que venga el esquivo espíritu en forma de lenguas de fuego, paloma o
tarjeta black y nos ilumine.
Román Rubio
#roman_rubio
Febrero 2015
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