MANUELA
CARMENA .- Todo en esta mujer transmite sensatez, cordura, sabiduría, sentido
común y buen juicio. A sus setenta y un años va camino de convertirse en
alcaldesa de Madrid y si esto se produce - que será-, tiene muchas
probabilidades de convertirse en un icono, en un(a) intocable, en una versión renovada
y actualizada de Tierno Galván. La jueza reúne las condiciones para que esto
sea así: es brillante, tenaz, llana, tiene experiencia y es persona
conciliadora y de buen fondo. Y tiene determinación de treintañera e ideas
claras, lo que marca una enorme diferencia con aquello anodino y mediocre que
le precede en el cargo.
Intuyo que Manuela
posee una condición que es tremendamente frustrante para sus rivales políticos,
a quienes acaba exasperando. Se trata del hecho de que los ataques y
descalificaciones no logran traspasar la pátina de honestidad que las envuelve y
acaban volviéndose contra quien los lanza. Ya lo ha podido comprobar Esperanza
Aguirre. En un debate televisivo, la marrullera condesa (consorte) sacó la
navaja plateada del liguero y lanzó tres tarascadas con ánimo de hacer sangre:
una, –zas- tu marido; dos, –zas- connivencia con ETA (a quién era socia del
despacho de abogados de Atocha y por el hecho de defender la reinserción); tres, –zas- Venezuela (sí,
sí, otra vez Venezuela). El sentido común con el que la jueza Carmena
respondió, apelando a la moderación y respeto a la verdad y a las personas, con
que unas abuelas, profesionales y con experiencia, deberían conducirse, hizo
sangre en la mano de la que sacó la navaja que pudo comprobar los nocivos efectos
secundarios de su propia medicina.
No sólo a Tierno.
Su figura me recuerda a la de otro varón, también inmune, gracias a su altura
moral. Me refiero al Presidente de la República italiana Sandro Pertini
(1896-1990). Al viejo socialista, querido y respetado por todos, el mundo le
recuerda por la celebración sin
complejos de los goles de Italia en el palco del Bernabéu, junto al Rey Juan
Carlos, en la final de la copa del mundo de España 1982. Claro que, el cargo de
Pertini era solo representativo; de otro modo, ya le habrían salido de sus
lujosos palacios sus Berlusconis con navaja plateada en la pantorrilla.
ADA
COLAU. “Este joven cree en lo que dice:
va a llegar alto”. dijo Mirabeau de Robespierre, cuando le escuchó hablar en el
convento dominico de la Rue St. Honoré, en el que se reunían los jacobinos a
preparar sus sesiones de la Asamblea, al otro lado del Sena.
Ada, como el
célebre jacobino, es un fenómeno de la naturaleza. Dotada para la política
hasta aburrir al manual de las condiciones del político, tiene la grandeza de
los líderes. Se sale de los cánones que predican asesores y coaches, conocedora (o intuitivamente
conocedora) de que no hay cánones, no hay ni colores de camisa para la tele ni
peinado. Los verdaderos líderes (como ella o el Felipe de los ochenta) no
siguen indicaciones. Si las siguieran perderían su atractivo y parecerían
impostores, como los demás. Ellos son el canon por el que se seguirán los
asesores del futuro, artísticos vendedores de humo y malísimos disfrazadores
del genio.
Ada tiene un
discurso brillante, sin fisuras ni titubeos. Sabe lo que quiere, cómo lo quiere
y cuando la oyes explicar su proyecto eres consciente de que nadie la va a
parar porque ella no improvisa, sabe lo que tiene que hacer, con plazos y
detalles. Se ha asesorado.
Dotada para la
acción, lejos de ser una intelectual, no deja de ser una mujer reflexiva y sus
pasos están medidos y con fundamento. No anda por andar sino para llegar a
sitios. Es ambiciosa (primera condición del líder), capaz, luchadora tenaz y
brillante.
La Colau tiene
pinta, como dice alguien que conozco, de “normal” (lo que quiera que esto
signifique) y según algún otro/a, de maestra de infantil con pareja femenina,
huerto orgánico y niño de país en conflicto adoptado, es decir: de persona de
carne y hueso. Nada que ver con los seres de traje de chaqueta, cardado rubio y
coche oficial al que nos tienen acostumbrados nuestras próceres. Como
Robespierre, con su camiseta y rebequita de punto, en cuánto oyes su discurso,
sabes que los hombres de traje azul, o gris, acostumbrados al confort de los
despachos lujosos y el runrún del motor del Audi oficial, lo tienen crudo, como
la tuvieron aquellos de l’ancien régime.
Y además, no
hay ninguna posibilidad de que su singladura en el Ayuntamiento de Barcelona
(esa ciudad, buque insignia de innovación, tan necesaria en el panorama español,
y que Dios acabe conservando dentro) acabe en la época del Terror en que acabó
el periodo jacobino.
MÓNICA OLTRA
.- La gran ganadora de las últimas elecciones en Valencia es otra mujer. Por
desgracia, no optaba a la alcaldía de la ciudad, lo que ha roto la estética de
la armonía que habría supuesto el hecho de que tres mujeres singulares de
izquierdas, obtuvieran los ayuntamientos de las tres primeras ciudades
españolas; y es que Mónica se postulaba para la Generalitat. Aunque se ha
tenido que conformar con ser la tercera fuerza más votada, el aumento de votos
ha sido tan espectacular, que Oltra no abandona su idea de presidir la
Autonomía valenciana que, estoy seguro, algún día conseguirá. Y es que Mónica
Oltra es ambiciosa. No lo oculta, y además es joven, tiene determinación y,
sobre todo, es valiente, muy valiente.
Esta mujer
liviana y gafuda, con su aspecto frágil y poca cosa no se arruga. Ante nada ni
nadie. Ya le puedes poner a legiones de Goliats, Cotinos, Camps y otros filisteos
con poder (cuando lo tuvieron), que la pequeña Oltra se planta desafiante y
osada a cantar las cuarenta al rosario de la aurora, si hace falta. Y además
con criterio.
Su discurso,
siendo bueno, no es quizás tan preciso y rotundo como el de Ada y su imagen no
desprende esa serena cordura de Carmena, pero la valenciana tiene agallas,
tiene ambición, tiene razones y ganas, muchas ganas. No hay quien la pare.
Suerte a las
tres
Román Rubio
#roman_rubio
Mayo 2015
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