viernes, 15 de abril de 2016

EL MUERTO

EL MUERTO
En épocas pretéritas, en nuestro país, cuando aparecía alguien asesinado en una localidad y no había un culpable claro se hacía pagar un impuesto a los habitantes del pueblo o villa. Por este motivo, los lugareños trasladaban al muerto a alguna localidad vecina antes de que fuera descubierto por la autoridad real y lo dejaban allí para que fueran los del pueblo de al lado quienes pagaran  la tasa. De ahí la expresión  “echarle el muerto a alguien”: Claro, había que trasladarlo y los tipos que hacían la agradable tarea de traslado y escamoteo del cadáver les tocaba “cargar con el muerto” a hombros, en carreta, caballería o comoquiera que se llevaran los muertos antiguamente, tarea poco deseable y que parecía que le tocaba siempre a los mismos infelices, en tanto que los listillos salían siempre de rositas y con las manos limpias de cadáveres y otros asuntos sucios y engorrosos. Cuando los individuos alfa, los que no se ensuciaban las manos, se veían envueltos en algún asunto turbio miraban que hubiera un muerto por allí a quien echarle la culpa; y de ahí lo de “echarle la culpa al muerto”. El muerto, pues, ha dado mucho juego en el pasado dejando profunda huella en la lengua castellana.

¿En el pasado? Bueno, no tanto. Veamos: La emocionalmente excesiva Rita Barberá está en horas bajas. Últimamente se ve yendo y viniendo a los tribunales, seguramente con mayor frecuencia de lo que gustaría: por el caso de la financiación de su campaña electoral primero y por el caso Noós después. Pues bien, ¿quién recomendó  a la superalcaldesa de España la contratación de la firma sin ánimo de lucro de Urdangarín? José Antonio Samaranch -el muerto-, estatus éste que otorga la condición de buena persona y sobre todo la imposibilidad de ser llamado a declarar.

El ciudadano Conde, de nombre Mario, ha estado trayendo del extranjero dinero que, presuntamente, había sacado anteriormente de los fondos de Banesto, al que dejó tieso para pasmo del Sistema (conocido también como establishment para los anglófilos y esnobs o La Casta para los amigos acérrimos de Jiménez Losantos). ¿Y de dónde provenía el dinero que “importaba” el ciudadano Conde, en su momento número uno de su oposición de Abogacía del Estado?  Del padre de su primera y discreta mujer Lourdes Arroyo, prematuramente fallecida en 2007. Otro que no podrá ser llamado a declarar.

Los hay con mala suerte. Otro patriota, este del PSOE, el casi olvidado Roldán, que fuera director de la Guardia Civil, también tuvo su muerto al que culpar de haberse quedado con la pasta: el agente secreto Francisco Paesa, con tal mala fortuna que el muerto le resucitó, que ya es tener mala pata. Efectivamente, el espía español es protagonista de una curiosa historia. Al parecer, no sólo se quedó con la pasta de Roldán sino que presuntamente cobró un millón de libras esterlinas en 1994 por delatar su paradero a las autoridades españolas, lo que hizo dimitir al hoy fallecido ministro valenciano Antoni Asunción. En 1998 Paesa fingió su propia muerte en Tailandia, se falsificó el certificado de defunción, se publicaron esquelas y su familia encargó treinta misas gregorianas en su nombre… hasta que apareció de nuevo en París en 2004, con pasaporte argentino a nombre de Francisco Pando Sánchez, de modo que Roldán se quedó (siempre presuntamente) sin pasta y hasta sin muerto.

Quien sí tiene muerto asignado al dinero es otro patriota más, este de la Patria Catalana, el señor Jordi Pujol y su prolífica descendencia, portadores de bolsas de basura llenas de billetes que venían de Andorra procedentes de los ahorrativos hábitos del abuelito Florenci que falleció el pobre en 1980 de un ataque al corazón y que según testimonio de la familia había provisto una notable cantidad fuera del alcance del fisco madrileño para uso y disfrute de la patriota familia.


Los muertos no son ningunos santos. Al igual que los vivos tienen sus debilidades y sus lados oscuros pero tienen una enorme ventaja sobre  estos y es que no pueden ser llamados a declarar por ningún juez, con lo que se llevan la verdad al lugar en el que más segura está: el más allá. Y como todos somos buenos al morir, no peligra tampoco la  reputación. Hay algunos muertos, eso sí, como Paesa, al que algunos le tienen unas ganas…

Román Rubio
Abril 2016

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