viernes, 10 de junio de 2016

SEÑOR PRESIDENTE

SEÑOR PRESIDENTE











Viene Obama a visitarnos. ¡Hurra! Del 9 al 11 de julio, en su viaje de vuelta de la cumbre de la OTAN en Varsovia, se acercará por aquí el Presidente de los Estados Unidos en visita oficial. Visitará una base americana, Sevilla y Madrid en dónde se reunirá con el Rey y con el intérprete del fantasmagórico Jefe del Gobierno en funciones Mariano Rajoy. Recuerden: “es very difficult todo esto”. Un Presidente que entra en sus cinco últimos meses de mandato (un lame duck en toda regla) y otro “en funciones” -pero pocas- en animada cháchara, si es que el pantocrátor Rajoy es capaz de mantener animada cháchara con otro ser vivo sea a través de intérprete o  tête à tête.

Tras quince años de ninguneo (exactamente desde que Zapatero retiró de repente las tropas de Irak) ningún presidente se ha dignado en pisar suelo español. No sólo eso: el anterior (el más nefasto de los presidentes norteamericanos, George W Bush), no sólo dejó de hacerlo sino que pasó de recibir a Ánsar en el rancho tejano  a no querer saber nada del jefe del estado español, ni en Texas ni en Washington. No se ha notado mucho, la verdad. Con no mandar a Trillo de nuevo a invadir Perejil “al alba y con tiempo duro de Levante”…

Sin embargo no es la primera vez que Obama viene a España. Cuando trabajaba como trabajador social en la ciudad de Chicago, antes de entrar en la Facultad de Derecho de Harvard, el joven Barack, hijo de una chica blanquísima de Kansas y un estudiante keniata negro como la noche, se colgó una mochila y se lanzó a recorrer mundo. Se dirigía a Kenia a conocer sus orígenes, sus familiares y su media hermana, pero antes de adentrarse en África quiso cumplir el sueño de cualquier norteamericano: viajar por Europa. El joven Obama, cuenta en su libro “Dreams from my father”, visitó Londres, París, Roma, Madrid y Barcelona. Hizo el recorrido entre las dos ciudades españolas en autobús nocturno, lo más barato. Allí se encontró con un muchacho negro africano que se buscaba la vida como temporero en los campos de España y se creó un lazo de solidaridad entre un joven negro que no hablaba inglés y que recogía fruta a jornal y otro, mochilero, casi igual de pobre, que hablaba inglés estupendamente y que habría de convertirse en presidente del país más poderoso de la tierra. Al llegar a Barcelona, el africano le dio al americano un cepillo de dientes, una botella de agua y un peine. “Juntos nos lavamos bajo la neblina matinal…”, escribe. Y continúa: “Sólo era otro hombre hambriento lejos de su casa, uno de los numerosos hijos de las viejas colonias (…) que ahora rompían las barricadas de sus antiguos amos, organizando su propia invasión harapienta y caótica. Y sin embargo, cuando caminábamos hacia la Rambla, sentí que lo conocía mejor que a nadie; que, aunque viniésemos de partes alejadas del mundo, de alguna manera, hacíamos el mismo viaje”. Los dos andrajosos anduvieron juntos el camino hacia Las Ramblas ajenos a lo que les deparaba a uno y otro el destino; como ajenas a los caprichos del destino eran también las almas de los transeúntes que se cruzaban con desagrado en la acera con dos jóvenes negros maldormidos y sucios.

Ahora, uno de esos jóvenes llega convertido en Emperador del Mundo Entero y, el mismo que podía sentir el rechazo de los desconocidos a flor de piel (negra),  se verá ahora agobiado por las genuflexiones serviles de los melifluos cortesanos pelotas que vienen a ser los mismos personajillos que antes se apartaban con temor en la acera al paso del extranjero. ¡Lo que es la vida!

Hubo otro presidente americano, Bill Clinton, que es ahora candidato a ocupar de nuevo la Casa Blanca por el turno de consorte.  En su juventud pasó una temporada como becario en Oxford. En aquella feliz época de canutos y viajes con mochila, el chico de Arkansas visitó Granada, y allí, en el Mirador de San Nicolás, entre tragos de litrona compartida, vendedores de artesanía, guitarras flamencas y de country, chicas mochileras como él, gitanas con un tallo de romero que te leen la mano quieras o no, turistas de Albacete, hippies frescos y trasnochados y otros individuos pintorescos, el joven vio el atardecer, con su Alhambra y su Sierra Nevada como fondo. El americano, ante tanto esplendor,  creyó haber visto el cielo en la tierra. Y mantuvo la imagen del paraíso en sus ensoñaciones por mucho tiempo. Hasta que visitó España de manera oficial y la diplomacia española le preparó la encerrona. Cerraron la plaza a los individuos inoportunos: es decir, a todos: las gitanas, los hippies, los turistas de Albacete…, le pusieron a Aznar y al Rey al lado y se tuvo que tragar todo un atardecer con la Alhambra y la Sierra Nevada al frente y Aznar al lado practicando inglés. No hay noticias de que haya vuelto. Tampoco se le espera.

Román Rubio
Junio 2016 

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