SEÑOR
PRESIDENTE
Viene Obama a
visitarnos. ¡Hurra! Del 9 al 11 de julio, en su viaje de vuelta de la cumbre de
la OTAN en Varsovia, se acercará por aquí el Presidente de los Estados Unidos
en visita oficial. Visitará una base americana, Sevilla y Madrid en dónde se
reunirá con el Rey y con el intérprete del fantasmagórico Jefe del Gobierno en
funciones Mariano Rajoy. Recuerden: “es very
difficult todo esto”. Un Presidente que entra en sus cinco últimos meses de
mandato (un lame duck en toda regla)
y otro “en funciones” -pero pocas- en animada cháchara, si es que el
pantocrátor Rajoy es capaz de mantener animada cháchara con otro ser vivo sea a
través de intérprete o tête à tête.
Tras quince
años de ninguneo (exactamente desde que Zapatero retiró de repente las tropas
de Irak) ningún presidente se ha dignado en pisar suelo español. No sólo eso:
el anterior (el más nefasto de los presidentes norteamericanos, George W Bush),
no sólo dejó de hacerlo sino que pasó de recibir a Ánsar en el rancho tejano a
no querer saber nada del jefe del estado español, ni en Texas ni en Washington.
No se ha notado mucho, la verdad. Con no mandar a Trillo de nuevo a invadir
Perejil “al alba y con tiempo duro de Levante”…
Sin embargo no
es la primera vez que Obama viene a España. Cuando trabajaba como trabajador
social en la ciudad de Chicago, antes de entrar en la Facultad de Derecho de
Harvard, el joven Barack, hijo de una chica blanquísima de Kansas y un
estudiante keniata negro como la noche, se colgó una mochila y se lanzó a
recorrer mundo. Se dirigía a Kenia a conocer sus orígenes, sus familiares y su
media hermana, pero antes de adentrarse en África quiso cumplir el sueño de
cualquier norteamericano: viajar por Europa. El joven Obama, cuenta en su libro
“Dreams from my father”, visitó
Londres, París, Roma, Madrid y Barcelona. Hizo el recorrido entre las dos
ciudades españolas en autobús nocturno, lo más barato. Allí se encontró con un
muchacho negro africano que se buscaba la vida como temporero en los campos de España
y se creó un lazo de solidaridad entre un joven negro que no hablaba inglés y
que recogía fruta a jornal y otro, mochilero, casi igual de pobre, que hablaba
inglés estupendamente y que habría de convertirse en presidente del país más
poderoso de la tierra. Al llegar a Barcelona, el africano le dio al americano
un cepillo de dientes, una botella de agua y un peine. “Juntos nos lavamos bajo
la neblina matinal…”, escribe. Y continúa: “Sólo era otro hombre hambriento
lejos de su casa, uno de los numerosos hijos de las viejas colonias (…) que
ahora rompían las barricadas de sus antiguos amos, organizando su propia
invasión harapienta y caótica. Y sin embargo, cuando caminábamos hacia la
Rambla, sentí que lo conocía mejor que a nadie; que, aunque viniésemos de
partes alejadas del mundo, de alguna manera, hacíamos el mismo viaje”. Los dos
andrajosos anduvieron juntos el camino hacia Las Ramblas ajenos a lo que les
deparaba a uno y otro el destino; como ajenas a los caprichos del destino eran
también las almas de los transeúntes que se cruzaban con desagrado en la acera
con dos jóvenes negros maldormidos y sucios.
Ahora, uno de
esos jóvenes llega convertido en Emperador del Mundo Entero y, el mismo que
podía sentir el rechazo de los desconocidos a flor de piel (negra), se verá ahora agobiado por las genuflexiones
serviles de los melifluos cortesanos pelotas que vienen a ser los mismos personajillos
que antes se apartaban con temor en la acera al paso del extranjero. ¡Lo que es
la vida!
Hubo otro
presidente americano, Bill Clinton, que es ahora candidato a ocupar de nuevo la
Casa Blanca por el turno de consorte. En
su juventud pasó una temporada como becario en Oxford. En aquella feliz época
de canutos y viajes con mochila, el chico de Arkansas visitó Granada, y allí, en
el Mirador de San Nicolás, entre tragos de litrona compartida, vendedores de
artesanía, guitarras flamencas y de country, chicas mochileras como él, gitanas
con un tallo de romero que te leen la mano quieras o no, turistas de Albacete,
hippies frescos y trasnochados y otros individuos pintorescos, el joven vio el
atardecer, con su Alhambra y su Sierra Nevada como fondo. El americano, ante
tanto esplendor, creyó haber visto el
cielo en la tierra. Y mantuvo la imagen del paraíso en sus ensoñaciones por
mucho tiempo. Hasta que visitó España de manera oficial y la diplomacia
española le preparó la encerrona. Cerraron la plaza a los individuos
inoportunos: es decir, a todos: las gitanas, los hippies, los turistas de
Albacete…, le pusieron a Aznar y al Rey al lado y se tuvo que tragar todo un
atardecer con la Alhambra y la Sierra Nevada al frente y Aznar al lado
practicando inglés. No hay noticias de que haya vuelto. Tampoco se le espera.
Román Rubio
Junio 2016
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