CÓMO ESTÁ
MADRIZ
Hay a quien le
gusta la ópera; a otros, el flamenco, el teatro clásico, el jazz, la canción
española o la protesta, el musical de
Broadway o el rythm and blues. Como
dijo Rafael El Gallo: “hay gente pa tó”. Si vas a ver ópera es muy posible que te
encuentres con una puesta en escena rompedora en lo estético. La última vez que
fui a una función fue a “El ocaso de los dioses” de Wagner puesta en escena por
la Fura dels Baus en la que las celebradas ninfas del Rin (¿se imaginan tal
despropósito?, ¿a quién sino a una mente quasi
pervertida como la de Wagner se le ocurre imaginar a ninfas en el Rin?)
aparecían nadando en unos tanques transparentes de agua en medio del escenario
y algunos cantantes hacían sus gorgoritos suspendidos en el aire por arneses.
Algunos aplaudieron la osada escenografía, a otros no les gustó nada y a otros,
como a mí, nos dejó indiferentes;
bastante tuvimos con lograr pasar las
largas horas de tediosas interacciones cantadas en alemán sobre temas
mitológicos germanos sin dormirnos, que ya es.
Es muy posible
que en una interpretación de El Rey Lear
de Shakeaspeare la acción se sitúe en la corte del Imperio Austrohúngaro y el
Rey tenga chófer y quizás pistola. ¿Quién se escandalizaría ante una
interpretación de El Mercader de Venecia
o de Mucho ruido y pocas nueces en
versión moderna en la que Shylock fuera un moderno banquero o el Príncipe don
Pedro de Aragón sea negro (Denzel Washington)? Nadie. Aceptamos el envite como
un juego, como una broma del artista que puede añadir o quitar encanto al texto
original, según gustos. De la misma manera, el aficionado al flamenco está
acostumbrado a que sus intérpretes se alíen con tipos del jazz, de la música clásica o del rythm and blues y escenifiquen sesiones y hasta conciertos enteros
de fusión, de acercamiento y mezcla de ritmos y estilos, como lo han hecho
Raimundo Amador o Paco de Lucía con BB King o Eric Clapton o los Beatles con
Ravi Shankar y su sitar.
¿Y la
zarzuela?, ¿qué pasa con la zarzuela? Con la Iglesia hemos topado, Sancho. En
el teatro de la Zarzuela, en Madrid se ha estrenado el musical Cómo está Madriz, una interpretación irreverente
y libre de dos obras: La Gran Vía de
Chueca y El año pasado por agua de
Valverde. Paco León hace de protagonista conductor del relato; de un relato
moderno y pasota en dónde se alude al gasto faraónico de las obras públicas de
la ciudad –como ocurría en La Gran Vía- y otras parcelas de la actualidad
envuelta en (al parecer) estupendos números musicales de las obras de Chueca y
Valverde.
¿Y cuál ha
sido la reacción del público montaraz y requeté ante el “innovador”
experimento? Ruiz Gallardón, ante las críticas a un Ayuntamiento arruinado y a
la corrupción política, se levantó a media función (ya se sabe lo mal que sienta
ver de frente a los demonios) y se fue. Otras personas sacaron silbatos del
bolsillo y boicotearon la obra que tuvo que pararse a mitad, lo que me resulta
sorprendente: “si sé que el espectáculo es irreverente y me molesta (y lo sé,
puesto que me meto un silbato en el bolsillo), ¿por qué pago el billete y voy a
ver algo que “sé” que “es” ofensivo?” Así es el público. Hasta ahí podíamos
llegar. Todo es susceptible de cambio, de evolución de reinvención, de
modernización pero la zarzuela parece ser el reducto de los irreductibles que
oran y embisten cuando se dignan a usar de la cabeza, de quienes quieren que el
mundo (y la Patria) sea de una determinada manera; inamovible, quieta; de
charanga y sacristía.
Me encanta que
Podemos empiece a reivindicar La Patria para horror, no sólo de izquierdistas e
independentistas recalcitrantes -que ya es regocijo- sino para toda esta nebulosa
de Zarzueleros, Falleros, Rocieros, Sanfermineros, Lanceros del Toro de la
Vega, pistoleros de Montejurra, Guardianes del Tabernáculo, Clavariesas de la Virgen
de la Gruta, Damas del Corpus, Cofrades de La Mejor Muerte, del Peor de los
Dolores y del Prepucio del Niñito Jesús; Alféreces provisionales, Acólitos del
Perdón de los Pecados, Amigos del Azucarillo, el Barquillo y el Aguardiente,
Adoradores de la Barretina, Lobistas del Aurrescu y del del Silbo Canario como disciplinas
olímpicas y para todos aquellos que dan consideración de sagrado a su propia
ideología, afición, devoción o hobby y
que se compran el ticket para ver una función que saben que les molesta con el
único propósito de hacer patria, criar mala leche y hacérsela criar a los
demás. ¡Que Dios, Yahveh y Alá les confundan!
Román Rubio
Junio 2016
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