VANITAS
VANITATUM
“Vanitas
vanitatum, omnia vanitas”
Vanidad de vanidades, todo es vanidad
Eclesiastés
Ocurrió en
Sydney. Amy Sharp, de 18 años, se escapó de una comisaría de la ciudad en la
que estaba retenida por robo –“delito contra la propiedad”, en términos
técnicos policiales-. A continuación, como es costumbre, la policía difundió
unas fotos tomadas durante la detención en que la chica, con cara cansada, iba
envuelta en una poco favorecedora manta rosa. Esto debió parecerle a Amy
totalmente inaceptable de modo que, fugitiva como estaba, envió al Facebook de
la cadena Australia’s Chanel Seven un mensaje, proporcionándoles la mejor foto
de sí misma en la que aparecía mucho más
mona y arreglada, con el educado requerimiento de que usaran la favorecedora
imagen en vez de el adefesio policial
para sus telediarios. Genial, la chica. Una cosa es que difundan tu imagen de
delincuente, para lo que tienen derecho y otra que usen una imagen execrable. ¡Con lo cuidadosos que
somos a la hora de elegir la foto de nuestro perfil en la Red para que vengan
ahora, en el momento en que se emite para todo el país con una imagen
zarrapastrosa tomada en horas bajas en comisaría! ¡Hasta ahí podíamos llegar!
¡Ay, la coquetería,
hermana pequeña de la vanidad! Tan denostada y tan común. “El que niega su
propia vanidad suele poseerla de forma tan brutal, que debe cerrar los ojos si
no quiere despreciarse a sí mismo” decía Niestzche de ella. Y es que no conozco
(ni yo ni tú, lector) a nadie que no lleve consigo su mochilita de vanidad. Eso
sí, cada uno a su manera: de su imagen, de su reputación profesional, de su
(relativo) éxito con los demás, de su fortuna, de su vigor, de su condición de
líder, de sus muchos amigos, de sus escritos, de su rol en el grupo, de su
bondad y generosidad… Para mí, la vanidad es una fase atenuada e inofensiva de
la arrogancia y de la soberbia. La vanidad es inocua y no suele tratarse sino
de amor propio al descubierto. Hay quien trata de diferenciar entre vanidad y
autoestima dándole a la primera un sentido negativo, como alimento del ego y a
la segunda (la autoestima) una carga positiva como de alimento del espíritu.
Chorradas. Es la misma falacia de quienes tratan de argumentar la diferencia
entre patriota y nacionalista: el patriotismo encarna lo bueno, lo valiente, lo
gallardo, lo generoso, la entrega del individuo al bien común; el nacionalismo,
por el contrario, encarna la exaltación de la diferencia, el chovinismo, la
racanería ante el otro… Patrañas de trilero. Es lo mismo pero con distintas
palabras, según conveniencia. El nacionalista es visto como un patriota desde
el otro lado de la trinchera. Y viceversa.
Pero volvamos
a la vanidad. En la filosofía y la literatura clásicas representa lo efímero,
lo transitorio, lo terrenal, ante lo que se opone lo permanente, lo sólido, la
vida eterna. A ello dedicó Jorge Manrique uno de los mejores poemarios medieval-renacentistas
de la literatura española en el que nos previene de que:
“Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
más vale tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar”
A la hora de
aleccionarnos sobre el camino para ganar la eternidad desprovista de vanidad,
el autor nos sugiere dos rutas:
“…mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
e con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos e aflicciones
contra moros.
¡Alto ahí! Que
los religiosos ganen el cielo con sus oraciones me parece simplista y facilón.
Lo de los lloros ya me parece más pérfido, en cuánto que la religión, todo el
mundo sabe que ofrecía una vida fácil y sin grandes trabajos a sus servidores
en comparación con el valle de lágrimas del siervo e incluso del labrador, pero
que los caballeros famosos se ganen la vida eterna con sus trabajos y
aflicciones contra moros… hombre,
amigo Manrique: Reconoce que ahí te has pasado, por muy cumbre de la literatura
de la época que seas.
Antes de ser
guillotinada, una dama de la aristocracia francesa pidió un momento para
retocarse el maquillaje, otra (Mdme. Du Barry) también pidió una pequeña
prórroga con su famoso “Encore un moment,
Monsieur le bourreau, encore un moment” para… bueno, no sé; y Maria
Antonieta, la pobre, pisó sin querer al verdugo, de lo que educadamente se
excusó con un: “Disculpe señor, no lo hice a propósito”. Yo te piso sin querer,
tú me decapitas queriendo y yo te pido perdón: Noblesse oblige. De cualquier modo, la vanidad es terrenal, es
transitoria, y es deliciosamente coqueta si no se lleva al extremo de la
soberbia o la arrogancia, términos enfermizos y generadores de mal. Además
-como dijo Sábato- “… es tan fantástica (y tan poderosa –añado yo-), que hasta
nos induce a preocuparnos por lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados”.
Ahí es nada.
Román Rubio
Agosto 2016
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