CRIMEN Y
CASTIGO
En Italia se
ha movido la tierra y se ha vengado de los inocentes. A veces se manifiesta el
Armagedón y ante eso, ante las fuerzas
telúricas los humanos reconocemos nuestra levedad y aceptamos el castigo de la
fuerza ciega del golpe de mar, del temblor de tierra, del volcán… como inevitable. Nos sentimos pequeñitos y
reconocemos que no tenemos nada que hacer excepto, como en el cuento de los tres cerditos, hacer construcciones más resistentes que resguarden algo
mejor del soplido del lobo. En estas circunstancias es fácil humillarse ante la
fuerza ciclópea de la Naturaleza y reconocer nuestra inferioridad. Ni hoy ni
ayer (cuando Pompeya) ni mañana seremos capaces de doblegar la fuerza del
castigo de la tierra.
A dos mil
kilómetros de Los Apeninos, un muchacho
con más alcohol en el cuerpo de lo que sería deseable, una madrugada se lleva
por delante a un hombre trabajador que andaba en moto y deja a dos niñas de 5 y
7 años huérfanas, truncándoles la vida. O todavía más trivial: ese mismo
muchacho, es ahora abstemio y observante de las reglas y coge el teléfono para
consultar el mensaje que le acaba de entrar y que él estaba esperando con
deleite produciendo el accidente que acaba con la vida del padre cariñoso y
trabajador y el consecuente desamparo de quienes deja detrás. ¿Merece un
despiste tan nimio un castigo tan brutal? ¿Tiene sentido que el hecho
imprudente e insignificante de mirar una pantalla durante dos segundos tenga
tan terribles e irreversibles consecuencias?
El hombre, en su
intento de poner orden en el caos, ha construido un entramado lógico de
castigos y recompensas en el que la pena debe estar en consonancia con el
crimen y le desconcierta y horroriza el hecho de que esto no sea así. Sobre esa
base se fundamenta el sistema religioso y el jurídico- penal. ¿Has sido bueno?
Irás al cielo. ¿Has pecado? Habrá que
expiar el asunto de alguna manera, en vida o en el más allá. Por este motivo
nos resulta tan difícil aceptar el sufrimiento infantil o cosas tan desproporcionadas
e inexplicables como el hecho de que alguien como el gallego Ramón Sampedro
resultara tetrapléjico por el hecho de saltar al mar un segundo después de que
la ola se retirase de la roca. Imprudencia: sí; pero ¿no es un precio
desproporcionado el que el hombre tuvo que pagar por el mal cálculo de un
segundo? ¡Venga ya! ¿Dónde está la medida de la justicia?
El 9 de agosto
de 1945 los americanos lanzaron su segunda bomba atómica, la de Nagasaki, con
efectos devastadores produciendo muerte y destrucción en la ciudad, aunque
menos que en Hiroshima, dada la orografía del lugar. Lo paradójico dentro de lo
macabro es que la ciudad no era el destino inicial. La bomba debía lanzarse
sobre Niigata pero el cielo estaba cubierto por las nubes y se desechó el
objetivo una vez iniciada la misión. Se consideró Kokura, que era el objetivo
alternativo a Hiroshima, pero ese día había espesa niebla sobre la ciudad de
modo que se eligió Nagasaki por el hecho
de que el cielo estaba allí despejado. Y esa burla del destino fue el
crimen que mereció el duro castigo de decenas de millares de personas
quemadas y deformadas por el calor y la radiación. Todo el horror que
padecieron esas personas y las que murieron los días y meses siguientes tas
tremendos sufrimientos se debió a que
ese día amaneció despejado en Nagasaki. La perdición de la ciudad fue la
fortuna de Kokura y sus habitantes, que se habían salvado dos veces del
apocalipsis.
En todas esas
alegres y estimulantes cosas estaba yo pensando la otra noche mientras miraba
el magnífico cielo estrellado en el campo. Entonces me acordé de que las
estrellas fugaces no son ni siquiera estrellas, que son fragmentos de un cometa que entran en incandescencia
al roce con la atmósfera; en cuanto a las estrellas… ni ellas siquiera existen o
al menos tal y como las vemos. En realidad lo que vemos es la luz que estas emitieron
en un tiempo pasado, hace unos años
algunas (las más cercanas) y miles o millones de años otras que dicen los expertos que ya han desaparecido, que se
han apagado. Un timo, el cielo. Y eso
que parecía fiable.
Román Rubio
Agosto 2016
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