sábado, 27 de agosto de 2016

CRIMEN Y CASTIGO

CRIMEN Y CASTIGO
















En Italia se ha movido la tierra y se ha vengado de los inocentes. A veces se manifiesta el Armagedón  y ante eso, ante las fuerzas telúricas los humanos reconocemos nuestra levedad y aceptamos el castigo de la fuerza ciega del golpe de mar, del temblor de tierra, del volcán…  como inevitable. Nos sentimos pequeñitos y reconocemos que no tenemos nada que hacer excepto, como en el cuento de los tres cerditos, hacer construcciones más resistentes que resguarden algo mejor del soplido del lobo. En estas circunstancias es fácil humillarse ante la fuerza ciclópea de la Naturaleza y reconocer nuestra inferioridad. Ni hoy ni ayer (cuando Pompeya) ni mañana seremos capaces de doblegar la fuerza del castigo de la tierra.

A dos mil kilómetros de Los Apeninos,  un muchacho con más alcohol en el cuerpo de lo que sería deseable, una madrugada se lleva por delante a un hombre trabajador que andaba en moto y deja a dos niñas de 5 y 7 años huérfanas, truncándoles la vida. O todavía más trivial: ese mismo muchacho, es ahora abstemio y observante de las reglas y coge el teléfono para consultar el mensaje que le acaba de entrar y que él estaba esperando con deleite produciendo el accidente que acaba con la vida del padre cariñoso y trabajador y el consecuente desamparo de quienes deja detrás. ¿Merece un despiste tan nimio un castigo tan brutal? ¿Tiene sentido que el hecho imprudente e insignificante de mirar una pantalla durante dos segundos tenga tan terribles e irreversibles consecuencias?

El hombre, en su intento de poner orden en el caos, ha construido un entramado lógico de castigos y recompensas en el que la pena debe estar en consonancia con el crimen y le desconcierta y horroriza el hecho de que esto no sea así. Sobre esa base se fundamenta el sistema religioso y el jurídico- penal. ¿Has sido bueno? Irás al cielo. ¿Has  pecado? Habrá que expiar el asunto de alguna manera, en vida o en el más allá. Por este motivo nos resulta tan difícil aceptar el sufrimiento infantil o cosas tan desproporcionadas e inexplicables como el hecho de que alguien como el gallego Ramón Sampedro resultara tetrapléjico por el hecho de saltar al mar un segundo después de que la ola se retirase de la roca. Imprudencia: sí; pero ¿no es un precio desproporcionado el que el hombre tuvo que pagar por el mal cálculo de un segundo? ¡Venga ya! ¿Dónde está la medida de la justicia?

El 9 de agosto de 1945 los americanos lanzaron su segunda bomba atómica, la de Nagasaki, con efectos devastadores produciendo muerte y destrucción en la ciudad, aunque menos que en Hiroshima, dada la orografía del lugar. Lo paradójico dentro de lo macabro es que la ciudad no era el destino inicial. La bomba debía lanzarse sobre Niigata pero el cielo estaba cubierto por las nubes y se desechó el objetivo una vez iniciada la misión. Se consideró Kokura, que era el objetivo alternativo a Hiroshima, pero ese día había espesa niebla sobre la ciudad de modo que se eligió  Nagasaki por el hecho de que el cielo estaba allí despejado. Y esa burla del destino  fue el  crimen que mereció el duro castigo de decenas de millares de personas quemadas y deformadas por el calor y la radiación. Todo el horror que padecieron esas personas y las que murieron los días y meses siguientes tas tremendos sufrimientos  se debió a que ese día amaneció despejado en Nagasaki. La perdición de la ciudad fue la fortuna de Kokura y sus habitantes, que se habían salvado dos veces del apocalipsis.

En todas esas alegres y estimulantes cosas estaba yo pensando la otra noche mientras miraba el magnífico cielo estrellado en el campo. Entonces me acordé de que las estrellas fugaces no son ni siquiera estrellas,  que son fragmentos de un cometa que entran en incandescencia al roce con la atmósfera; en cuanto a las estrellas… ni ellas siquiera existen o al menos tal y como las vemos. En realidad lo que vemos es la luz que estas emitieron en un  tiempo pasado, hace unos años algunas (las más cercanas) y miles o millones de años otras que dicen  los expertos que ya han desaparecido, que se han apagado. Un timo, el cielo.  Y eso que parecía fiable.

Román Rubio
Agosto 2016 

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