LONDRES
“Londres trata de superar los hechos”, “la ciudad se
esfuerza por recobrar la normalidad”, “no nos rendiremos”. ¿Cuántas frases parecidas hemos oído estos días a propósito del salvaje
y absurdo suceso de hace un par de días en Westminster? Pues claro que superará
–la ciudad- los hechos. Y recobrará la
normalidad, por supuesto que la recobrará. Hoy mismo. En cuanto a lo de “no nos
rendiremos” no deja de parecerme una payasada. ¿Cómo va un perturbado, por
estúpido y criminal que sea, hacer temblar los cimientos de una sociedad como
la inglesa que resistió los embates de Hitler y la Luftwaffe? A día de hoy, los
trenes andarán atestados de gente a primera hora de la mañana para abrir los
bancos y bufetes de la City, los comercios, las cafeterías, los hospitales, las
universidades y las escuelas. Ejércitos de limpiadores y limpiadoras saldrán de
sus agujeros con baño y cocina compartidos y acudirán a pulir opulentas casas, negocios y
oficinas, como siempre; los porteros del Savoy se pondrán su librea y sombrero
de copa y seguirán abriendo las puertas de los coches de los huéspedes en el
acceso al hotel que presume de tener el único tramo de toda la isla en el que
se circula por la derecha y los mendigos continuarán pidiendo su cambio (Any spare change, mate?) y su
cigarrillo; ¿qué se han creído?
Lo cierto es
que todos esperábamos esas frases de los bustos hablantes con micrófono para
las televisiones: frases que, o no tienen mucho sentido o, a fuerza de oírlas
tanto, han visto devaluado su significado. Piénsenlo. ¿Qué quiere decir
“tratar” de superar los hechos, refiriéndose a una ciudad entera como si de un
terremoto se tratara? Tras un terremoto como los que Mexico D.F, San Francisco,
Kobe y otras han sufrido sí que tiene sentido hablar de ello. Busquen las
imágenes de Kobe y verán: hay calles y carreteras con grietas por las que caben
camiones, edificios derruidos, la corriente eléctrica cortada, multitud de
incendios por la rotura de las tuberías del gas a los que los bomberos no
pueden ni siquiera llegar, hospitales asolados y gente atrapada entre los
escombros. Ese es el escenario en que una ciudad “trata” de superar los hechos
y se “esfuerza” por recobrar la normalidad y no en el caso de un homicida que odia
al mundo y se dedica un día a atropellar a quien quiera que pasara por un
céntrico puente con un coche alquilado.
Lo cierto es
que el ataque terrorista aislado como el que vivió Londres es aterrador. Es
pavoroso por lo que tiene de azaroso e indiscriminado. Hay algo monstruoso en
el hecho de que no haya ninguna conexión lógica, ninguna relación causa-efecto
entre culpa y castigo, que es la esencia del mensaje de las religiones
monoteístas, el fundamento del terrorismo y que resulta repulsivo al individuo
y a la sociedad. De acuerdo: Jack el Destripador cometió crímenes abominables,
pero lo hacía contra prostitutas, con lo que si no eras mujer, prostituta y
dada a pasear sola en horario nocturno por los más oscuros callejones de
Whitechapel podías considerarte a salvo. Con no ser judío, gitano, homosexual o
comunista, o ser capaz de disimularlo bien, tenías ciertas garantías de ponerte
a salvo de las acometidas de los nazis, pero el castigo por tomar un tren en
una estación suburbial madrileña o pasear cerca del Big Ben es algo situado fuera
del sistema ético, moral y lógico del hombre moderno, que sacude los cimientos
de la razón de una sociedad que, tras el Siglo de las Luces, trata de encontrar
la lógica implacable en todo acto humano, social y natural.
Dejemos el
terrorismo. En un campo diferente, ¿no creen que se ha abusado de la frase de
“luchar valientemente (heroicamente) contra el cáncer”. Vale, Todos sabemos
(porque lo hemos vivido de manera más o menos cercana) de la dureza de algunos
de los tratamientos que se administran contra la enfermedad y las molestias de
sus consecuencias, pero, del otro lado está la vida y uno se somete a ellos
para tratar de seguir viviendo. Y muchas veces se consigue. Luego, ¿qué hay de
heroico en ponerse en manos del médico y aceptar con resignación la crueldad de
los tratamientos? Y sobre todo: ¿en qué grado de valentía queda el que pierde
la batalla y cae? ¿Qué es?, ¿un cobarde, acaso?
Román Rubio
Marzo 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario