viernes, 24 de marzo de 2017

LONDRES

LONDRES

“Londres trata de superar los hechos”, “la ciudad se esfuerza por recobrar la normalidad”, “no nos rendiremos”. ¿Cuántas frases parecidas hemos oído estos días a propósito del salvaje y absurdo suceso de hace un par de días en Westminster? Pues claro que superará –la ciudad-  los hechos. Y recobrará la normalidad, por supuesto que la recobrará. Hoy mismo. En cuanto a lo de “no nos rendiremos” no deja de parecerme una payasada. ¿Cómo va un perturbado, por estúpido y criminal que sea, hacer temblar los cimientos de una sociedad como la inglesa que resistió los embates de Hitler y la Luftwaffe? A día de hoy, los trenes andarán atestados de gente a primera hora de la mañana para abrir los bancos y bufetes de la City, los comercios, las cafeterías, los hospitales, las universidades y las escuelas. Ejércitos de limpiadores y limpiadoras saldrán de sus agujeros con baño y cocina compartidos y  acudirán a pulir opulentas casas, negocios y oficinas, como siempre; los porteros del Savoy se pondrán su librea y sombrero de copa y seguirán abriendo las puertas de los coches de los huéspedes en el acceso al hotel que presume de tener el único tramo de toda la isla en el que se circula por la derecha y los mendigos continuarán pidiendo su cambio (Any spare change, mate?) y su cigarrillo; ¿qué se han creído?

Lo cierto es que todos esperábamos esas frases de los bustos hablantes con micrófono para las televisiones: frases que, o no tienen mucho sentido o, a fuerza de oírlas tanto, han visto devaluado su significado. Piénsenlo. ¿Qué quiere decir “tratar” de superar los hechos, refiriéndose a una ciudad entera como si de un terremoto se tratara? Tras un terremoto como los que Mexico D.F, San Francisco, Kobe y otras han sufrido sí que tiene sentido hablar de ello. Busquen las imágenes de Kobe y verán: hay calles y carreteras con grietas por las que caben camiones, edificios derruidos, la corriente eléctrica cortada, multitud de incendios por la rotura de las tuberías del gas a los que los bomberos no pueden ni siquiera llegar, hospitales asolados y gente atrapada entre los escombros. Ese es el escenario en que una ciudad “trata” de superar los hechos y se “esfuerza” por recobrar la normalidad y no en el caso de un homicida que odia al mundo y se dedica un día a atropellar a quien quiera que pasara por un céntrico puente con un coche alquilado.

Lo cierto es que el ataque terrorista aislado como el que vivió Londres es aterrador. Es pavoroso por lo que tiene de azaroso e indiscriminado. Hay algo monstruoso en el hecho de que no haya ninguna conexión lógica, ninguna relación causa-efecto entre culpa y castigo, que es la esencia del mensaje de las religiones monoteístas, el fundamento del terrorismo y que resulta repulsivo al individuo y a la sociedad. De acuerdo: Jack el Destripador cometió crímenes abominables, pero lo hacía contra prostitutas, con lo que si no eras mujer, prostituta y dada a pasear sola en horario nocturno por los más oscuros callejones de Whitechapel podías considerarte a salvo. Con no ser judío, gitano, homosexual o comunista, o ser capaz de disimularlo bien, tenías ciertas garantías de ponerte a salvo de las acometidas de los nazis, pero el castigo por tomar un tren en una estación suburbial madrileña o pasear cerca del Big Ben es algo situado fuera del sistema ético, moral y lógico del hombre moderno, que sacude los cimientos de la razón de una sociedad que, tras el Siglo de las Luces, trata de encontrar la lógica implacable en todo acto humano, social y natural.

Dejemos el terrorismo. En un campo diferente, ¿no creen que se ha abusado de la frase de “luchar valientemente (heroicamente) contra el cáncer”. Vale, Todos sabemos (porque lo hemos vivido de manera más o menos cercana) de la dureza de algunos de los tratamientos que se administran contra la enfermedad y las molestias de sus consecuencias, pero, del otro lado está la vida y uno se somete a ellos para tratar de seguir viviendo. Y muchas veces se consigue. Luego, ¿qué hay de heroico en ponerse en manos del médico y aceptar con resignación la crueldad de los tratamientos? Y sobre todo: ¿en qué grado de valentía queda el que pierde la batalla y cae? ¿Qué es?, ¿un cobarde, acaso?


Román Rubio
Marzo 2017

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