DOMINGOS
No hace
mucho me lamentaba en un artículo de este mismo blog llamado Prensa amiga del hecho de que muchos se
cojan grandes cabreos cuando leen en su periódico favorito opiniones que no
coinciden con las propias y hasta se quejan de que los humoristas no hagan
exactamente el chiste que a ellos les gustaría que hicieran. El penúltimo
berrinche de muchos lectores de El País ha sido un artículo firmado por John
Carlin en el que elogiaba la remontada del Barcelona contra el Paris St.
Germain y calificaba a los recalcitrantes madridistas, que despreciaron la
gesta e incluso iniciaron una iniciativa en las redes para reclamar a la UEFA, de
“miserables” y “cutres”. El artículo no es que fuera específicamente antimadridista
ya que al final del mismo, el autor dice que en caso de que la remontada
piscinera la hubiera protagonizado el Real Madrid, la reacción barcelonista
habría sido similar. Es pues, contra el forofismo pasional de quien se regocija
tanto en la derrota del rival como en la victoria propia (más o menos lo que
nos pasa a todos los aficionados al fútbol) contra lo que apuntaba el autor. Y
ni siquiera eso. Más que una crítica se trataba de constatar la naturaleza rastrerilla y apasionada del hincha, con
lo que coincido cien por cien. ¿O hay algo mejor que ver perder al Madrid en el
último minuto, de penalti injusto (si es que eso es posible) y contra el
colista, tras una desafortunada jornada de tu equipo? ¿Y qué creen?, ¿que los
hinchas heridos braman contra Carlin? Pues no lo sé, pero desde luego sí lo
hacen contra el diario que publicó el artículo. Los periódicos tienen una línea
editorial de la que sí se puede esperar una posición política e ideológica en
la que no caben este tipo de comentarios y después tiene colaboradores, que no
necesariamente tienen por qué coincidir
con la línea editorial. De hecho, es lo que a muchos nos gusta: encontrar
chistes que no se nos habría ocurrido a nosotros mismos en las historietas
gráficas e ideas en artículos o puntos de vista que nos resultan novedosos,
interesantes, chocantes, audaces…-y ¿por qué no? contrarios a nuestro credo-.
Para leer lo mismo que se me ocurriría escribir a mí, ya tengo mi blog.
Siempre
he dicho que a los españoles –o a una buena parte de ellos- les encanta vivir cabreados y si es por
nimiedades, mejor que mejor. El pasado domingo (que Dios guarde a San José) entré
a ver un curioso museo valenciano. Se trata de la Casa de las Rocas, edificio
del siglo XV, en la Valencia antigua, en donde se guardan las Rocas, que son
carrozas, algunas de los siglos XIV y XV, usadas para la celebración del Corpus
Christi y que en compañía de Els Gegants
y Els Nanos, se exponen en un interesante, sencillo y poco
pretencioso museo. A la entrada del museo hay un cartel (en inglés) con la
historia y características de cada una de las carrozas del recinto. Junto al
cartel, unos folletos (en español y valenciano) con exactamente la misma
información. Mientras miraba el cartel (en inglés) y comentaba con mi mujer la
antigüedad de cada una de las carrozas, una mujer, una indignada ciudadana, se
lamentaba amargamente de que la información fuera dada en inglés y no en lengua
vernácula culpando al Ayuntamiento y otras autoridades de la grave ofensa
proferida a ella y al resto de la ciudadanía. No le importaba en absoluto que
justo al lado tuviera un folleto con exactamente la misma información en su idioma.
Se negó a tomarlo siquiera y hasta a visitar, o seguir visitando, la
exposición. La ofensa ya estaba hecha. Allí había un mural (exclusivamente) en
inglés en su propia ciudad que parecía haber sido diseñado, no para dar la
mejor atención al visitante, sino con el exclusivo propósito de ofenderla a
ella. Y vaya si lo consiguió. La mujer se consideró agredida hasta la
indignación.
A ver
si somos capaces de separar el grano de la paja. Hay un museo. Es interesante.
Se pueden ver de cerca valiosas carrozas alegóricas de más de 500 años
perfectamente conservadas, que son importantes en la iconografía valenciana,
dentro de un magnífico edificio
intocado, raro ejemplo de arquitectura civil de la época. Y hay estupendos
folletos explicativos a disposición del visitante. Todo esto a un lado de la
balanza. En el otro lado de la balanza hay un cartel explicativo en el vestíbulo
en inglés. ¿Alguien cree que vale la pena llevarse un berrinche y maldecir la
experiencia al tiempo que se lamenta uno de la servidumbre para con el gringo? Y
la culpa, del señor alcalde. ¿Ven cómo hay quien sale preparado de casa a que le
pisen el callo?
Román
Rubio
Marzo
2017
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