VENCER
O CONVENCER
Se queja Trump
de que hace tiempo que los EEUU no ganan ni una guerra. Dice que en su niñez y
adolescencia los americanos estaban orgullosos de pertenecer a un país que
ganaba todos los conflictos, pero que últimamente esto no ocurre. Y tiene
razón. Desde la humillante salida de Vietnam parece que el poderoso ejército es
incapaz de ganar una guerra. Una cosa es derrotar a un ejército rival y otra
diferente ganar una guerra. En Irak, por ejemplo, arrollaron al inoperante
ejército de Sadam en unos días y ¿qué consiguieron? Un país sin prácticamente
control en el que la insurgencia siembra el terror día sí día también. ¿O es
que se creían que se iban a conformar los iraquíes con la Pax Americana? ¿Por qué habrían de hacerlo? Una cosa es derrotar a
un ejército, e incluso ocupar un país, y otra es someterlo o convencerles para
que se gobiernen a tu gusto. En el tribal y atrasado Afganistán también
salieron con el rabo entre piernas, lo que no extraña a nadie, especialmente a
los rusos, que habían salido igual de allí años antes.
¿Y cuál es la
solución que Trump propone para revertir el problema? Pues sí, lo más obvio:
aumentar el gasto en defensa. El Presidente ha decidido aumentar el gasto en
Defensa de los EEUU en 54.000 millones de dólares, el cuádruple del presupuesto
de defensa español total. Los EEUU dedican una cantidad de más de 600.000
millones de dólares al año en sus ejércitos superando la suma de lo que gastan las diez siguientes
naciones más poderosas de la Tierra (China 216.000 millones, Rusia 84.000,
Arabia Saudita 81.000, Francia y Reino Unido 60.000 cada una, y Alemania y
Japón unos 37.000 dólares). ¿Y saben cuál es el presupuesto militar de
Afganistán, el irreductible galo con turbante que habita las montañas centrales
de Asia? 186 millones (la trescientas veintiseismilaba parte del presupuesto
americano). Y no pudieron con ellos.
Por supuesto,
la nueva inyección de dinero público que hay que proveer para satisfacer el aumento armamentístico
habrá que detraerlo de otras partidas, lo que redundará en un deterioro de
otros sectores de la vida americana, de manera notable el bienestar social.
Hace un tiempo
en que escribí un artículo en este mismo blog sobre los conceptos de Hard Power o poder duro y Soft Power o blando. El primero se
refiere al poder militar o diplomático
coercitivo (capacidad para imponer sanciones o bloqueos) y el segundo se refiere
a la influencia de los países por su proyección cultural, universitaria, industrial,
científica, turística y del espectáculo. En todo ello la nación americana es la
número uno mundial. Las universidades y las empresas tecnológicas atraen el
talento mundial, los deportistas copan el medallero olímpico, Hollywood
alimenta de sueños al mundo y no hay estudio científico que se precie que no se
difunda en una publicación estadounidense. El impacto del estilo de vida
americano es enorme a escala global. La mayor parte de las tendencias
–alimentarias, musicales, de estilo, de relaciones personales y estilos de
vida- provienen de allí. Hasta
las mismas palabras que los definen o explican (fitness, running, mindfullness, wellness, storytelling, mobbing,
phubbing, bullying…)
La necesidad pues de aumentar el potencial militar americano no es sino
otro desmán del millonario brabucón que
piensa que para hacer más grande a su país necesita (aún) más y más
sofisticadas e innecesarias armas dejando más desprotegidos a los ciudadanos
más débiles. Un disparate.
Hay muchas maneras de clasificar al personal: están los graciosos y los
pelmas, los ateos y los creyentes, los de izquierdas y los de derechas, los
progresistas y los conservadores, los hombres y las mujeres, los taurinos y los
antitaurinos, los futboleros y quienes sufren sarpullidos a la vista de un
campo verde y un balón. Lo de hoy va de quiEnes creen que en la vida se trata
de vencer y quienes creen que hay que convencer. Trump (y no sorprende a nadie
esto) es de los primeros, de quienes clasifican a la gente entre vencedores y
vencidos, ganadores y perdedores, fuertes y débiles y odia a los débiles, pero
que no se equivoque, que las apariencias engañan. Que mire sino a Afganistán.
Román Rubio
Marzo 2017
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