No sé de donde
viene esta moda de sacar autobuses proclamando esto o lo otro. A mí,
sinceramente, me parece una sandez. Los autobuses (o autocares como tradicionalmente
se ha llamado a los interurbanos) han servido para lo que han servido: para llevarnos
y traernos del pueblo con la gallina en el cesto, para ir a Madrid o Bilbao
antes del Ave, para las excursiones escolares y para los viajes de las
asociaciones de amas de casa y del Imserso. En mi niñez recuerdo ver en los de
mi ciudad anuncios de Profiden con un primer plano de una dentadura blanquísima
y simpáticos anuncios de licores Tio
Pepe o Veterano.
La primera vez
que oí hablar de autobuses exhibiendo mensajes políticos o ideológicos fue en
2008, con la iniciativa de los ateos
londinenses, iniciada por la periodista Ariana
Sherine en un artículo en The Guardian y apadrinada por el célebre filósofo ateo
y ateísta Richard Dawkins, en la que se
exhibía el mensaje de “Probablemente
Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida” (en su momento
leí que el “probablemente” del cartel fue una exigencia de la autoridad del
transporte de Londres). Por algún motivo, aunque innecesaria y tontorrona,
encontré la campaña simpática, invitando a tomar de la vida lo que esta nos
ofrece, sin más historias.
Después, ya en
nuestro país, vino aquella de los niños y los penes y la vulva de las niñas y
ya lo encontré ridículo y perverso por muchas razones: en primer lugar iba
dirigida a los niños, para quienes el tema no es, en absoluto, relevante. Más
parece un mensaje de papás para papás (que no tienen ese problema con sus
hijos) disfrazado engañosamente de mensaje al niño. Y en segundo lugar, era innecesariamente
irrespetuoso hacia quienes están en lo de cambio de sexo. ¿Qué saben los
patrocinadores de la campaña de lo que
ocurre en la mente de quién decide cambiar de sexo, llegando a mutilarse?
A continuación,
la Sexta, en su delirio efectista, decidió sacar su propio autobús con la cara
de Wyoming diciendo no se qué y ahora son los de Podemos quienes ponen en la
calle un autobús para “denunciar” la corrupción, como si se tratara de algo de
lo que la opinión pública no esté suficientemente sensibilizada. ¿Qué sentido
tiene sacar las bien conocidas caras de los felones chupópteros si no es oportunismo
político puro y duro? ¿Hace falta denunciar lo que lo ha sido tantas veces o se
trata de actuar?
Dada la
estúpida moda de sacar autobuses a la calle con eslóganes que son obvios,
innecesarios, inanes, agresivos contra las personas o todas las cosas juntas,
se me ocurren unos cuantos para pasear por las calles financiados por crowdfunding. Por ejemplo:
En Madrid
amamos a Cataluña, su lengua y sus habitantes. Ellos nos odian.
La Virgen
María cree que su hijo es Dios. Este cree que su madre es virgen.
El yoga y la
meditación curan el cáncer.
Alacant es la millor terreta del món.
Hay vida en el
más allá.
El español es
un ciudadano siempre dispuesto a argumentar y discutir las ideas polémicas de
manera educada, incluso con los que piensan de manera diferente.
Wyoming es un
personaje real, ambiguo sexualmente y enamorado de Thais Villas.
La derecha española
es civilizada, moderna, amante de la bicicleta y el aire limpio y de una
sociedad más igualitaria.
La fiesta de El
libro y la Rosa de Sant Jordi merece la proclamación de Patrimonio Inmaterial
de la Humanidad por la Unesco.
El silbo
canario. Diccionario de sinónimos y antónimos.
La televisión,
en su horario nocturno, es interesante e instructiva.
Los días son
luminosos y las noches oscuras.
Gibraltar,
español.
Pueden añadir
otros lemas a su gusto. Las ciudades serían más absurdas, pero, eso sí, más
divertidas. Y no se olviden de llenar los autobuses de gente que vaya de un
lado para otro. Al fin y al cabo, es para lo que se inventaron.
Román Rubio
Abril 2017
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