SER
COMUNISTA
¿Qué significa
ser comunista hoy en día? Ese parecía ser el tema del programa de la Sexta el pasado viernes por la
noche. No lo vi, pero escuché de pasada algunos testimonios mientras iba y
venía a la cocina y me recordaron algunas premisas, por una parte olvidadas, y
que no por ello dejan de ser verdades como templos.
La primera de
todas, que oí a algunos intervinientes, era la determinación de acabar con las clases
sociales, y que el trabajo y el esfuerzo de unos no signifique el
enriquecimiento de otros sino de la colectividad, o lo que es lo mismo: que la
riqueza de unos pocos no provenga del
esfuerzo de otros muchos Es cierto que hoy, el sistema de clases está más diluido
que antes, pero ¿hay alguien que dude de su pervivencia? Y, ¿qué tiene de reprobable
este axioma comunista? De una manera esquemática y general, el trabajo del individuo
genera unos beneficios para la empresa que es poseída por un dueño o dueños y
por ello el trabajador percibe un sueldo. La diferencia entre la riqueza
generada y la percibida en forma y sustancia de salario es lo que se denomina
plusvalía, cantidad que va a parar al bolsillo del patrono, los accionistas o
patronos-accionistas. Otra de las premisas que proclamaban los comunistas era
la solidaridad con los oprimidos y la mejora de quienes menos tienen, así como
la apuesta por la propiedad colectiva, y no individual, de los medios de producción
(la tierra, en aquella España agrícola y latifundista), vindicaciones, todas
ellas, vigentes y justas en una sociedad cada vez más volcada a dar salarios
bajos para producir beneficios cuantiosos.
El conservador,
tradicionalista y enemigo del comunista, tiende a querer perpetuar los
privilegios de clase e incluso de casta con la convicción de no querer cambiar
algo que ha funcionado tan bien (para él, al menos) hasta el momento presente.
El liberal (otro
enemigo del comunismo) es partidario de la perpetuación de las clases y
privilegios basándose no tanto en la existencia de castas en cuanto a la valía,
suerte, capacidad y trabajo del individuo. La mejor expresión del liberalismo
es la sencilla frase de Adam Smith: “No es por la benevolencia del carnicero,
el panadero y el cervecero que podemos contar con nuestra cena, sino por su
propio interés”. Se trata de eso. La economía, el progreso, la generación de la
riqueza y la prosperidad del individuo se basa en que uno sea capaz de generar
un producto o servicio deseable para otro u otros individuos capaces de pagar
por él con dinero u otros servicios o productos con la convicción de que la
transacción es ventajosa para ambas partes. Por ejemplo: una persona desea
tener un iPad para poder consultar el correo, leer la prensa o ver documentales
desde la cama o el sillón, y una empresa de Cupertino los diseña, fabrica y
vende a un precio posiblemente hinchado –y por tanto, muy provechoso para el
bolsillo del empresario o gran accionista- con el convencimiento de que el cliente pagará
por el producto una cantidad exagerada y se sentirá satisfecho por el hecho de
tenerlo, como quien compra un Mercedes. Esa es la base de la economía de
mercado: que ambas partes resulten satisfechas con la transacción: una con su
iPad y otra con su ingreso bancario. El cervecero al que Adam Smith se refería
se esforzará y trabajará duro para hacer la mejor cerveza y así atraer a la
clientela que le hará crecer y le permitirá abrir otra fábrica y otra, hasta
hacerse todo lo rico y poderoso que sus capacidades, su suerte y su trabajo le
permitan; sin freno de la sociedad y a ser posible, sin impuestos.
Todos estos
pensamientos rondaban por mi mente al tiempo que recordaba lo visto durante la
semana en la que recorrí buena parte de Andalucía oriental. Allí, en los campos
de Antequera, me percaté de que las cuadrillas de jornaleros que trabajaban en
las labores agrícolas de la incipiente primavera eran, como aquí en mi tierra,
todos extranjeros: norteafricanos y rumanos. Y traté de cuadrar todas estas teorías
del comunismo, conservadurismo y liberalismo con el hecho de que en la región
española (junto con Extremadura) más pobre y con mayor paro de España, sean los
extranjeros quienes agachen el lomo en la más dura de las tareas para recoger
los frutos de la tierra por un escaso jornal. Todavía no he llegado a ninguna
conclusión, pero intentaré explicárselo (y explicármelo) cuando la alcance. Al
igual que el hecho de que los bares de mi ciudad lo regenten, en su mayoría,
los chinos.
Román Rubio
Abril 2017
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