domingo, 9 de abril de 2017

SER COMUNISTA

SER COMUNISTA

¿Qué significa ser comunista hoy en día? Ese parecía ser el tema del  programa de la Sexta el pasado viernes por la noche. No lo vi, pero escuché de pasada algunos testimonios mientras iba y venía a la cocina y me recordaron algunas premisas, por una parte olvidadas, y que no por ello dejan de ser verdades como templos.
La primera de todas, que oí a algunos intervinientes, era la determinación de acabar con las clases sociales, y que el trabajo y el esfuerzo de unos no signifique el enriquecimiento de otros sino de la colectividad, o lo que es lo mismo: que la riqueza de unos pocos  no provenga del esfuerzo de otros muchos Es cierto que hoy, el sistema de clases está más diluido que antes, pero ¿hay alguien que dude de su pervivencia? Y, ¿qué tiene de reprobable este axioma comunista? De una manera esquemática y general, el trabajo del individuo genera unos beneficios para la empresa que es poseída por un dueño o dueños y por ello el trabajador percibe un sueldo. La diferencia entre la riqueza generada y la percibida en forma y sustancia de salario es lo que se denomina plusvalía, cantidad que va a parar al bolsillo del patrono, los accionistas o patronos-accionistas. Otra de las premisas que proclamaban los comunistas era la solidaridad con los oprimidos y la mejora de quienes menos tienen, así como la apuesta por la propiedad colectiva, y no individual, de los medios de producción (la tierra, en aquella España agrícola y latifundista), vindicaciones, todas ellas, vigentes y justas en una sociedad cada vez más volcada a dar salarios bajos para producir beneficios cuantiosos.

El conservador, tradicionalista y enemigo del comunista, tiende a querer perpetuar los privilegios de clase e incluso de casta con la convicción de no querer cambiar algo que ha funcionado tan bien (para él, al menos) hasta el momento presente.

El liberal (otro enemigo del comunismo) es partidario de la perpetuación de las clases y privilegios basándose no tanto en la existencia de castas en cuanto a la valía, suerte, capacidad y trabajo del individuo. La mejor expresión del liberalismo es la sencilla frase de Adam Smith: “No es por la benevolencia del carnicero, el panadero y el cervecero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”. Se trata de eso. La economía, el progreso, la generación de la riqueza y la prosperidad del individuo se basa en que uno sea capaz de generar un producto o servicio deseable para otro u otros individuos capaces de pagar por él con dinero u otros servicios o productos con la convicción de que la transacción es ventajosa para ambas partes. Por ejemplo: una persona desea tener un iPad para poder consultar el correo, leer la prensa o ver documentales desde la cama o el sillón, y una empresa de Cupertino los diseña, fabrica y vende a un precio posiblemente hinchado –y por tanto, muy provechoso para el bolsillo del empresario o gran accionista-  con el convencimiento de que el cliente pagará por el producto una cantidad exagerada y se sentirá satisfecho por el hecho de tenerlo, como quien compra un Mercedes. Esa es la base de la economía de mercado: que ambas partes resulten satisfechas con la transacción: una con su iPad y otra con su ingreso bancario. El cervecero al que Adam Smith se refería se esforzará y trabajará duro para hacer la mejor cerveza y así atraer a la clientela que le hará crecer y le permitirá abrir otra fábrica y otra, hasta hacerse todo lo rico y poderoso que sus capacidades, su suerte y su trabajo le permitan; sin freno de la sociedad y a ser posible, sin impuestos.

Todos estos pensamientos rondaban por mi mente al tiempo que recordaba lo visto durante la semana en la que recorrí buena parte de Andalucía oriental. Allí, en los campos de Antequera, me percaté de que las cuadrillas de jornaleros que trabajaban en las labores agrícolas de la incipiente primavera eran, como aquí en mi tierra, todos extranjeros: norteafricanos y rumanos. Y traté de cuadrar todas estas teorías del comunismo, conservadurismo y liberalismo con el hecho de que en la región española (junto con Extremadura) más pobre y con mayor paro de España, sean los extranjeros quienes agachen el lomo en la más dura de las tareas para recoger los frutos de la tierra por un escaso jornal. Todavía no he llegado a ninguna conclusión, pero intentaré explicárselo (y explicármelo) cuando la alcance. Al igual que el hecho de que los bares de mi ciudad lo regenten, en su mayoría, los chinos.


Román Rubio
Abril 2017

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