miércoles, 24 de mayo de 2017

BLACK & WHITE

BLACK & WHITE

En la novela La mancha humana, Philip Roth narra el declive y caída de Coleman Silk, profesor universitario sesentón caído en desgracia por llamar spooks a dos alumnos que no aparecían por su clase y que resultaron ser negros, cosa que el profesor ignoraba. La palabra spook tiene varios significados. Puede querer decir espíritu o fantasma, pero también “negro”, con toda su carga peyorativa. Lo curioso del caso es que por las venas del mismo Silk corría sangre negra, secreto que había guardado durante toda su vida.

El hecho de que haya personas de raza negra (o con un considerable número de genes de esa raza, etnia o grupo –que no seré yo el que discuta el sustantivo-) y no sea evidente en el aspecto externo es algo que yo ignoraba, nativo como soy de esta Celtiberia tan uniforme y alejada del melting pot americano. En EEUU, sin embargo, la raza siempre ha sido un asunto relevante. En los usos y abusos segregacionistas, la ley de la gota de sangre (one-drop rule), vigente en algunos estados del sur hasta principios del siglo veinte, dividía al personal en dos grupos: blancos y “de color”, siendo estos todos aquellos que tuvieran algún ancestro negro, por lejano que fuera.

Hace poco que un sargento de la policía de Hastings (Michigan), al hacerse unos análisis de ADN por un asunto familiar, ha descubierto, a los 47 años,  que tiene un 18% de raza negra en su componente genético. El tío, que es más blanco que las tapas del misal de un comuniante, ha debido de llevarse un chasco. O no, porque dice sentirse orgulloso de su pasado parcialmente negro. El problema ha venido tras la vuelta a la oficina. Sus compañeros de trabajo se burlan de él poniéndole muñequitos de Papá Noel negro en la mesa y llamándole Kunta Kinte. El sargento ha dicho “basta” y lo ha hecho a su manera: o mejor, a la manera americana: pidiendo una indemnización de medio millón de dólares al gobierno de su ciudad como compensación por las burlas de sus compañeros. Medio millón, por unas burlas de nada. Ahora dice el policía sentir en sus propias carnes la humillación de quién se ve discriminado por su raza (que no por el color de su piel, ya que el suyo es blanco como el nácar).

Algo no cuadra en la historia del policía Cleon Brown (que así se llama el hombre); dice sentirse orgulloso de su pasado racial y al mismo tiempo reclama una indemnización por las humillantes burlas racistas… El asunto me evoca el célebre caso de Anatole Broyard (1920-1990), crítico literario de The New York Times, nacido en Nueva Orleans, de ascendencia negra mixta por las dos partes. Vivió su vida como blanco en Nueva York y Connecticut gracias a la suavidad de sus rasgos poco marcados, se casó en segundas nupcias con Sandy Nelson, americana de ancestros noruegos, y tuvo dos hijos con ella que se enteraron de que su padre -y sus ancestros- eran negros tras la muerte de este.

Los baúles familiares, a menudo, están llenos de secretos. A veces de colores. A veces  en blanco y negro.
Román Rubio
Mayo 2017

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