BLACK
& WHITE
En la novela La mancha humana, Philip Roth narra el
declive y caída de Coleman Silk, profesor universitario sesentón caído en
desgracia por llamar spooks a dos
alumnos que no aparecían por su clase y que resultaron ser negros, cosa que el
profesor ignoraba. La palabra spook
tiene varios significados. Puede querer decir espíritu o fantasma, pero también
“negro”, con toda su carga peyorativa. Lo curioso del caso es que por las venas
del mismo Silk corría sangre negra, secreto que había guardado durante
toda su vida.
El hecho de
que haya personas de raza negra (o con un considerable número de genes de esa
raza, etnia o grupo –que no seré yo el que discuta el sustantivo-) y no sea
evidente en el aspecto externo es algo que yo ignoraba, nativo como soy de esta
Celtiberia tan uniforme y alejada del melting
pot americano. En EEUU, sin embargo, la raza siempre ha sido un asunto
relevante. En los usos y abusos segregacionistas, la ley de la gota de sangre (one-drop rule), vigente en algunos estados
del sur hasta principios del siglo veinte, dividía al personal en dos grupos:
blancos y “de color”, siendo estos todos aquellos que tuvieran algún ancestro
negro, por lejano que fuera.
Hace poco que
un sargento de la policía de Hastings (Michigan), al hacerse unos análisis de
ADN por un asunto familiar, ha descubierto, a los 47 años, que tiene un 18% de raza negra en su
componente genético. El tío, que es más blanco que las tapas del misal de un
comuniante, ha debido de llevarse un chasco. O no, porque dice sentirse
orgulloso de su pasado parcialmente negro. El problema ha venido tras la vuelta
a la oficina. Sus compañeros de trabajo se burlan de él poniéndole muñequitos
de Papá Noel negro en la mesa y llamándole Kunta Kinte. El sargento ha dicho
“basta” y lo ha hecho a su manera: o mejor, a la manera americana: pidiendo una
indemnización de medio millón de dólares al gobierno de su ciudad como
compensación por las burlas de sus compañeros. Medio millón, por unas burlas de
nada. Ahora dice el policía sentir en sus propias carnes la humillación de
quién se ve discriminado por su raza (que no por el color de su piel, ya que el
suyo es blanco como el nácar).
Algo no cuadra
en la historia del policía Cleon Brown (que así se llama el hombre); dice
sentirse orgulloso de su pasado racial y al mismo tiempo reclama una
indemnización por las humillantes burlas racistas… El asunto me evoca el
célebre caso de Anatole Broyard (1920-1990), crítico literario de The New York Times, nacido en Nueva
Orleans, de ascendencia negra mixta por las dos partes. Vivió su vida como
blanco en Nueva York y Connecticut gracias a la suavidad de sus rasgos poco
marcados, se casó en segundas nupcias con Sandy Nelson, americana de ancestros
noruegos, y tuvo dos hijos con ella que se enteraron de que su padre -y sus
ancestros- eran negros tras la muerte de este.
Los baúles
familiares, a menudo, están llenos de secretos. A veces de colores. A veces en blanco y negro.
Román Rubio
Mayo 2017
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