EUROPA
(TAMBIÉN CONOCIDA COMO “UROPA”)
En realidad,
todos lo sabemos. Me refiero al hecho de que Europa (Uropa para Rajoy y otros
muchos) es el mejor lugar para vivir. Quizá no seamos tan ricos como los EEUU,
pero los recursos están mejor repartidos; ni crecemos tanto como algunas partes
de Asia, pero el desarrollo está mucho más consolidado. Se respira mejor aire,
se disfrutan de altos niveles de bienestar, la enseñanza alcanza más o menos a
todos y la cobertura sanitaria es universal. Los gobiernos no sacan a las
personas a medianoche para interrogarlas, torturarlas y encerrarlas, ni hay
peligro de ser represaliado por pensar –y expresar- una u otra ideología,
religión o filiación. Se puede andar tranquilo por la calle sin riesgo a ser
atacado y agredido (siempre y cuando no aparezca por allí “un” energúmeno
sevillano que dice ser hincha del Betis), el escenario natural es hermoso y el
urbano es incomparable. ¿Qué tiene, pues, Europa que, a pesar de sus
incuestionables cualidades está continuamente en peligro de parcelación y
ruptura?
El domingo
pasado ganó Macron la Presidencia a la República Francesa y el mundo respiró
porque la rival (Le Pen) representaba la salida de la Unión Europea y –como todos
sabemos- la aniquilación del proyecto común, que, de manera tan rácana e
inoportuna, iniciara Reino Unido. La pregunta de la noche del domingo era:
¿Cuántas elecciones faltan para que gane Le Pen y se llegue el proceso de
descomposición? Hace un par de meses que se había producido las elecciones en Holanda
en las que el antieuropeista Geert Wilders, que había llegado a liderar las
encuestas, cayó derrotado, generando el mismo resoplido de alivio por haber
evitado el abismo, lo mismo que ocurriera con la derrota de Norbert Hoffer en Austria, en Finlandia y en casi todas partes.
Siento ser pesimista, pero la pregunta sigue siendo: ¿Cuánto va a durar esto?
La Unión está
siendo sometida a dos fuerzas de aniquilación: una, la más peligrosa, es la
fuerza centrífuga de disgregación iniciada por el Reino Unido, y la otra, más
inconcreta y (hasta ahora) controlable, es la parcelación en pequeñas unidades
como Cataluña, Escocia, Padania, Baviera, País Vasco… que harían de la
macroestructura un ente difícilmente manejable.
¿Y en qué
posición quedaría una Europa desunida de pequeñas naciones en un mundo con tres
gigantes como son los EEUU de Trump, la Rusia de Putin y la China de Xi
JInping? Hoy por hoy, estos son los tres grandes actores mundiales. Junto a
ellos, una Europa de poder militar inexistente, liderazgo débil y difícil
interlocución aún juega, y puede seguir haciéndolo, un papel de árbitro sensato
respaldada por dos factores: su categoría moral y su poder económico. ¿Qué
sería pues, de un mundo que renunciara a ese contrapeso?
El cuarto
poder –Europa-, el de los valores democráticos y el sentido del bien común (no solo
de las élites), está en continuo cuestionamiento, mientras los otros se
refuerzan y envalentonan cada vez más. Cómo en la canción de Lole y Manuel: “…el cardo siempre gritando y la flor siempre
callá”.
Hay un quinto
invitado al reparto del poder global, pero este ni viene ni se le espera: sería
una unión, alianza, o confederación de estados islámicos; un bloque de naciones
que abarcaría desde Indonesia a Marruecos y al que se ve como una quimera, dado
el enfrentamiento irreconciliable entre chiitas y sunitas, liberales y tradicionalistas, demócratas y fanáticos
de la ley islámica o sharía… Además,
como queriendo poner palos en los radios de la bici musulmana, se les encajó,
allí, en medio, al estado de Israel, foco envenenado y origen de problemas y
desavenencias bélicas.
Este es el
panorama. O existe Europa o lo tenemos mal. Nos arriesgamos a ser pequeños
insectos al albur de los caprichos de los grandes actores, y si estos son tipos
como Trump, Putin o Xi Jinping, yo…, ¿qué quieren que les diga?, votaría por
Europa, como ya hice en 2005 –cuando el referéndum sobre la Constitución
Europea-, en contra de lo que preconizaba la izquierda-izquierda y la
derecha-derecha.
Román Rubio
Mayo 2017
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