sábado, 29 de julio de 2017

GENTRIFICACIÓN

GENTRIFICACIÓN
Tengo amigos a quienes les gusta quejarse. De esto y de lo otro. Como de lo chulo, incómodo, desnaturalizado, caro, desabastecido y turistizado que se está poniendo su barrio. Los hay que viven en el centro y se lamentan del desfile de turistas, de los pisos de alquiler y la desaparición del comercio tradicional. Parece como si en vez de necesitar comprar cebollas y pan se alimentara uno de muñequitas vestidas de sevillana, sombreros made in China o toritos para poner encima del televisor. Se lamentan de que en vez de vecinos tienen en el piso de abajo (o lo que es peor en el de arriba) una sucesión de grupos de jóvenes holandeses contentísimos de experimentar los precios bajos de la cerveza y el vino de España. Otros, que viven en Ruzafa, se quejan de que el barrio se ha convertido en una gran cafetería con rincones propios para la venta de vinilos y otros productos vintage, presentaciones e intercambios de libros abstrusos o sobre mindfulness y el diseño y venta de cualquier cosa que no se encuentre en El Corte Inglés  entre mojito y taza de rooibos. Ninguno se queja, por cierto, del hecho de que su propiedad, que compraron por cuatro perras, ahora, gracias a todos estos inconvenientes de la turistificación, vale un buen montón de euros en el mercado.

Y es que el capitalismo es lo que tiene: que los fenómenos o tendencias, tal como explicaba Marx, al depender de estímulos económicos se mueven a estirones, sin planificación, orden ni concierto, obedeciendo, exclusivamente, a las reglas del provecho. Las zonas urbanas, cuando se deterioran, lo hacen de verdad, pero cuando se ponen de moda y deciden  acicalarse, lo hacen arrasando con el tejido social y encareciendo el producto. En mi ciudad, y como muestra del amor que la burguesía, la clase empresarial y la derecha política locales han tenido por Jávea y Benicassim, han conseguido el deterioro total del litoral marítimo de la ciudad. Empezaron asesinando (irremediablemente) Nazaret, gracias a las ampliaciones portuarias, y siguieron con el acoso y derribo del Cabanyal declarando la zona absurda y empecinadamente de derribo. Chapeau. La ínclita alcaldesa de Valencia y España estará sonriendo satisfecha desde el más allá al ver el desaguisado. Tardará El Cabanyal unos cuantos lustros en lucir, pero, créanme: lo hará. Se convertirá en un barrio lucido (quizá también lúcido) y caro. Y nuestros amigos que hayan comprado allí propiedad y que hoy se quejan del deterioro del lugar se continuarán quejando, tras ver aumentado su valor con desdén, del hecho de que haya perdido su esencia y sabor marinero para  acabar convertido en “otro” barrio boutique.

Entiendo que muchos se quejen de la gentrificación de sus barrios en la medida en la que se llenan de turistas. Turismo significa ocio y este (a menudo) conlleva alcohol, fiesta y ruido. Admito que el fenómeno de los apartamentos turísticos de alquiler, con su cambio continuo de residentes, dificulta la vida de vecindario, pero mi objeción es: ¿cuál era el punto de partida anterior? ¿Es que vienen, acaso, de parajes idílicos? Lo cierto es que tanto Ruzafa como el casco antiguo de mi ciudad (el Carmen, Velluters y Xerea) vienen de sufrir un deterioro considerable. Por motivos conocidos por todos,  el público abandonó los centros históricos, en un principio por los ensanches, después por los barrios periféricos de pisos nuevos y finalmente por zonas suburbanas de chalets y adosados, provocando su decadencia y deterioro. ¿O es que no recordamos El Carmen y, sobre todo, Velluters en un estado decrépito y sucio, focos  de delincuencia y marginalidad? Tengo memorias de los barrios barceloneses del Raval y el Born, con sus insalubres callejuelas e infraviviendas en edificios apuntalados por riesgo de demolición en que los vecinos tendían la ropa a la napolitana (en la fachada) y tiraban la bolsa de basura por la ventana para ahorrarse la empinada y oscura escalera. ¿Es eso preferible al barrio lleno de viviendas de alquiler a turistas que cambian cada pocos días, que solo compran alcohol y muñequitos de torero? Sí, ya lo sé. Lo ideal sería un barrio limpio, ordenado, con gente de aquí, con sus niños y sus ancianos, sus supermercados, su horno con comida para llevar y gran variedad de comercio de conveniencia, algún bar y restaurante de pronto cierre, céntrico y bien comunicado, con colegios para los niños, residencias para los ancianos y clínicas, salones de belleza y tiendas para las mascotas (verdaderos reyes del lugar).

Ring, ring, ¿me pone con el señor Marx? No, con Maduro no, ni con Raúl tampoco; he dicho con el señor Marx. Me da igual que sea Karl o Groucho.

Román Rubio
Julio 2017

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