martes, 26 de diciembre de 2017

¿ME CASO, NO ME CASO?

¿ME CASO, NO ME CASO?
Matt Murphy es un irlandés de 83 años que tiene en Michael O’Sullivan, de 53, a un amigo a la vez que cuidador y, desde hace unos días, marido. El asunto es el siguiente: Murphy, soltero y castigado por la artritis y pérdida de visión severa necesitaba un cuidador,  y su amigo Michael O’Sullivan estaba pasando por una mala racha: padre de tres hijos, acababa de romper la relación con su mujer y, unas cosas por otras, llegó a verse en la calle, de modo que decidió acudir a la llamada de su amigo y hacer de cuidador de este durante un tiempo indeterminado. La cosa funcionaba estupendamente para ambos y Murphy, con las urgencias propias de quien pasa de los 80, decidió premiar a su amigo dejándole su posesión más valiosa en herencia: su casa. Pronto descubrieron que la generosa iniciativa traía un problema imprevisto: los impuestos de sucesión del inmueble ascendían a 50.000 euros, dinero que O’Sullivan ni tenía ni esperaba tener, con lo que se vería obligado a vender la casa para pagar, con parte del dinero, el impuesto. Más o menos como Abundio, el que vendió el coche para comprar gasolina.
¿Solución al problema? El matrimonio;  de modo que Matt Murphy, de 83 y Michael O’Sullivan, de 53, ambos heterosexuales, decidieron casarse en la ciudad de Dublin, acogiéndose a la ley de matrimonios del mismo sexo aprobada en Irlanda en 2015 y que es mucho más benévola para con el cónyuge en términos fiscales. Hecha la ley, hecha la trampa.

Acababa yo de leer tan curiosa noticia en The Guardian cuando me  senté frente a la tele para ver de encontrar una película que consiguiera dar algo de peso o sustancia a la insoportable levedad de la tarde. Y la encontré: se llama Ministry of Love, del croata Pavo Marinkovic y está protagonizada por Stjepan Peric y Drazen Kühn. La historia es ingeniosa: las arcas del estado croata están vacías y las viudas de la guerra, ocurrida veinte años atrás,  perciben una pensión de viudedad. Se trata de descubrir a aquellas que han conseguido rehacer su vida con otra pareja para ver de quitarles la pensión y aliviar así el agujero de las finanzas del estado. El desenlace no viene al caso. El protagonista, encargado de desenmascarar a las “viudas felices” con el objeto de quitarles la pensión, encuentra que es su propia vida el objeto de la comedia. Tras caer en la trampa del conformismo social que sigue a su propio vacío existencial, acaba enfrentándose a su naturaleza profunda, etc., etc.

Lo relevante de ambos casos son las implicaciones económicas (que no sentimentales) del matrimonio  y me trajeron a la mente el caso de una mujer que conozco y aprecio. Tras un matrimonio difícil con un hombre en el que intuyo (pero solo intuyo) que hubo malos tratos, la mujer decidió separarse. Se consumó la separación y la mujer le pidió al hombre insistentemente el divorcio para así, siendo que se trataba de alguien relativamente joven, poder rehacer su vida sentimental con alguna otra persona. El marido, por puro revanchismo y ánimo de hacerle daño, nunca accedió a concedérselo. Quiso la providencia que éste enfermara y, en un periodo de tiempo relativamente corto, muriera, con lo que fue su obstinada determinación por fastidiar la vida de la mujer lo que posibilitó que ésta cobrara, tras su muerte, su pensión de viudedad, salvándola así de considerables penurias económicas. Para exasperación de la familia del muerto.
Hay que ver lo que da (y lo que quita) el matrimonio. Y algunos creen que se trata sólo de amor.

Román Rubio
Diciembre 2017

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