lunes, 22 de enero de 2018

PAÏSOS IMAGINARIS

PAÏSOS IMAGINARIS
Parece que algunos se empeñan en convertir el tema en un sainete, o al menos en una comedia de enredo. La situación de Puigdemont yendo a Copenhague a un coloquio universitario me recuerda (vagamente) a la historia de Viktor Naborski en la película de Spielberg La Terminal. Se acordarán ustedes: el protagonista (Tom Hanks, en el film) se ve confinado a vivir en una terminal del aeropuerto Kennedy de Nueva York ya que su pasaporte había perdido su validez durante el vuelo. Se había producido un golpe de estado en su país, Krakozhia, y los Estados Unidos no reconocían al nuevo Estado con lo que se le negaba la entrada al país así como el viaje a cualquier otro (por no tener pasaporte válido, se entiende). Esta circunstancia  da lugar a divertidas y absurdas situaciones cómicas que incluyen un romance con Catherine Zeta-Jones, lo que no está nada mal.

Borduria y Sildavia son dos países centroeuropeos imaginados por Hergé en continua pugna por el sometimiento y la independencia entre ellos. En el universo maniqueo de Hergé no hay grises, solo buenos y malos. El bueno es Syldavia (una monarquía justa y libre) y el malo Borduria (una dictadura ineficaz y corrupta a mitad de camino entre el nazismo y el comunismo). Al final, Tintín resuelve el conflicto de la anexión rescatando el cetro de Ottokar para su legítimo dueño -el rey-, lo que facilita que sea nombrado Caballero de la Orden del Pelícano de Oro, honor con el que el intrépido periodista vuelve de nuevo a Bruselas. Porque allí es donde vive el héroe. El pillín se lo tenía callado hasta que Chang lo desvela en Tintín en el Tíbet al mandarle una carta y escribir en el sobre: “Para Monsieur Tintin. Bruselas (Bélgica)”. Después se trasladaría a vivir con Haddock al castillo de Moulinsart, una propiedad señorial, situada en algún lugar de Valonia, viva imagen reducida del castillo de Cheverny, en el Loira, pero esa es otra historia.

Los paralelismos son notables: Puigdemont es intrépido, es periodista y vive en Bruselas o en sus alrededores. En beneficio del argumento sería muy fácil relacionar  a Pujol con Tornasol, a Haddock con el empresario y fiel amigo que le acompaña y, con un poco de imaginación, también encontraríamos un remedo a la Castafiore. Sería, eso sí, algo exagerado dar el papel de Rastapopoulos a Junqueras y demasiado oportunista y algo cruel asignarle a los Jordis el rol de Hernández y Fernández, por aquello del andar en pareja, ser una fotocopia el uno del otro y el uso y el abuso del “…y yo aún diría más”.

 Rufus T. Firefly es un disparatado personaje que llegó a ser presidente de Libertonia (Freedonia). Hay peligro inminente de guerra contra Sylvania, el país vecino, y Rufus Firefly puede atajarla, pero este, en situaciones delirantes, la rechaza. Al final, bueno, se trata de los Hermanos Marx y su Sopa de Ganso. Y tratándose de Groucho se puede uno esperar cualquier cosa.

En Ruritania, un caballero inglés debe impersonar al rey en la víspera de su coronación dado el parecido físico entre ambos para evitar un desastre en El prisionero de Zenda y Marshovia es un pequeño reino imaginario europeo donde se sitúa la opereta The Merry Widow, llevada al cine varias veces con el nombre en español de La viuda alegre.

El Gran Hotel Budapest es una deliciosa película de Wes Anderson cuyo guión está inspirado en el mundo de Stefan Zweig, situado en la imaginaria República de Zubrowka y Chaplin dictaba leyes con mano férrea en Tamania, otra república totalitaria europea de ficción.

La guerra de Freedonia y Sylvania, las tensiones anexionistas de Borduria sobre Syldavia, las repúblicas de Zubrowka y Krakozhia no son sino países fantásticos, inventados exclusivamente para poner marco a situaciones de comedia. ¿Por qué se empeñan algunos en que nos los tomemos en serio?

Román Rubio
Enero 2018

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