EL
DERECHO A LA PEREZA
Por
uno u otro motivo, el griposo invierno que nos ocupa me arrastra de manera
pertinaz hacia un espacio nebuloso en el
que reina la pereza indolente. La cama y el sofá resultan tan tentadores que
hacen añicos, sin miramientos, los buenos propósitos deportivos que me propuse
en el año nuevo. Comoquiera que la cabeza, eso sí, sigue dando vueltas, una de
esas perezosas tardes de sofá me indujo a la evocación de un personaje singular
del que me permito hacerles un recordatorio.
Paul
Lafargue es el autor del panfleto El
derecho a la pereza (1883), opúsculo irónico que contraargumenta El
derecho al trabajo, entendiendo el trabajo industrial de la época como el
método de explotación capitalista de las clases trabajadoras. Y es que Lafargue
era nada menos que yerno de Carlos Marx al estar casado con Laura, una de las
hijas del filósofo y economista judío-alemán. Un estatus nada fácil el de ser
yerno de un coloso de la historia como Marx. Y menos para alguien que había
nacido en Cuba, hijo de un francés dueño de un ingenio azucarero y una mulata
dominicana. Aunque había sido educado en Francia desde su edad juvenil, sus
orígenes tropicales despertaron las suspicacias
del teórico del socialismo, que le advirtió por carta: “A mi juicio, el
amor verdadero se manifiesta en la reserva, la modestia, e incluso la timidez
del amante ante su ídolo, y no en la libertad de la pasión y las
manifestaciones de una familiaridad precoz. Si usted defiende su temperamento
criollo, es mi deber interponer mi razón entre ese temperamento y mi hija (…)”.
Esto,
en cuanto a la posible fogosidad del temperamento sureño del pretendiente, pero
esa no era la única preocupación de Marx acerca de las pretensiones del franco-cubano-español.
Como cualquier padre de la época victoriana también estaba preocupado por otro
asunto que chirría algo más en el más grande mito de los revolucionarios y que expone en la misma carta: “Antes de
establecer sus relaciones con Laura necesito serias explicaciones sobre su
situación económica”. A continuación añade que no quiere para su hija las
estrecheces que había tenido que soportar su mujer debido a su acción revolucionaria.
Al
final triunfó el amor y se casaron. La condición económica del criollo era
sólida gracias a las rentas de los ingenios azucareros familiares de ultramar
y, por lo que respecta a sus presuntas fogosidades criollas, no parece que
hubiera queja alguna por Laura Lafargue (née
Marx). Paul y Laura vivieron juntos el resto de sus vidas. Hasta una tarde
de finales de noviembre de 1911 en que ambos se suicidaron, de manera anunciada
y planeada, en su casa de las afueras de París administrándose sendas
inyecciones de ácido cianhídrico. Paul Lafargue había puesto de manifiesto su
negativa a sufrir el deterioro de la vejez y el hecho de convertirse en una
carga para sí mismo y para los demás. Tenía 69 años. Seguramente la pérdida de
todos sus hijos, que murieron de pequeños, fue una de las causas que les
condujo a la especie de desmoralización que se apoderó de ellos en la última
etapa de sus vidas, aunque hay quien apunta, con maledicencia, que el suicidio
planeado vino a coincidir con el momento en que se les acababa la herencia que
Laura había recibido de Engels.
Y
eso es todo.
Román
Rubio
Enero
2018
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