miércoles, 17 de enero de 2018

EL DERECHO A LA PEREZA

EL DERECHO A LA PEREZA

Por uno u otro motivo, el griposo invierno que nos ocupa me arrastra de manera pertinaz  hacia un espacio nebuloso en el que reina la pereza indolente. La cama y el sofá resultan tan tentadores que hacen añicos, sin miramientos, los buenos propósitos deportivos que me propuse en el año nuevo. Comoquiera que la cabeza, eso sí, sigue dando vueltas, una de esas perezosas tardes de sofá me indujo a la evocación de un personaje singular del que me permito hacerles un recordatorio.

Paul Lafargue es el autor del panfleto El derecho a la pereza (1883), opúsculo irónico que contraargumenta  El derecho al trabajo, entendiendo el trabajo industrial de la época como el método de explotación capitalista de las clases trabajadoras. Y es que Lafargue era nada menos que yerno de Carlos Marx al estar casado con Laura, una de las hijas del filósofo y economista judío-alemán. Un estatus nada fácil el de ser yerno de un coloso de la historia como Marx. Y menos para alguien que había nacido en Cuba, hijo de un francés dueño de un ingenio azucarero y una mulata dominicana. Aunque había sido educado en Francia desde su edad juvenil, sus orígenes tropicales despertaron las suspicacias  del teórico del socialismo, que le advirtió por carta: “A mi juicio, el amor verdadero se manifiesta en la reserva, la modestia, e incluso la timidez del amante ante su ídolo, y no en la libertad de la pasión y las manifestaciones de una familiaridad precoz. Si usted defiende su temperamento criollo, es mi deber interponer mi razón entre ese temperamento y mi hija (…)”.
Esto, en cuanto a la posible fogosidad del temperamento sureño del pretendiente, pero esa no era la única preocupación de Marx acerca de las pretensiones del franco-cubano-español. Como cualquier padre de la época victoriana también estaba preocupado por otro asunto que chirría algo más en el más grande mito de los revolucionarios y  que expone en la misma carta: “Antes de establecer sus relaciones con Laura necesito serias explicaciones sobre su situación económica”. A continuación añade que no quiere para su hija las estrecheces que había tenido que soportar su mujer debido a su acción revolucionaria.

Al final triunfó el amor y se casaron. La condición económica del criollo era sólida gracias a las rentas de los ingenios azucareros familiares de ultramar y, por lo que respecta a sus presuntas fogosidades criollas, no parece que hubiera queja alguna por Laura Lafargue (née Marx). Paul y Laura vivieron juntos el resto de sus vidas. Hasta una tarde de finales de noviembre de 1911 en que ambos se suicidaron, de manera anunciada y planeada, en su casa de las afueras de París administrándose sendas inyecciones de ácido cianhídrico. Paul Lafargue había puesto de manifiesto su negativa a sufrir el deterioro de la vejez y el hecho de convertirse en una carga para sí mismo y para los demás. Tenía 69 años. Seguramente la pérdida de todos sus hijos, que murieron de pequeños, fue una de las causas que les condujo a la especie de desmoralización que se apoderó de ellos en la última etapa de sus vidas, aunque hay quien apunta, con maledicencia, que el suicidio planeado vino a coincidir con el momento en que se les acababa la herencia que Laura había recibido de Engels.

Y eso es todo.

Román Rubio
Enero 2018

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