jueves, 1 de febrero de 2018

LOS AMIGOS DE MIS AMIGOS

LOS AMIGOS DE MIS AMIGOS
Los amigos de mis amigos son mis amigos y los enemigos mis enemigos. ¿Se han preguntado alguna vez por qué esto tiene que ser necesariamente así? Me refiero a relaciones con otros países. Por ejemplo: en el mundo occidental está muy, pero que muy mal visto no echar pestes contra Putin, un líder excepcionalmente bien valorado en su país que –sin ser ningún angelito, ¿y quién lo es?- trabaja para servir los intereses de su país. Vale, anexionó Crimea a Rusia, pero hay que reconocer las excepcionales circunstancias que concurrían en el lugar: es un territorio arrebatado a los tártaros –considerados traidores por Stalin por colaborar con los nazis-, habitado en su mayor parte por población rusa que quería seguir siéndolo de manera mayoritaria y que por veleidades históricas de tiempos de la Unión Soviética cayó en territorio ucraniano, en su momento una provincia soviética. Además, en Sebastopol tiene (y ha tenido) Rusia la flota del Mar Negro. ¿De verdad creen que Ucrania puede acreditar más derechos sobre un territorio cuya población mayoritariamente es y quiere seguir siendo rusa?

¿Y Venezuela? ¿Esa obsesión por atacar, criticar, vejar y considerar a Venezuela como enemiga? ¿Enemiga de quién? Desde luego no mía, independientemente de que su régimen goce o no de mis simpatías. Es cierto, encuentro poco agradables las arengas que escucho de su iluminado líder, pero ¡qué quieren que les diga!, me ocurre lo mismo con los discursos de Trump y no por ello creo que habría que tomar medidas diplomáticas de embargos y boicots que, por otra parte, siempre los adopta el fuerte contra el pobre. Para hacerlo más pobre, si cabe.
Los de mi generación hemos vivido la marginación y castigo durante décadas por todos los embargos imaginables a Cuba y al régimen cubano, cosa torpe que no ha hecho más que reforzarlo. No he visto tantas ataques a los regímenes de Jamaica, Haití o República Doninicana, que no han llevado precisamente a la abundancia a sus ciudadanos.

Pero quizá el juego filia-fobia más absurdo al que nos vemos sometidos los ciudadanos de hipoteca y bonobús es a la enemistad forzada con Irán. ¿De verdad encuentran alguna razón por la que considerar a Irán como enemigo? Es cierto que es una República Islámica y que las mujeres deben llevar un discreto velo cuando salen a la calle y eso repudia al occidental, pero se trata de ellos y ellos pueden ir como les venga en gana. Según quienes visitan ese país es un país seguro, bellísimo y enormemente hospitalario en el que la gente se esfuerza en agradar al visitante. Al mismo tiempo, ese Gran Hermano que decide quiénes deben ser nuestros amigos y quiénes no ha decidido hacer de Arabia Saudita nuestro colega y amigo sin, al parecer, importarle que sean una monarquía absoluta en dónde la mujer tiene menos derechos que en cualquier otra parte, incluido, por supuesto, Irán. La monarquía saudí es sunita (como la mayoría del mundo islámico) en tanto que la República Islámica de Irán es chiita, lo que parece ser un delito para el resto de los mortales, como si de verdad nos importara un pito, cuando ni siquiera sabemos qué los diferencia.

Lo cierto es que, en 1945,  en el crucero americano Quincy, en las aguas del Canal de Suez, el Presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt y el Rey Abdelaziz bin Saud establecieron una alianza de intercambio de petróleo por lealtad incondicional y vigilancia de la zona. Y hasta hoy, oiga.

Román Rubio
Febrero 2018

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