EL ESPANYOL DE TABARNIA
Y marcó (otra vez) Piqué. Por allá por junio del año
pasado, Piqué (denostado e insultado en todos los campos de España) marcó un
gol contra Chequia que significó la clasificación de La Roja para el mundial de
Rusia. Pese a su rechazo por las desagradecidas huestes, el futbolista catalán
hizo por España más que los millones de vocingleros
futboleros consumidores de patatas bravas y cerveza —si es que clasificar a la selección española
para un mundial es hacer algo por España, cosa cuestionable para muchos
ciudadanos que no dejan de ver en ello algo hasta perjudicial para la estéril
soberbia patriótica—.
El pasado
domingo, Piqué volvió a marcar. Esta vez contra el Espanyol de Tabarnia. Y yo
me alegro. No porque le diera un punto al Barça, que me da igual, sino como
continuación de la absurda polémica generada en la semana precedente. El
futbolista tiene que aguantar insultos muy feos de la grada cada vez que visita
el campo del Espanyol. A él y a su familia: a su mujer, Shakira, a la que los
impresentables la llaman “mujer de todos” y hasta a su propio hijo del que
dicen… bueno, da igual. Ante tan cerriles expresiones de desamor, Piqué salió
con una elegante misiva llamando al club rival “El Espanyol de Cornellà”. Así,
sin insulto alguno, sin ruido, con finura e ironía, haciendo alusión al
emplazamiento del campo, hirió a muchos más que si les hubiera llamado
cualquier grosería. Por una razón: porque puso a los seguidores del Espanyol
ante un espejo en el que mirarse y que reflejaba el complejo de inferioridad
que siempre han sentido contra el equipo rival. Y no solo deportiva. Usando el
nombre de Cornellà otorga a la afición la condición de inmigrante de aluvión
que pobló los cinturones de las grandes ciudades españolas en los años del
desarrollismo. Y lo peor que puede hacer el personal es ofenderse por tal cosa.
¿Y cuál fue la reacción españolista? El
club denunció el apelativo de Piqué como incitación al odio o algo así en vez de ignorar el comentario poniéndose en
evidencia cuando saben que no hay insulto alguno en decir que alguien o algo es
de Cornellà, Ponferrada o Baracaldo. Aunque sea incierto, impreciso o
directamente falso, no es un insulto. Considerarlo así sí que es
insultante para sus propios habitantes ya que se trata de reconocer, de manera
implícita, su propia inferioridad ante la supuesta elite de los autóctonos ¿Y
el Ayuntamiento de la localidad? Cubriéndose
de gloria, ha tildado a Piqué de xenófobo. La xenofobia es el rechazo u odio al
extranjero. Para culpar a alguien de xenofobia hacia su persona o su localidad,
primero se tiene que aceptar uno como extranjero. Y de momento, Tabarnia no es
ningún país extranjero. Ni Cataluña tampoco.
La otra noticia del fin de semana ha sido, sin duda,
el recibimiento “con honores de Estado” al líder de la ANA (Asamblea Nacional
Andaluza), Pedro Altamirano, que, según las malas lenguas periodísticas, ha
llegado a tener reuniones con algún ministro ruso y entrevistas en la cadena de
televisión Russia Today. Pero la noticia no estaba en el hecho de su repercusión
en Rusia. La verdadera noticia es la propia existencia del tal movimiento. La
ANA es una organización o partido que aboga por la independencia de Andalucía y
reclama como territorios a Murcia, el sur de Portugal y norte de Marruecos, por
si ustedes no lo sabían. El tal Altamirano declaró, tras visitar Cataluña en la
última Diada, que “si Cataluña se separa, la próxima será Andalucía”. Ahí es
nada. Por mi tierra estamos tranquilos. No consta que reclamen Orihuela y la Vega Baja (de momento). Todo se
andará.
Román Rubio
Febrero 2018
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