viernes, 27 de abril de 2018

LA CIFU



LA CIFU


Cristina Cifuentes ha caído con estrépito. Tras el feo asunto del máster -un descrédito para su persona y, sobre todo, para cierta universidad pública creada ad hoc por el PP-  una zancadilla traicionera ha podido con ella. El asunto ha generado entre muchas personas cierto mal sabor de boca acompañado por cierta lástima por alguien por quien no tenían ninguna simpatía. Es ese sentimiento de decir, ¡así no…! Eso no se hace ni a tus enemigos. Al fin y al cabo, ¿a quién no cogieron de joven en El Corte Inglés robando un disco de Carlos Santana o el libro de Las enseñanzas de D. Juan de Castaneda?  Es cierto que se trataba de estudiantes y gentes menudas y de poco peso económico y social y no vice-lo-que-sea de grupo parlamentario, pero aún así, guardarse siete años un video humillante de alguien para sacarlo con el propósito de hacer daño  dice mucho de la catadura moral de alguno.

En política ya se sabe: Hay quien se guarda un vestido con los vestigios del paso por el despacho oval. Los cuchillos andan afilados y los fantasmas del pasado están siempre prestos a aparecer. Aquí y en todos lados.

Hay un entretenido documental de TV sobre trenes presentado por Michael Portillo que se ha hecho notablemente popular. Ayuda mucho el hecho de que el inglés anda siempre vistiendo unas americanas de colores  verde pistacho, rojo o rosa fucsia que combina de manera imaginativa con pantalones beige o azulones y camisas de algún color indeterminado. Cae simpático. Pocos conocen, en cambio, la historia del hombre de dentro de la americana verde pistacho. Inglés, hijo de un republicano español, fue un miembro muy pero que muy  relevante del Partido Conservador británico. Por allá por los ochenta era el ojito derecho de Margaret Thatcher y llegó a ser Ministro de Defensa. Podría haber llegado a ser Primer Ministro cuando perdió, inesperadamente, su circunscripción en la elección de 1997 en que arrasó Tony Blair. Eso y que, en el momento justo, alguien salió a airear sus escarceos amorosos con otros caballeros, incluyendo cierto compañero de fatigas de sus días universitarios. Hoy, Portillo es un exitoso hombre dedicado a su carrera en los medios de comunicación que vive alejado de la política con un pie en Londres y otro en Carmona (Sevilla).

Estoy leyendo un libro de relatos que compré no hace mucho en un aeropuerto asiático ante la perspectiva de un largo viaje en avión. El libro, Tell Tale, estaba en el número uno de los best sellers del país y su autor es Jeffrey Archer, otro ángel caído y aupado. La vida de Archer es como la vida de seis o siete ciudadanos comunes. En su juventud llegó a formar parte del equipo de atletismo de Gran Bretaña en competiciones internacionales. Se convirtió en autor de libros, de los que ha vendido más de 330 millones de copias en todo el mundo que incluyen títulos como Kane and Abel (Grijalbo, 1976), El cuarto poder (Grijalbo, 1996) o El impostor (Grijalbo, 2009),  tras una aventura financiera relacionada con una inversión minera en Canadá que lo dejó en la ruina. Se dedicó también a la política ganando su puesto como diputado en varias ocasiones. Las fiestas de cumpleaños que daba en su ático de Londres junto al Támesis eran la cita que más celebridades reunían en la ciudad a la llamada del shepperd’s pie &Krug y en su casa de Grantchester, una vieja vicaría, celebraba por todo lo alto su fiesta anual de aniversario junto a su mujer, Mary Archer, catedrática de física en Cambridge.  Fue distinguido por la realeza con el título nobiliario de Barón Archer de Weston-super-Mare, que le otorgó el derecho vitalicio a un puesto en la Cámara de los Lores y era el candidato del Partido Conservador para la alcaldía de Londres, cuando se vio envuelto en un asunto que le hizo darse un paseo por los infiernos.
El Daily Star sacó la historia de que Archer había usado los servicios de pago de la prostituta Monica Couhgland  a la que habría pagado  £2.000 para que desapareciera. Archer denunció al periódico al que exigió una disculpa y una cuantiosa indemnización de £500.000, ganando el caso. So far so good. ¡Ay!, pero unos años después, en 2000, Ted Francis, un colaborador (fuego amigo), tras la muerte accidental de Monica, denunció la falsa coartada del político y se reabrió el caso. Como resultado, Archer fue declarado culpable de perjurio y condenado a devolver al periódico las 500.000 libras, a pagar más de un millón de multa y a pasar cuatro años en una cómoda prisión de su majestad a cargo del contribuyente, de los que consumó dos. Ni que decir tiene que el listo de Archer salió de prisión con un nuevo libro con el que enjugar las pérdidas sufridas. Se cree que es el primero que no ha escrito en su mansión de Mallorca en donde se recluye entre viaje y viaje a Westminster a echar una cabezadita en la Cámara de los Lores.

A Cifuentes le toca ahora darse un garbeo por los infiernos. No pasa nada. Lo dijo Churchill: “If you are walking through hell, keep walking” (Si está atravesando un infierno, sigue caminando).

Román Rubio
Abril 2018

lunes, 16 de abril de 2018

JUBILADOS



JUBILADOS




Día sí día también las calles se llenan de jubilados encolerizados por lo que (según muchos) es una subida tacaña de la pensión. El Gobierno ofrece un 0.25% de subida y el IPC aumenta ¿el 1.1%?  Y en esas estamos: que si la pérdida de poder adquisitivo, que si tal, que si cual. Total, por unos pocos euros que ni son solución para el jubilado ni lo es para el gobierno. El gobierno (todos los gobiernos) se dan cuenta de estar en una  situación inasumible, que el sistema no se puede mantener y se tira tierra a los ojos subiendo una cantidad irrisoria para aplazar el problema; y los jubilados, que intuyen que el sistema se colapsa, piden unos eurillos más sin darse cuenta (o sin querer hacerlo) de que el verdadero problema es que, en algún momento, llegará un gobierno que no podrá pagar la nómina. Ni corregida ni sin corregir con el IPC. Así de sencillo.

¿Y eso, por qué? Pues por lo que ya saben: las pensiones se pagan bien por imposiciones de los trabajadores o por aportaciones del estado, vía impuestos. Los trabajadores nuevos son pocos y delgaduchos: vendedores de crecepelos por teléfono, repartidores, captadores callejeros de ONGs, empaquetadores de compras online, dependientes,  vigilantes, camareros y kellies que poco pueden aportar a las arcas del trabajo —bastante tienen con sobrevivir—. También hay informáticos, ingenieros y arquitectos, y muy buenos, pero esos suelen ser becarios de magro sueldo desarrollando trabajo de profesional o bien están trabajando en Alemania cobrando un buen dinero y aportan allí. La segunda manera de financiar las pensiones es la aportación del estado vía impuestos con lo que habría que subir estos, cosa que, según los expertos, no traería sino huída de capital de los grandes y asfixia de la pequeña empresa, de los autónomos y de los emprendedores. Mal asunto.
Lo cierto es que cada año hay más jubilados y con pensiones mayores mientras que los que aportan son los mismos (o menos) con sueldos de colibrí. Así,  los meses de la extraordinaria, el gobierno tiene que echar mano del fondo de la hucha de las pensiones que ha pasado de tener 66.815 millones en 2011 a cero hoy en día. Y todo en un momento de vacas godas en que los astros están alineados a favor de la economía de un país que debería estar ahorrando para (como dicen los ingleses) los días de lluvia. A saber:

Las exportaciones van viento en popa. En 2017 se exportó por valor de 277.126 millones de euros, un 8.9% más que el año anterior. Por cierto: la autonomía líder en exportación es Cataluña, con un 25,6% del total.
El turismo (nuestra mayor y más exitosa industria) rompe cada año las costuras del corsé. En 2017 se registraron 82.5 millones de entradas de turistas, más turistas que nunca y más que nadie en el mundo, exceptuando Francia,  que hicieron un gasto de 87.000 millones de euros (un 12.4% más que el año anterior). Adivinen cual es la región española líder en el sector.
El petróleo y el gas (fuentes energéticas que España tiene que comprar en el extranjero —casi— en su totalidad) se mantienen a precios razonables. De hecho, el precio del barril de crudo ha desaparecido de los telediarios.
La financiación del Reino de España está garantizada por un Banco Central Europeo que decidió en su momento intervenir con sus reservas siempre que fuera necesario para garantizar la viabilidad financiera del país. Desde ese mismo momento la famosa Prima de Riesgo, que irrumpió sin ser invitada en un momento de nuestras vidas,  ha desaparecido en la bruma como si se tratara de nuestras semiolvidadas primas de Reus o de Ponferrada.

¿Me pueden decir que tiene que ocurrir para que el sistema de pensiones sea solvente? ¿Y, qué ocurrirá cuando dos o tres de estas circunstancias soplen de cara? Porque ocurrir, todos sabemos que ocurrirá. Según Murphy y mi abuela, lo que pasa una vez, vuelve a pasar. Siempre.
Lo tengo dicho: tendremos que acostumbrarnos a vivir con menos. No pasa nada. Un coche pequeño mejor que uno grande y una scooter puede sustituir al pequeño. No hay porqué jugar al golf; la petanca es también muy distraída y el viaje al Perito Moreno siempre pueden ser sustituido por las fiestas del pueblo, que son tan divertidas o más. El huerto es una buena y barata opción para proveer la casa de verduras frescas que son más sanas que las carnes rojas y si nos da el terreno para tener unas gallinitas, mejor que mejor. Y a lo nuestro: a clases de Pilates tres veces a la semana, media hora de meditación diaria y a seguir con nuestros hábitos de desayunar nuestra quinoa,  nuestro té verde y nuestro tallito de apio mojado en zumo de tomate ecológico acompañado de dos nueces los domingos. Y a vivir que son dos días. O 120 años, ¿quién sabe?

Román Rubio
Abril 2018

lunes, 9 de abril de 2018

MÁSTER (& COMMANDER)


MÁSTER (& COMMANDER)




He sido profesor de un máster (Máster del Profesorado de Secundaria) en la Universidad de Valencia durante cinco años y, en base a mi experiencia, me veo en la necesidad de aclarar algunas cosas:

Primero: El curso -como el que cursó Cifuentes- era presencial, lo que significa que la asistencia a las clases es obligatoria. En cada clase se pasaba la hoja de asistencia que firmaban los alumnos. Al final del curso me aseguraba de que ninguno de ellos hubiera faltado a más del 20% de las sesiones so pena de perder el derecho a la evaluación. Esas eran las reglas que nos imponía a principio del curso el coordinador del máster y en su observancia nos conducíamos tanto los profesores como los alumnos. Recuerdo una ocasión (excepcional) de dos alumnas a las que evalué sin alcanzar el 80% de la asistencia, y eso, por instrucción del coordinador que mostró al profesorado un documento de exención de asistencia por haber cursado, o estar cursando, otro máster de contenido homologable. Aún así, las alumnas hubieron de superar las mismas  pruebas a las que se sometió al resto.

Segundo: A cada profesor se nos asignaba un número de alumnos a los que tutorizar el trabajo de fin de máster (TFM), que debían exponer (o simplemente presentar si se optaba solo al aprobado) una vez acreditaban tener todas las asignaturas aprobadas. En ese momento se iniciaba una serie de e-mails y entrevistas alumno-profesor para determinar el título, diseño y desarrollo del trabajo que incluía  todas las sugerencias, comentarios, correcciones o simplemente aprobación por parte del profesor de las distintas partes que el alumno iba redactando. De todo lo cual queda constancia en el correo de la Universidad tanto del alumno como del profesor.

Tercero: Para la evaluación del trabajo de fin de máster (TFM) se constituían unos tribunales formados por tres profesores del máster que debían evaluar un número de alumnos/trabajos a los que habían tutorizado otros (para evitar sesgos o preferencias). Cada trabajo era leído por tres personas diferentes que después, en sesión de evaluación, y tras la presentación del mismo -en su caso-  por parte del alumno, se evaluaba con una nota de 0 a 10. Tras la lectura de los trabajos yo tenía la costumbre de anotar el título, los puntos fuertes, los mejorables y la calificación, ya que tenía que argumentar, discutir, y finalmente consensuar con mis compañeros en la sesión de evaluación la calificación. Aún hoy, cuatro años después, sería capaz de reconstruir el tema, los logros y deficiencias y muchos otros pormenores de cada uno de los trabajos de los alumnos a los que tutoricé y a los que evalué en los tribunales de los que formé parte con solo mirar las anotaciones.

Así de simple. Escribo esto para decirles que no hay nada creíble en este embrollo, que a la Commander no le queda otra salida que la dimisión que, con toda seguridad, tendrá lugar más pronto que tarde; y que el marrón es, principalmente, para la Universidad, que tendrá que investigar quién y por qué ha falsificado documentos oficiales. Solo así conseguirán lavar la credibilidad de quienes sí, en todo momento, cumplimos con nuestra obligación, para con nuestros alumnos y para con la sociedad. Y, por favor, déjense de trampas.

Román Rubio
Abril 2018

martes, 3 de abril de 2018

LOS PERROS DE BENARÉS



LOS PERROS DE BENARÉS



En India, los perros -como las vacas- andan sueltos. En grupos o solos, andan de acá para allá o se tumban a la bartola en cualquier lado: en la cuneta, a la puerta de la tienda o en medio de la calle atestada de tráfico si les viene en gana. Y a nadie se le ocurre espantarlos con una patada o algún gesto más violento que el común bocinazo, como tampoco se hace con un mendigo o un santón de esos que parecen salir del Antiguo Testamento. Los perros no conocen ataduras ni collares. Vagan, fornican, duermen, buscan comida y sombra a su aire. A veces se tumban inmóviles en la calzada y es difícil determinar si están vivos o muertos hasta que el olor o la visita de los cuervos o las avispas entrando por los ojos delatan su estado de tránsito a la reencarnación. No conocen vacuna ni veterinario ni su cuerpo ha conocido el agua aparte del ocasional chapuzón en el riachuelo infecto o en el solo un poco menos infecto Ganges. Nadie les castra ni esteriliza y ni buscan ni huyen de la compañía del humano a quien ven como una criatura hermana de la creación.

El indio es enormemente respetuoso con la vida de los animales, por lo que el número de vegetarianos del país es muy alto. Los hindúes no comen vaca y los musulmanes no comen cerdo. Como son los dos grupos religiosos más numerosos del país parece que hay una entente cordiale de sacar el vacuno y el cerdo de las mesas y las carnicerías, reduciendo la gama al pollo, que muchos, ya puestos, excluyen de su dieta o lo toman en raras ocasiones.

En el extremo animalista de  la India se encuentran los más de cuatro millones de jansenistas. Estrictamente vegetarianos,  la vida de cualquier animal –hasta de los microbios- es igual de importante, cualquiera que sea su estatus en la escala zoológica. Limpian con escobones el terreno que van a pisar para no dañar la vida de los insectos, llevan mascarilla para no tragar involuntariamente mosquito alguno y prefieren comer frutos a otros alimentos cuya obtención suponga la muerte de la planta por lo que no comen nada que se críe por debajo de la tierra,  como patatas o cebollas.

En mi país la gente se atiborra de carne: vacas, cerdos, corderos, pollos y pavos son conducidos a miles diariamente a los mataderos y  los perros van siempre atados (a veces con longanizas) hasta el punto de que no conocen el mundo sin ataduras fuera de la casa. Se les lava regularmente con suaves champús y se les hace manicura, se les lleva al veterinario y tienen su cartilla de vacunación, como los niños (los de aquí, no los de la India). Se les da de comer una dieta equilibrada que incluye paella los domingos, se les castra o esteriliza sin su consentimiento y la mayoría muere sin conocer los arrebatos de la fornicación. También se les niega el derecho a la muerte natural. Para evitar el sufrimiento (mayormente del dueño, al verlo morir) se le administra la eutanasia sin necesidad de consentimiento  del interesado.

¿Y los humanos? A falta de una vida con sentido, los dueños de los perros, consumidores entusiastas de trankimacines y orfidales, parecen encontrarse en continua terapia. Y no me refiero a aquellos que lamentablemente están recibiendo las temidas quimio y radio, no. Hablo de los que reciben la hidroterapia de las aguas sin estar enfermos o son objeto de los placenteros beneficios de la talasoterapia (que viene a ser lo mismo, pero de mar), la  masoterapia de los masajes sin estar ni siquiera cansados, la aromaterapia de las esencias para regular el estado emocional (quebradizo, por lo general), las enigmáticas  chocoterapia (curación con chocolate) ¿?,  cromoterapia (curación con el uso del color) ¿?, crioterapia (uso del frío) o la equinoterapia o tratamiento por contacto con caballería.   Algunos otros se inclinan por la ozonoterapia para ver de sortear sus inconcretas aflicciones y otros por la musicoterapia (algo que ya sabíamos los de mi generación cuando nos encerrábamos tardes enteras en la habitación con el último de los Stones), o la risoterapia, que consiste, según creo, en reír y reír sin gana para obtener así el efecto catártico de la risa liberadora. En definitiva, comer sin hambre, beber sin sed, fornicar sin deseo y dormir sin sueño ni cansancio.

Y digo yo: si los perros de Benarés supieran de este mundo de amos en terapias varias, peluquerías, cadenas y collares, vacunas, comida segura, castraciones y eutanasia por decreto, ¿creen que se cambiarían? Quizá sí, pero no estoy seguro.

Román Rubio
Abril 2018