MÁSTER (& COMMANDER)
He sido profesor de un máster (Máster del
Profesorado de Secundaria) en la Universidad de Valencia durante cinco años y,
en base a mi experiencia, me veo en la necesidad de aclarar algunas cosas:
Primero: El curso -como el que cursó Cifuentes- era
presencial, lo que significa que la asistencia a las clases es obligatoria. En
cada clase se pasaba la hoja de asistencia que firmaban los alumnos. Al final
del curso me aseguraba de que ninguno de ellos hubiera faltado a más del 20% de
las sesiones so pena de perder el derecho a la evaluación. Esas eran las reglas
que nos imponía a principio del curso el coordinador del máster y en su
observancia nos conducíamos tanto los profesores como los alumnos. Recuerdo una
ocasión (excepcional) de dos alumnas a las que evalué sin alcanzar el 80% de la
asistencia, y eso, por instrucción del coordinador que mostró al profesorado un
documento de exención de asistencia por haber cursado, o estar cursando, otro
máster de contenido homologable. Aún así, las alumnas hubieron de superar las
mismas pruebas a las que se sometió al
resto.
Segundo: A cada profesor se nos asignaba un número de
alumnos a los que tutorizar el trabajo de fin de máster (TFM), que debían
exponer (o simplemente presentar si se optaba solo al aprobado) una vez acreditaban
tener todas las asignaturas aprobadas. En ese momento se iniciaba una serie de
e-mails y entrevistas alumno-profesor para determinar el título, diseño y
desarrollo del trabajo que incluía todas
las sugerencias, comentarios, correcciones o simplemente aprobación por parte
del profesor de las distintas partes que el alumno iba redactando. De todo lo
cual queda constancia en el correo de la Universidad tanto del alumno como del
profesor.
Tercero: Para la evaluación del trabajo de fin de máster (TFM)
se constituían unos tribunales formados por tres profesores del máster que
debían evaluar un número de alumnos/trabajos a los que habían tutorizado otros (para
evitar sesgos o preferencias). Cada trabajo era leído por tres personas
diferentes que después, en sesión de evaluación, y tras la presentación del
mismo -en su caso- por parte del alumno,
se evaluaba con una nota de 0 a 10. Tras la lectura de los trabajos yo tenía la
costumbre de anotar el título, los puntos fuertes, los mejorables y la
calificación, ya que tenía que argumentar, discutir, y finalmente consensuar con
mis compañeros en la sesión de evaluación la calificación. Aún hoy, cuatro años
después, sería capaz de reconstruir el tema, los logros y deficiencias y muchos
otros pormenores de cada uno de los trabajos de los alumnos a los que tutoricé
y a los que evalué en los tribunales de los que formé parte con solo mirar las
anotaciones.
Así de simple. Escribo esto para decirles que no hay
nada creíble en este embrollo, que a la
Commander no le queda otra salida que la dimisión que, con toda seguridad,
tendrá lugar más pronto que tarde; y que el marrón es, principalmente, para la
Universidad, que tendrá que investigar quién y por qué ha falsificado
documentos oficiales. Solo así conseguirán lavar la credibilidad de quienes sí,
en todo momento, cumplimos con nuestra obligación, para con nuestros alumnos y
para con la sociedad. Y, por favor, déjense de trampas.
Román Rubio
Abril 2018
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