lunes, 9 de abril de 2018

MÁSTER (& COMMANDER)


MÁSTER (& COMMANDER)




He sido profesor de un máster (Máster del Profesorado de Secundaria) en la Universidad de Valencia durante cinco años y, en base a mi experiencia, me veo en la necesidad de aclarar algunas cosas:

Primero: El curso -como el que cursó Cifuentes- era presencial, lo que significa que la asistencia a las clases es obligatoria. En cada clase se pasaba la hoja de asistencia que firmaban los alumnos. Al final del curso me aseguraba de que ninguno de ellos hubiera faltado a más del 20% de las sesiones so pena de perder el derecho a la evaluación. Esas eran las reglas que nos imponía a principio del curso el coordinador del máster y en su observancia nos conducíamos tanto los profesores como los alumnos. Recuerdo una ocasión (excepcional) de dos alumnas a las que evalué sin alcanzar el 80% de la asistencia, y eso, por instrucción del coordinador que mostró al profesorado un documento de exención de asistencia por haber cursado, o estar cursando, otro máster de contenido homologable. Aún así, las alumnas hubieron de superar las mismas  pruebas a las que se sometió al resto.

Segundo: A cada profesor se nos asignaba un número de alumnos a los que tutorizar el trabajo de fin de máster (TFM), que debían exponer (o simplemente presentar si se optaba solo al aprobado) una vez acreditaban tener todas las asignaturas aprobadas. En ese momento se iniciaba una serie de e-mails y entrevistas alumno-profesor para determinar el título, diseño y desarrollo del trabajo que incluía  todas las sugerencias, comentarios, correcciones o simplemente aprobación por parte del profesor de las distintas partes que el alumno iba redactando. De todo lo cual queda constancia en el correo de la Universidad tanto del alumno como del profesor.

Tercero: Para la evaluación del trabajo de fin de máster (TFM) se constituían unos tribunales formados por tres profesores del máster que debían evaluar un número de alumnos/trabajos a los que habían tutorizado otros (para evitar sesgos o preferencias). Cada trabajo era leído por tres personas diferentes que después, en sesión de evaluación, y tras la presentación del mismo -en su caso-  por parte del alumno, se evaluaba con una nota de 0 a 10. Tras la lectura de los trabajos yo tenía la costumbre de anotar el título, los puntos fuertes, los mejorables y la calificación, ya que tenía que argumentar, discutir, y finalmente consensuar con mis compañeros en la sesión de evaluación la calificación. Aún hoy, cuatro años después, sería capaz de reconstruir el tema, los logros y deficiencias y muchos otros pormenores de cada uno de los trabajos de los alumnos a los que tutoricé y a los que evalué en los tribunales de los que formé parte con solo mirar las anotaciones.

Así de simple. Escribo esto para decirles que no hay nada creíble en este embrollo, que a la Commander no le queda otra salida que la dimisión que, con toda seguridad, tendrá lugar más pronto que tarde; y que el marrón es, principalmente, para la Universidad, que tendrá que investigar quién y por qué ha falsificado documentos oficiales. Solo así conseguirán lavar la credibilidad de quienes sí, en todo momento, cumplimos con nuestra obligación, para con nuestros alumnos y para con la sociedad. Y, por favor, déjense de trampas.

Román Rubio
Abril 2018

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