LA CIFU
Cristina Cifuentes ha caído con estrépito. Tras el
feo asunto del máster -un descrédito para su persona y, sobre todo, para cierta
universidad pública creada ad hoc por
el PP- una zancadilla traicionera ha
podido con ella. El asunto ha generado entre muchas personas cierto mal sabor
de boca acompañado por cierta lástima por alguien por quien no tenían ninguna
simpatía. Es ese sentimiento de decir, ¡así no…! Eso no se hace ni a tus
enemigos. Al fin y al cabo, ¿a quién no cogieron de joven en El Corte Inglés
robando un disco de Carlos Santana o el libro de Las enseñanzas de D. Juan de Castaneda? Es cierto que se trataba de estudiantes y
gentes menudas y de poco peso económico y social y no vice-lo-que-sea de grupo
parlamentario, pero aún así, guardarse siete años un video humillante de
alguien para sacarlo con el propósito de hacer daño dice mucho de la catadura moral de alguno.
En política ya se sabe: Hay quien se guarda un
vestido con los vestigios del paso por el despacho oval. Los cuchillos andan
afilados y los fantasmas del pasado están siempre prestos a aparecer. Aquí y en
todos lados.
Hay un entretenido documental de TV sobre trenes presentado por Michael Portillo que se ha hecho notablemente popular.
Ayuda mucho el hecho de que el inglés anda siempre vistiendo unas americanas de
colores verde pistacho, rojo o rosa
fucsia que combina de manera imaginativa con pantalones beige o azulones y camisas
de algún color indeterminado. Cae simpático. Pocos conocen, en cambio, la
historia del hombre de dentro de la americana verde pistacho. Inglés, hijo de un
republicano español, fue un miembro muy pero que muy relevante del Partido Conservador británico.
Por allá por los ochenta era el ojito derecho de Margaret Thatcher y llegó a
ser Ministro de Defensa. Podría haber llegado a ser Primer Ministro cuando
perdió, inesperadamente, su circunscripción en la elección de 1997 en que
arrasó Tony Blair. Eso y que, en el momento justo, alguien salió a airear sus
escarceos amorosos con otros caballeros, incluyendo cierto compañero de fatigas
de sus días universitarios. Hoy, Portillo es un exitoso hombre dedicado a su
carrera en los medios de comunicación que vive alejado de la política con un
pie en Londres y otro en Carmona (Sevilla).
Estoy leyendo un libro de relatos que compré no hace mucho en
un aeropuerto asiático ante la perspectiva de un largo viaje en avión. El
libro, Tell Tale, estaba en el número
uno de los best sellers del país y su
autor es Jeffrey Archer, otro ángel caído y aupado. La vida de Archer es como
la vida de seis o siete ciudadanos comunes. En su juventud llegó a formar parte
del equipo de atletismo de Gran Bretaña en competiciones internacionales. Se
convirtió en autor de libros, de los que ha vendido más de 330 millones de
copias en todo el mundo que incluyen títulos como Kane and Abel (Grijalbo, 1976), El cuarto poder (Grijalbo, 1996) o El
impostor (Grijalbo, 2009), tras una
aventura financiera relacionada con una inversión minera en Canadá que lo dejó
en la ruina. Se dedicó también a la política ganando su puesto como diputado en
varias ocasiones. Las fiestas de cumpleaños que daba en su ático de Londres junto
al Támesis eran la cita que más celebridades reunían en la ciudad a la llamada
del shepperd’s pie &Krug y en su
casa de Grantchester, una vieja vicaría, celebraba por todo lo alto su fiesta
anual de aniversario junto a su mujer, Mary Archer, catedrática de física en
Cambridge. Fue distinguido por la realeza
con el título nobiliario de Barón Archer de Weston-super-Mare, que le otorgó el
derecho vitalicio a un puesto en la Cámara de los Lores y era el candidato del
Partido Conservador para la alcaldía de Londres, cuando se vio envuelto en un
asunto que le hizo darse un paseo por los infiernos.
El Daily Star sacó la historia de que Archer había
usado los servicios de pago de la prostituta Monica Couhgland a la que habría pagado £2.000 para que desapareciera. Archer denunció
al periódico al que exigió una disculpa y una cuantiosa indemnización de
£500.000, ganando el caso. So far so
good. ¡Ay!, pero unos años después, en 2000, Ted Francis, un colaborador
(fuego amigo), tras la muerte accidental de Monica, denunció la falsa coartada
del político y se reabrió el caso. Como resultado, Archer fue declarado
culpable de perjurio y condenado a devolver al periódico las 500.000 libras, a
pagar más de un millón de multa y a pasar cuatro años en una cómoda prisión de
su majestad a cargo del contribuyente, de los que consumó dos. Ni que decir
tiene que el listo de Archer salió de prisión con un nuevo libro con el que enjugar
las pérdidas sufridas. Se cree que es el primero que no ha escrito en su
mansión de Mallorca en donde se recluye entre viaje y viaje a Westminster a
echar una cabezadita en la Cámara de los Lores.
A Cifuentes le toca ahora darse un garbeo por los
infiernos. No pasa nada. Lo dijo Churchill:
“If you are walking through hell, keep walking” (Si está atravesando un
infierno, sigue caminando).
Román Rubio
Abril 2018
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