BIG BROTHER IS
WATCHING YOU
Googleito de mi vida, /
eres niño como yo;
por eso te quiero tanto
/ que te doy mi información.
Tómala, tómala, / tuya
es, mía no.
Encuentro muy, pero que muy
chocante esa actitud generalizada de crítica, desconfianza y, a menudo, rechazo
frontal al hecho de proporcionar información a las grandes empresas —Google,
Facebook o Instagram...— con nuestras andanzas. Pues claro que se la proporcionamos.
Y valiosa. Aunque, en realidad, sospecho que no es “nuestra” información lo que
interesa a estas empresas, sino la de millones de individuos como nosotros que
conforman el Big Data y que tiene
aplicaciones comerciales y políticas indudables.
Saben de lo que hablo: buscas
información turística sobre San Petersburgo y estás dos meses recibiendo
pequeños anuncios de hoteles o vuelos a aquella ciudad. Abras la página de
internet que abras, allí está la última oferta. No quiero ni pensar la de anuncios
que uno recibirá si compra en Amazon un látigo de cuero negro con púas. Usted
lo sabrá, lector pillín. Y esto resulta insoportablemente irritante a algunos.
A mí también me resulta irritante, por supuesto, pero solo ligeramente. Me
confieso un incondicional de Google y le perdono sus pequeñas venganzas. Es
tanto lo que me da que estoy dispuesto a sacrificar una parte de mi libertad (o,
mejor dicho, de mi privacidad) con tal de beneficiarme de su omnisciencia. A lo
mejor porque nunca he comprado un látigo de cuero con púas en internet.
“No es de la benevolencia del
carnicero, el cervecero y el panadero de donde esperamos obtener nuestra cena,
sino de la atención a su propio interés”, escribió Adam Smith en La riqueza de las naciones (An Inquiry into The Nature and Causes of the
Wealth of Nations, 1776). En efecto, este es el fundamento de la economía
que ha hecho rodar el circo desde el inicio y que define lo que es, en esencia,
un buen negocio: una transacción en la que ambas partes salen beneficiadas. El
proveedor ofrece un producto o servicio que el cliente quiere poseer y, a
cambio, le pide un dinero que necesita y/o enriquece. Y ambos resultan
satisfechos. No vale que una parte salga beneficiada en detrimento de la otra,
como en el caso del mafioso, que cobra por ofrecer una protección contra su
propia agresión. Eso no es negocio, es extorsión. Ni el del tratante que da
anfetaminas al burro para venderlo en la feria de ganado tampoco; eso es
engaño. Negocio redondo es —como me explicó un día un vendedor de coches de la
marca Mercedes— el acto comercial en que el comprador paga mucho dinero por un
producto excelente que desea poseer.
Google, WhatsApp, Facebook o
Instagram no engañan: proporcionan servicios que uno, en plena libertad, decide
usar. Y resultan gratuitos. Bueno, no exactamente. A cambio usan tus datos para
orientar las campañas de marketing. Y ese es el negocio. En una parte de la
balanza está el contenido del servicio (la Biblioteca de Babel, en el caso de
Google), en la otra, el requerimiento de tu información personal. ¿Qué pesa más
para ti? El dilema es muy sencillo: si los beneficios que te reportan estas
compañías superan a tus remilgos sobre privacidad, los usas; y si es al
contrario, pues no los usas. ¿Qué hay de difícil en ello?
Eso sí, si huyen de la policía
porque han matado a su vecino, les recomiendo que no usen su móvil ni su Visa.
O, mejor, no maten a su vecino.
Conocí a alguien que, además de
hacer gala a menudo de tener un cerebro de chorlito, se quejaba amargamente de
que el uso de su tarjeta Visa daba información (al Gran Hermano) de por donde
andaba, cuales eran sus gustos y su nivel de gasto. Lo que no consideraba mi
conocido (me resisto a llamar amigo) era que, en el otro lado de la balanza,
una simple tarjeta de plástico le permitía andar sin dinero cosido en la
faltriquera y obtener efectivo en cualquier rincón del mundo. Por qué usaba la
tarjeta, exponiéndose impúdicamente al escrutinio del Ser Omnisciente, es algo
que se escapa a mi comprensión, a no ser que se tratara del ejercicio de
expiación que le suponía el hecho de quejarse.
Y no es que yo no vea peligros e
inconvenientes en el uso y abuso de las redes sociales que, en mi opinión, van
por otro lado: mayormente por el del comportamiento. Son instrumentos diseñados
para ser adictivos y pueden ocasionar perjuicios a muchas personas con
personalidad lábil y dependiente —a menudo adolescentes, pero no solo— que
viven esclavas del “me gusta” y que pueden verse muy afectadas cuando el número
de estos no cumplen las expectativas.
Yo, por mi parte, me dispongo a
buscar en Google látigos de cuero con pinchitos y adquiriré uno en Amazon. A
ver como reacciona Big Brother. Ya les contaré.
Román Rubio
Octubre 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario