LOS OTROS
En ocasiones me he expresado
aquí sobre lo cansino de determinadas controversias lingüísticas,
en concreto acerca del supuesto agravio del denominado “masculino genérico” o
“género no marcado”. Tengo que reconocer que, en muchos casos, yo también me he
pasado a la tesis feminista de que el lenguaje tiende a producir cierta invisibilización de la mujer en el
discurso y me he acostumbrado a decir “la jueza” y hasta “la fiscala” en vez de “la
juez” o “la fiscal”, como era mi costumbre. Que estos cambios sirvan para algo,
para mucho o para nada en el camino de consolidar la igualdad entre sexos es
algo que no tengo muy claro.
No me resulta natural, sin embargo, hacerme a
la feminización de palabras como “la pilota”, “la perita”, "la conserja" o "la portavoza" y me resulta más amable decir “la piloto” o “la perito”, del mismo modo que adopté de buen grado “la doctora” y de manera mucho más reticente “la médica” (tratándose de la misma persona).
Tampoco me he llegado a acostumbrar al trillado “los andaluces y las andaluzas”
o “los trabajadores y las trabajadoras”, que no aportan nada a la forma
inclusiva del masculino y que, en mi opinión, no hacen sino añadir prosa huera,
aunque desde siempre hemos venido usando (y encontramos natural) el “señoras y
señores” o “damas y caballeros”.
La determinación de delimitar el
género con empecinamiento puede llevar a la tendencia opuesta: la de
masculinizar los sustantivos inclusivos acabados en “a”, al modo de “mi dentisto es muy bueno, pero naba barato”
o “Alberto, cuando se vino del pueblo, se hizo taxisto”.
Además, supone un esfuerzo a la
hora de expresarse y puede llevar a situaciones curiosas y algo incongruentes.
Vean si no: En el cuadernillo Ideas de
El País del pasado domingo, la escritora Edurne Portela, en una columna en la
que trata del advenimiento inesperado de Vox y sus previsibles desmanes,
escribe la siguiente frase:
¿Cuántas nos hemos vuelto inquietas al pensar que esos votantes están entre nosotras?
¿Ven a lo que me refiero? La
autora —por otra parte, una estupenda novelista según críticas de gentes
fiables— rehuye el masculino genérico “cuántos” (que incluye hombres y mujeres)
para usar el femenino, de forma explícita e intencionada. Nos imaginamos
(porque así queda explicitado en el discurso) a muchas mujeres, inquietas y
alarmadas porque “esos votantes” —y
cambia de género para referirse a “los” votantes
de Vox, (ellos sí, en masculino)—, anden por ahí mezclados con tantas mujeres
de buena fe, otorgando al femenino la parte meliorativa y al masculino la
peyorativa del discurso, en una pirueta de ética dudosa.
Vale; es cierto que el líder de
la formación y el candidato por Andalucía eran (son) hombres, pero ¿no han
visto en las imágenes de los mítines multitud de mujeres agitando banderas y
coreando los eslóganes? ¿O soy el único que las vio? ¿O quizá no resulta
inquietante el hecho de que esas
votantes estén entre nosotros y nosotras?
Román Rubio
Diciembre 2018
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