LA
NAVAJA DE OCKHAM
Guillermo de Ockham (1280-1389) fue un fraile
franciscano, filósofo y lógico escolástico que formuló el célebre principio
conocido como la navaja de Ockham, principio de economía o principio de parsimonia, que viene a
decir algo que usted y yo sabemos sin ser filósofos, escolásticos y ni siquiera
franciscanos, ya que el enunciado estipula que: en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla viene a ser la
más probable. Lógico, ¿no? Es utilizada en ciencia para el desarrollo de
los modelos teóricos, en economía, en lingüística y en otras disciplinas; y en
el mundo anglosajón usan la palabra “elegancia” para calificar a las explicaciones
sencillas de teorías complejas.
El origen del término es confuso. En el siglo XVI se
pensaba que con este principio, Ockham “afeitaba
como una navaja las barbas de Platón” por la simplicidad ontológica que
propugnaba, en contra de la ontología platónica, tan llena de entes.
Tengo que reconocer que soy un firme (¿e ingenuo?) seguidor
del principio de Ockham en casi todos los órdenes de la vida, pero no todo el
mundo lo es —o lo ha sido—; entre ellos, Kant o Leibniz. Este último lo criticó
cuando formuló su principio de plenitud,
según el cual “todo lo que sea posible
que ocurra, ocurrirá”.
Hoy en día mis coetáneos, o más bien, los más tramposos
y/o crédulos contemporáneos de moral laxa lo han reformulado por la teoría de la conveniencia, que viene a
decir aquello de que “la verdad es todo
aquello que me conviene”. Y al abrigo de tan conveniente filosofía nacen
las teorías conspiratorias.
El otro día, Epstein, el otrora poderoso Epstein,
acusado y convicto de abusar de menores apareció muerto en su celda de una
prisión de Manhattan. Había intentado suicidarse antes y esta vez lo consiguió
atando una sábana a la litera, anudándosela al cuello y arrastrándose de
rodillas. Pues bien, el amigo Trump ha dejado caer vía Twitter que el “presunto
suicida” había sido amigo de Clinton, lo que claramente descarta la posibilidad
de suicidio, al menos en el universo de Leibniz en el que “todo lo que sea posible que ocurra, ocurrirá —si me conviene—” ¿Y
cuál es el mayor indicio en contra de la tesis del suicidio? Pues que uno de
los vigilantes era un interino, un sustituto o algo así. Unas evidencias igual
de convincentes que cuando acusó al padre de Ted Cruz (su rival republicano en
su carrera a la presidencia) de “haber matado a Kennedy”.
¿Y los separatistas catalanes? ¿Qué piensan de
Epstein y la muerte de Kennedy Puigdemont y compañía? Nada, por supuesto. Como
su enemigo es el Estado Español, implican al CNI en el atentado de las Ramblas
de Barcelona. De otro modo, ¿qué hacía el servicio de inteligencia español
investigando al imán de Ripoll si no era para preparar el atentado?
Todos, pero todos los acontecimientos trágicos y
luctuosos tienen detrás una, dos, tres, cuatro y hasta cientos de teorías
conspiratorias. Parece que hay un gran número de personas incapaces de admitir que
las cosas son, por lo general, simples —como dijo Ockham— y que tras cada
accidente, incidente, atentado o asesinato no tiene por qué estar
necesariamente la CIA, el CNI, el IBEX o Rubalcaba.
En España estuvieron Pedrojota, Jiménez Losantos, el
infumable Aznar y muchos otros, años y años, intentando convencer a los
incrédulos ciudadanos que fue ETA, en connivencia con Rubalcaba, la autora del
terrible atentado del 15M. Y aún hoy el bueno de Villarejo (que a buen recaudo
lo tenga Dios muchos años) dice tener pruebas incriminatorias sobre el asunto.
Bueno, y sobre el Pequeño Nicolás, la Familia Real y si me apuran, del
asesinato de Kennedy.
Usted dígame quién es su enemigo, que yo le diré
quién es el culpable.
Román Rubio.
Agosto 2019
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