domingo, 13 de octubre de 2019

SANT DONÍS


SANT DONÍS




El 9 de Octubre no solo es la fiesta de la Comunidad Valenciana. Es también la fiesta de Sant Donís, el San Valentín valenciano. Me lo recordó el hecho de ver desfilar al Gremio de Pasteleros con su chaquetilla blanca en la Procesión Cívica. Eso, y los expositores del horno de mi calle, que por esas fechas se llenan de pequeñas frutas de mazapán. Y es que por aquí es tradición lo de la mocaorà, un pañuelito lleno de frutas y hortalizas de esa masa azucarada que los enamorados regalaban al objeto de sus amores, humilde interpretación del bono por la noche en el spa o la cena en el restaurante de media estrella michelín que habría de venir después.

Despistado como es uno, nunca había pensado que nuestro Sant Donís era el Saint Denis de los parisinos, ese que da nombre al barrio de París y a la población del extrarradio que acoge la famosa basílica y el Stade de France.

Saint Denis (San Donisio) fue el primer obispo de París y Apóstol de las Galias, en época romana. Fue martirizado y decapitado, en 272, en compañía de dos de sus discípulos, Rústico y Eleuterio, probablemente en Montmartre (mons Martyrum), durante la persecución de Aureliano. Aún así, descabezado como estaba, el empecinado obispo anduvo con la cabeza debajo del brazo la distancia considerable de unos seis kilómetros hasta el lugar en que hoy se levanta la basílica, en la banlieu parisina e hizo entrega de la misma (de la cabeza) a Casulla, una devota mujer descendiente de la nobleza romana, tras lo cual se desplomó. Curiosamente, la basílica que se construyó en honor del santo acogió después a los Reyes de Francia; entre ellos Luis XVI y María Antonieta, también decapitados. Allí, en el cadalso fue donde la reina, tras pisar involuntariamente el pie del verdugo, dijo aquello de: “Pardonez-moi, monsieur. Je ne l’ai pas fait exprès” (Perdóneme señor. No lo he hecho adrede). Noblesse oblige.

Tres días después de Sant Donís, el 12 de octubre, se celebra en España el día de la Virgen del Pilar, rememorando la aparición de la Virgen María en carne mortal al Apóstol Santiago en Caesaraugusta (Zaragoza) a las orillas del Ebro, unos 230 años antes de la caminata del obispo parisino con su cabeza bajo el brazo. La Virgen le habría transmitido su deseo, conocido por Jesucristo,  de que la acompañara en el momento de su muerte junto a los otros discípulos, con lo que Santiago fue a Judea, y allí fue ajusticiado y decapitado por orden de Herodes Agripa. Dos de sus discípulos, Atanasio y Teodoro, se habrían encargado de traer el cuerpo decapitado navegando en una improbable “barca de piedra” hasta Compostela, en donde fue enterrado.

Esta versión ha sido cuestionada por muchos historiadores, algunos de la significación de Unamuno y Sánchez Albornoz, que piensan que el inquilino de tan famosa tumba no es el Apóstol sino el obispo galaico Prisciliano, acusado de brujería y gnosticismo, ejecutado, ¿adivinan cómo? Exacto: decapitado,  junto a unos compañeros en una ciudad centroeuropea y presuntamente traído a Galicia en 385 por dos de sus discípulos que estarían enterrados junto al insigne gnóstico.
Todos ellos terminaron con la cabeza separada del cuerpo y en compañía de dos discípulos. Casualidad.

La bella Judith salvó a su ciudad y al pueblo de Israel cortando la cabeza de Holofernes, general asirio, y Salomé, otra bella del lugar, tras encandilar a Herodes Antipas con un artístico baile, pide a este la cabeza de Juan el Bautista, que le es ofrecida en bandeja de plata.

Hace unos días, una mujer en Castro Urdiales dejó a una amiga un paquete para que se lo guardara. La amiga, intrigada por el olor, abrió el envoltorio y descubrió una cabeza humana. Era la de un hombre, pareja de la mujer, que había desaparecido meses antes. Este decapitado sin milagro ni “barca de piedra” ni discípulos. Sin épica, sin relato. Sin cuerpo, siquiera. Solo sordidez.

Román Rubio
Octubre 2019

No hay comentarios:

Publicar un comentario