SANT
DONÍS
El 9 de Octubre no solo es la fiesta de la Comunidad
Valenciana. Es también la fiesta de Sant Donís, el San Valentín valenciano. Me
lo recordó el hecho de ver desfilar al Gremio de Pasteleros con su chaquetilla
blanca en la Procesión Cívica. Eso, y los expositores del horno de mi calle,
que por esas fechas se llenan de pequeñas frutas de mazapán. Y es que por aquí
es tradición lo de la mocaorà, un
pañuelito lleno de frutas y hortalizas de esa masa azucarada que los enamorados
regalaban al objeto de sus amores, humilde interpretación del bono por la noche
en el spa o la cena en el restaurante de media estrella michelín que habría de
venir después.
Despistado como es uno, nunca había pensado que
nuestro Sant Donís era el Saint Denis de los parisinos, ese que da nombre al
barrio de París y a la población del extrarradio que acoge la famosa basílica y
el Stade de France.
Saint Denis (San Donisio) fue el primer obispo de
París y Apóstol de las Galias, en época romana. Fue martirizado y decapitado, en
272, en compañía de dos de sus discípulos, Rústico y Eleuterio, probablemente
en Montmartre (mons Martyrum), durante
la persecución de Aureliano. Aún así, descabezado como estaba, el empecinado
obispo anduvo con la cabeza debajo del brazo la distancia considerable de unos
seis kilómetros hasta el lugar en que hoy se levanta la basílica, en la banlieu parisina e hizo entrega de la
misma (de la cabeza) a Casulla, una devota mujer descendiente de la nobleza
romana, tras lo cual se desplomó. Curiosamente, la basílica que se construyó en
honor del santo acogió después a los Reyes de Francia; entre ellos Luis XVI y
María Antonieta, también decapitados. Allí, en el cadalso fue donde la reina,
tras pisar involuntariamente el pie del verdugo, dijo aquello de: “Pardonez-moi, monsieur. Je ne l’ai pas fait
exprès” (Perdóneme señor. No lo he hecho adrede). Noblesse oblige.
Tres días después de Sant Donís, el 12 de octubre, se
celebra en España el día de la Virgen del Pilar, rememorando la aparición de la
Virgen María en carne mortal al Apóstol Santiago en Caesaraugusta (Zaragoza) a
las orillas del Ebro, unos 230 años antes de la caminata del obispo parisino
con su cabeza bajo el brazo. La Virgen le habría transmitido su deseo, conocido
por Jesucristo, de que la acompañara en
el momento de su muerte junto a los otros discípulos, con lo que Santiago fue a
Judea, y allí fue ajusticiado y decapitado por orden de Herodes Agripa. Dos de
sus discípulos, Atanasio y Teodoro, se habrían encargado de traer el cuerpo
decapitado navegando en una improbable “barca de piedra” hasta Compostela, en
donde fue enterrado.
Esta versión ha sido cuestionada por muchos
historiadores, algunos de la significación de Unamuno y Sánchez Albornoz, que
piensan que el inquilino de tan famosa tumba no es el Apóstol sino el obispo galaico
Prisciliano, acusado de brujería y gnosticismo, ejecutado, ¿adivinan cómo?
Exacto: decapitado, junto a unos
compañeros en una ciudad centroeuropea y presuntamente traído a Galicia en 385
por dos de sus discípulos que estarían enterrados junto al insigne gnóstico.
Todos ellos terminaron con la cabeza separada del
cuerpo y en compañía de dos discípulos. Casualidad.
La bella Judith salvó a su ciudad y al pueblo de
Israel cortando la cabeza de Holofernes, general asirio, y Salomé, otra bella
del lugar, tras encandilar a Herodes Antipas con un artístico baile, pide a
este la cabeza de Juan el Bautista, que le es ofrecida en bandeja de plata.
Hace unos días, una mujer en Castro Urdiales dejó a
una amiga un paquete para que se lo guardara. La amiga, intrigada por el olor,
abrió el envoltorio y descubrió una cabeza humana. Era la de un hombre, pareja
de la mujer, que había desaparecido meses antes. Este decapitado sin milagro ni
“barca de piedra” ni discípulos. Sin épica, sin relato. Sin cuerpo, siquiera.
Solo sordidez.
Román Rubio
Octubre 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario