EL
CAZADOR
La edición digital del domingo 6 de octubre traía un
reportaje sobre un tal Marcial Gómez Suqueira, de 79 años, cazador y
“franquista con orgullo” en el que este se vanagloria de haber matado varios
miles de ejemplares de 420 especies (algunas de ellas protegidas, como el oso
polar o el rinoceronte blanco) de caza mayor a lo largo y ancho del mundo. El
personaje, que piensa donar, o ceder —que no lo tengo claro—, su colección a la Junta de Extremadura para hacer un museo,
es un rico empresario que fue propietario y vendió el 52% de la aseguradora
Sanitas por una millonada y dice cosas
como: “hace tres años intenté calcular el
tiempo que he estado cazando. Me salía que he estado pegando tiros, las 24
horas del día, durante once años y tres meses de mi vida. Sin parar, pegando
tiros”.
Confiesa haber tenido cuatro aviones en su vida
(mejorando el modelo cada vez) y haber pasado la mayor parte del tiempo yendo
de un sitio a otro del globo, con el único propósito de matar animales. En su
colección de “trofeos” (quizá la mayor del mundo) se topa uno tanto con un
leopardo de Zimbabue como un tigre de Tailandia, un león de Sudáfrica, un
ocelote de México o un guepardo de Namibia, un lobo de Alaska, un armadillo de
EEUU o un cocodrilo de Tanzania. Miles.
Puedo comprender a quien le tira a la perdiz para
echarla a la paella e incluso al que espera una noche al jabalí que le destroza
la cosecha, pero en un tipo que mata por matar, solo veo maldad. Resulta
difícil ver donde reside el placer de abatir a un animal salvaje. Creo que hay
que ser muy mala persona para gastarse una pasta en irse al otro lado del mundo
con el único objetivo de matar algo inocente y bello.
Como es natural, el texto levantó gran indignación.
Unos, como yo, por el hecho de que existan tipos así y otros en contra del
periodista y del periódico El País por publicarlo, quejándose de que el punto
de vista del autor del reportaje fuera demasiado neutral o tibio en la condena
al individuo, limitándose a exponer lo que ve y lo que dice.
Es cierto que Manuel Ansede, que es quien firma el impecable
reportaje, en ningún momento da su opinión. Y mucho menos se permite juicio
alguno. Ya lo hará el lector. Y eso es algo que muchos no le perdonan. No les
basta con conocer los hechos. Quieren que se los expliquen y se los sirvan, no
solo vistos para sentencia sino ya juzgados, malacostumbrados, quizá, por
aquello de: “Ya conocen ustedes las
noticias. Ahora nosotros les contaremos la verdad”. Eso, eso, bien
mascadito; que me la cuenten, que me la cuenten.
Y no es porque el periodista no tenga una opinión,
que seguro que sí que la tiene; de hecho, contextualiza al personaje con
observaciones como la de que lleva la bandera de España con el aguilucho en su
iPhone o que tiene el retrato de Franco presidiendo la sala del billar, pero
está escribiendo un reportaje y no una columna de opinión. ¿Por qué habría de
devaluar con su opinión lo que de tan forma tan poderosa muestran los hechos?
Ay, pero muchos quieren (exigen) que se tutele su
pensamiento y se les diga exactamente lo que quieren oír, que su atonía
intelectual se vea respaldada por una fuente de prestigio. Unos esperan a ver
qué dice El País, otros a ver qué dice Wyoming y la mayoría a ver qué dice
Iñaki Gabilondo.
Y ese sí que tiene la última palabra. ¡Qué gran peso
sobre tus espaldas tienes, Iñaki!
Román Rubio
Octubre 2019
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