LA
PEOR PARTE
“Me odia, exactamente, media España”, le oí a decir
hace poco a Wyoming en uno de esos destellos de lucidez a los que nos tiene
acostumbrados. La mitad de los españoles odian a su persona, y odian, sobre
todo, a su personaje, su versión humorística e histriónica. La otra mitad, más
o menos, le adora. O al menos, le soporta.
Les pasa a todos los que se exponen públicamente.
Uno expresa su opinión sobre algo e inmediatamente tiene como enemigos a media
España: más enemigos cuanto más popular sea el personaje. Solo los tibios, los
mediopensionistas y los que no abren la boca están a salvo de la animadversión
de los otros, y eso porque solo consiguen menosprecio. Los demás, los que
tienen convicciones, son vilipendiados por el 50% de sus compatriotas. Yo mismo
trato de exponer las mías de una manera comedida en mis escritos destinados a
hacerse públicos. Aún así, me ha costado algún que otro amigo. En mi descargo
apuntaré que he perdido algunos por izquierdista y/o independentista (¡dios,
¿quién habrá inventado tan absurda asociación?!) y a otros por lo contrario, por
constitucionalista facha (otra asociación demencial), con lo que tengo la
impresión de estar en el buen camino, alejado de la senda de los rebaños
fanáticos.
¿Pero, quiere decir que el 50% que no te detesta te
adora? Bueno, no necesariamente. Una parte de ellos sí, pero a otros les caes
bien solo parcialmente. Ese es el caso de Fernando Savater, personaje que atesora
muchas fobias y también filias, aunque estas, más parciales. Yo soy uno de
ellos.
Savater es un
tipo que me interesa y del que leo todo lo que cae en mis manos, que son sus
artículos —que publica en El País— y algunos de sus libros. Me gusta la
precisión y solvencia de su prosa: rica, imaginativa y chispeante, salpicada de
citas oportunas, cultas y esclarecedoras. En cuanto a lo que dice, todo (o casi
todo) tiene un gran sentido común. Discrepo con él, a veces, más por la intensidad
o el grado de sus posturas y convicciones que por estas en sí, con las que, en
términos generales, coincido. Claro que el filósofo aporta siempre un punto de
vista personal e indómito exento de
gregarismo ideológico bobalicón: “…en mi
relación con los dos hemisferios del mapa político no hay equidistancia, sino
dos pulsiones —o, más bien, repulsiones — opuestas: de la llamada izquierda me
repele mucho de lo que hace y bastante de lo que dice (especialmente en estos
últimos tiempos), pero de la denominada derecha me distancia sobre todo lo que
es”.
Acabo de leer su último libro La peor parte, dedicado a su mujer de los últimos treinta y tantos
años, Sara Torres Marrero (Pelo Cohete, para el autor), muerta tras un
demoledor proceso cancerígeno de nueve meses de grandes sufrimientos.
Es posible que haya ocurrido, pero no recuerdo haber
sido testigo de una confesión de afecto, ternura, pasión y pérdida tan sentida como
la que el filósofo dedica a su compañera, a su mujer, al amor de su vida.
“Da más fuerza saberse amado que saberse fuerte”.
Goethe.
Román Rubio
Noviembre 2019
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