HERMANO
LOBO
Jornada
electoral.
¡El Lobo, qué gran turrón, qué gran turrón!
Había una vez un niño muy guapo y templado al que
llamaban Pedro. Era pastorcillo y muy bromista y decidido. Gustaba el zagal de
bajar al poblado a gritar: “el lobo, el lobo, que viene el lobo” y ver cómo la
gente guardaba su ganado y se escondía recelosa en sus casas. Así, se ganaba la
confianza de los paisanos y reafirmaba su autoridad de muchacho gallardo y
decidido, aunque hubiera en él más fachada que sustancia.
Otro niño del pueblo, primo y rival envidioso del
primero, llamado Pablo (Pablito,
aunque a veces gustaba llamarse a sí mismo Pablita),
más bajito, andaba detrás del primero coreando: “el lobo, el lobo, que viene el
lobo”.
El Hermano Lobo andaba medio dormido, consciente de
la dificultad de entrar al pueblo, rodeado de cazadores, pero tanto oía gritar
su nombre y tanto era el miedo que veía que lograban transmitir los
pastorcillos, que sacó pecho, salió de su madriguera y se lanzó al camino.
El pregonero de la aldea también ayudaba. No había
día que no saliera con su trompetilla y cantara por todos los rincones del
pueblo: “Ya viene el lobo feroz, cantando alegre el bayón...” o aquella,
también muy celebrada de “¿Quién teme al lobo feroz, al lobo, al lobo?”
Lo primero que hizo el lobo fue comerse a Albert El Corderito (beeeeeeeé), al que
encontró despistado por el camino. Era este un corderito muy, pero que muy
ambicioso, lo que le hacía querer estar en todas partes menos donde se le
necesitaba. Además, andaba siempre crispado, cosa extraña en los ovinos, y
tenía la ridícula idea de andar por los corrales mostrando gráficos, ladrillos
y otros objetos para hacerse entender, táctica que hasta el rollizo y esquivo
gato Rufián había abandonado, por lo irrisorio e inútil. Aún así, dejó una
parte del festín para que lo devoraran los buitres que sobrevolaban la aldea.
Entretanto, el zorro Pablo (no confundir con el cándido
pastorcillo), presenciaba feliz el espectáculo, aunque algo intranquilo por el
envalentonamiento del Hermano Lobo. Pablo, que se había dejado crecer la barba
para parecer más mayor, había estado muy
enfermo, pero el bueno de Pedro le había salvado la vida, echando comida en su
madriguera, a pesar de que su naturaleza ladina amenazaba a su ganado tanto como
la agresividad del lobo.
Se aproximaba la Navidad, la época del turrón, y por
todas las esquinas del poblado el pregonero canturreaba alegremente el mensaje
de: “El Lobo, qué gran turrón, qué gran turrón”, como si se quisiera olvidar
que Delaviuda, Suchard, Antiu-Xixona y hasta Hacendado, como Teruel, también existen.
Pues bien, el Hermano Lobo ya acecha la aldea. Las
cabritas se están escondiendo bajo la caja del reloj y los cerditos están
pidiendo presupuestos de albañilería: los que tienen casa de paja quieren
construírsela de madera y estos de ladrillo.
Los pastorcillos Pedro y Pablo están muy, pero que
muy arrepentidos y han prometido al maestro que harán las paces y este les ha
puesto a copiar quinientas veces: “No
volveré a hacer el tonto”. El pobre cabritillo y su ganado, sin embargo, han
sido devorados por el lobo y por los cuervos.
Los demás, esperamos que llegue Francisco. El de
Asís.
Román Rubio
Noviembre 2019
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