lunes, 11 de noviembre de 2019

HERMANO LOBO


HERMANO LOBO
Jornada electoral.




¡El Lobo, qué gran turrón, qué gran turrón!




Había una vez un niño muy guapo y templado al que llamaban Pedro. Era pastorcillo y muy bromista y decidido. Gustaba el zagal de bajar al poblado a gritar: “el lobo, el lobo, que viene el lobo” y ver cómo la gente guardaba su ganado y se escondía recelosa en sus casas. Así, se ganaba la confianza de los paisanos y reafirmaba su autoridad de muchacho gallardo y decidido, aunque hubiera en él más fachada que sustancia.

Otro niño del pueblo, primo y rival envidioso del primero, llamado Pablo (Pablito, aunque a veces gustaba llamarse a sí mismo Pablita), más bajito, andaba detrás del primero coreando: “el lobo, el lobo, que viene el lobo”.

El Hermano Lobo andaba medio dormido, consciente de la dificultad de entrar al pueblo, rodeado de cazadores, pero tanto oía gritar su nombre y tanto era el miedo que veía que lograban transmitir los pastorcillos, que sacó pecho, salió de su madriguera y se lanzó al camino.

El pregonero de la aldea también ayudaba. No había día que no saliera con su trompetilla y cantara por todos los rincones del pueblo: “Ya viene el lobo feroz, cantando alegre el bayón...” o aquella, también muy celebrada de “¿Quién teme al lobo feroz, al lobo, al lobo?”

Lo primero que hizo el lobo fue comerse a Albert El Corderito (beeeeeeeé), al que encontró despistado por el camino. Era este un corderito muy, pero que muy ambicioso, lo que le hacía querer estar en todas partes menos donde se le necesitaba. Además, andaba siempre crispado, cosa extraña en los ovinos, y tenía la ridícula idea de andar por los corrales mostrando gráficos, ladrillos y otros objetos para hacerse entender, táctica que hasta el rollizo y esquivo gato Rufián había abandonado, por lo irrisorio e inútil. Aún así, dejó una parte del festín para que lo devoraran los buitres que sobrevolaban la aldea.

Entretanto, el zorro Pablo (no confundir con el cándido pastorcillo), presenciaba feliz el espectáculo, aunque algo intranquilo por el envalentonamiento del Hermano Lobo. Pablo, que se había dejado crecer la barba para parecer más mayor,  había estado muy enfermo, pero el bueno de Pedro le había salvado la vida, echando comida en su madriguera, a pesar de que su naturaleza ladina amenazaba a su ganado tanto como la agresividad del lobo.

Se aproximaba la Navidad, la época del turrón, y por todas las esquinas del poblado el pregonero canturreaba alegremente el mensaje de: “El Lobo, qué gran turrón, qué gran turrón”, como si se quisiera olvidar que Delaviuda, Suchard, Antiu-Xixona y hasta Hacendado, como Teruel,  también existen.

Pues bien, el Hermano Lobo ya acecha la aldea. Las cabritas se están escondiendo bajo la caja del reloj y los cerditos están pidiendo presupuestos de albañilería: los que tienen casa de paja quieren construírsela de madera y estos de ladrillo.

Los pastorcillos Pedro y Pablo están muy, pero que muy arrepentidos y han prometido al maestro que harán las paces y este les ha puesto a copiar quinientas veces: “No volveré a hacer el tonto”. El pobre cabritillo y su ganado, sin embargo, han sido devorados por el lobo y por los cuervos.

Los demás, esperamos que llegue Francisco. El de Asís.

Román Rubio


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