jueves, 26 de marzo de 2020

A TORO PASADO TODOS SOMOS MANOLETE


A TORO PASADO TODOS SOMOS MANOLETE




En un pueblo del interior de Valencia, cuyo nombre omito deliberadamente, se celebraba cada año (no sé si se seguirá haciendo) una semana de toros con motivo de las fiestas de verano. Los toros recorrían las calles debidamente protegidas con sus burladeros y llegaban finalmente a la plaza, donde los mozos, con trozos de tela u otros artefactos más crueles, como varas,  mostraban sus habilidades taurinas y su “valentía” delante de todos los paisanos.

Una de las acciones más celebradas de la fiesta era la que protagonizaba Andrés, un disminuido (¿o era discapacitado?) psíquico local al que en aquel pueblo y en aquella época terrible y cruel de la pos-posguerra se le conocía como “Andrés el Tonto”. El mozo estaba bien apostado y protegido tras la barrera y una vez había pasado el toro salía con su capote y escenificaba unas elaboradas piruetas mirando fijamente y con chulería al frente, como si allí estuviera el cornúpeta.

El personal, conocedor del entrañable ritual que Andrés repetía año tras año, hacía de este uno de los momentos estelares de la fiesta y acompañaba sus poses con desaforados y calurosos “oléeeeee”, lo que hacía que el joven se viniera arriba, viviera su momento anual de gloria y brindara con su gorrilla el toro a todo el pueblo, causando gran hilaridad y regocijo. Eso sí, el muchacho podía tener sus facultades psíquicas disminuidas, pero de tonto no tenía un pelo, ya que siempre esperó a que pasara el toro para hacer sus piruetas. Nunca se equivocó y salió antes de hora.

Es lo que tiene la cosa: que todo es mucho más fácil cuando ha pasado el toro. Hoy, el personal, acostumbrado a no correr ningún riesgo y a culpabilizar siempre a otro —o a otros— de su infortunio, se dedica a culpar a sus dirigentes  de la inédita tragedia que se está viviendo con la pandemia. He visto cómo algunos, críticos implacables de que se suspendieran las Fallas y de que se jugara el partido del Valencia-Atalanta a puerta cerrada y asistentes asiduos a las “mascletaes” prefalleras, claman ahora contra quienes tomaron aquellas permisivas medidas, les culpan de no haber sido talibanes del confinamiento y se dedican a explicar con todo lujo de detalles y razones cómo se ejecutan las chicuelinas y las medias verónicas. Eso sí: una vez que ha pasado el toro; como el bueno de Andrés.

Y el público, bien provisto de papel higiénico, aplaudiendo desde la barrera, o haciendo sonar cacerolas.


Román Rubio

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