A
TORO PASADO TODOS SOMOS MANOLETE
En un pueblo del interior de Valencia, cuyo nombre
omito deliberadamente, se celebraba cada año (no sé si se seguirá haciendo) una
semana de toros con motivo de las fiestas de verano. Los toros recorrían las
calles debidamente protegidas con sus burladeros y llegaban finalmente a la
plaza, donde los mozos, con trozos de tela u otros artefactos más crueles, como
varas, mostraban sus habilidades
taurinas y su “valentía” delante de todos los paisanos.
Una de las acciones más celebradas de la fiesta era
la que protagonizaba Andrés, un disminuido (¿o era discapacitado?) psíquico
local al que en aquel pueblo y en aquella época terrible y cruel de la pos-posguerra
se le conocía como “Andrés el Tonto”.
El mozo estaba bien apostado y protegido tras la barrera y una vez había pasado
el toro salía con su capote y escenificaba unas elaboradas piruetas mirando fijamente
y con chulería al frente, como si allí estuviera el cornúpeta.
El personal, conocedor del entrañable ritual que
Andrés repetía año tras año, hacía de este uno de los momentos estelares de la
fiesta y acompañaba sus poses con desaforados y calurosos “oléeeeee”, lo que
hacía que el joven se viniera arriba, viviera su momento anual de gloria y
brindara con su gorrilla el toro a todo el pueblo, causando gran hilaridad y
regocijo. Eso sí, el muchacho podía tener sus facultades psíquicas disminuidas,
pero de tonto no tenía un pelo, ya que siempre esperó a que pasara el toro para
hacer sus piruetas. Nunca se equivocó y salió antes de hora.
Es lo que tiene la cosa: que todo es mucho más fácil
cuando ha pasado el toro. Hoy, el personal, acostumbrado a no correr ningún
riesgo y a culpabilizar siempre a otro —o a otros— de su infortunio, se dedica
a culpar a sus dirigentes de la inédita tragedia
que se está viviendo con la pandemia. He visto cómo algunos, críticos
implacables de que se suspendieran las Fallas y de que se jugara el partido del
Valencia-Atalanta a puerta cerrada y asistentes asiduos a las “mascletaes”
prefalleras, claman ahora contra quienes tomaron aquellas permisivas medidas, les
culpan de no haber sido talibanes del confinamiento y se dedican a explicar con
todo lujo de detalles y razones cómo se ejecutan las chicuelinas y las medias verónicas.
Eso sí: una vez que ha pasado el toro; como el bueno de Andrés.
Y el público, bien provisto de papel higiénico, aplaudiendo
desde la barrera, o haciendo sonar cacerolas.
Román Rubio
No hay comentarios:
Publicar un comentario