viernes, 12 de junio de 2020

EL PALCO DEL BOLSHOI


EL PALCO DEL BOLSHOI




El 26 de enero de 1936 Shostakóvich estrenaba su ópera Lady Macbeth de Mtsenks en el Bolshoi de Moscú. En un prominente palco del teatro, acompañado de una pequeña cohorte y semioculto tras una cortina, se encontraba un espectador de excepción: Josef Stalin. El autor, sabedor de la presencia del camarada secretario general, subió al escenario a agradecer los aplausos, blanco como el nácar. El motivo era que Stalin había gesticulado con desaprobación en determinados momentos de la obra en que sonaban la percusión y el viento con inadecuado y contrarrevolucionario brío. A los dos días se publicó una editorial en el Pravda, dictada o escrita por el camarada jefe, tachando la obra de “deliberadamente confusa…, donde se grazna, hay gritos y jadeo” y, por tanto, aburguesada y antisocial,  propicia a la exaltación de emociones que no contribuyen a la afirmación de la revolución socialista y soviética.

¿Y cuáles son las cualidades de la música para que exprese tal cosa? Pregúntenselo a Stalin. En las artes plásticas resulta más fácil de determinar: bastaría con representar una aldea en la que todos aparezcan sanos y felices ejercitando su trabajo para la colectividad o a un soldado, un estudiante, una campesina y un médico con una bandera soviética aplastando al monstruo nazi, pero en la música, la verdad, se muestra más difícil distinguir lo revolucionario (¿el folclore, quizá?) de lo decadente y burgués.

Shostakóvich no fue ejecutado ni enviado a los campos de Siberia, pero muchos de sus amigos y familiares sí que lo fueron. Entretanto, él consumía tabaco, insomne, esperando la visita a media noche de alguien que no era precisamente el lechero mientras se dedicaba a componer música patriótica por el tiempo que duró la II Guerra Mundial. Por lo que pudiera pasar.

Yo, en mis lecturas, acabo de descubrir el Mediterráneo. Ha caído en mis manos un libro de historias cortas de Alice Munro. La Munro es una autora canadiense que en su larga vida literaria ha ganado premios de la categoría del Man Booker International o el Nobel, aunque yo, en mi iletrada ignorancia, no había leído nada de ella. Y me está deslumbrando con su ingenio, originalidad de las historias y calidad literaria.

Llama la atención que las historias de la canadiense son todas sobre mujeres. Por supuesto que aparecen hombres, pero estos tienen un papel más anecdótico y secundario, como de comparsa, y sus roles parecen responder más a estereotipos. Por el contrario, las mujeres tienen una presencia llena de matices, más rica y compleja, ocupando siempre el centro del relato. Se trata, por tanto, de una literatura de mujer sobre mujeres. Algunos añadirán “y para mujeres”; y ahí es donde quiero mostrar mi total desacuerdo. Las buenas historias bien escritas pueden serlo por mujeres o por hombres, sobre mujeres y sobre hombres pero no “para” mujeres o “para” hombres. Excepto para los que como Stalin piensen que el artista es un “ingeniero de almas”.

Patricia Highsmith se sacó de la manga a Tom Ripley y Flaubert a Mdme. Bobary. Tolstói contó la historia de Ana Karénina, Marguerite Yourcenar la de Adriano y la otra Marguerite —la Duras— la de su amante chino. Y a algunos no nos ha importado que el autor, la autora o el personaje principal fueran hombre o mujer.

 Al parecer, a muchas otras personas sí.
Como a Stalin.

Román Rubio
Junio 2020

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