sábado, 28 de noviembre de 2020

BIENVENIDOS AL NORTE

 

BIENVENIDOS AL NORTE



Fui a ver en su momento la película francesa Bienvenidos al Norte (Bienvenue chez les Ch’tis, en francés) a un cine en versión original. Gran parte de los gags de la cinta se basaba en las peculiaridades de la lengua de los norteños, que, al parecer, puede  resultar zafia o paleta para los exquisitos oídos de los parisinos y otras aves de boulevard. Los nativos franceses y los bilingües reían con ganas las chanzas lingüísticas y los demás reíamos por cortesía o simplemente pasábamos, ya que nos la traía al pairo que a algo así como buló, los norteños le llamaran bulú, lo que, al parecer, resulta hilarante a los oídos galos. Tiempo después volví a ver la película, esta vez en la televisión, doblada al español, y las gracietas lingüísticas seguían sin ser tan chistosas, pues ya se sabe de la dificultad de traducir los matices del habla: Lost in translation.

El acento, de manera explícita o soslayada, sigue siendo un ascensor que tanto ayuda a subir a los pisos altos como a descender a los sótanos de la pirámide. En inglés es tan definitorio de las diferencias geográficas y sociales que el profesor Higgins, presumía de poder localizar la procedencia de una persona calle por calle de la Inglaterra victoriana con solo pronunciar esta unas frases. Y con unas lecciones de prosodia convirtió a Liza, la florista barriobajera, en una refinada dama de la alta sociedad.

Pues bien, esto de reírse de los acentos regionales y llamar patán al que viene con los ecos del terruño va a ser ilegal a partir de ahora en Francia, o al menos a discriminarle por ello. Un diputado de Perpiñán ha llevado un proyecto de ley a la Asamblea Nacional para poner la discriminación por el acento en la misma categoría que la discriminación por sexo, religión, discapacidad u origen étnico. La votación fue aceptada por 98 votos a favor y 3 en contra y propone sanciones de hasta 45.000 euros y penas de prisión de hasta tres años por ejercer la discriminación al paleto. Nada de bromas.

Claro, que lo difícil será demostrar que alguien es rechazado o discriminado por su acento, a no ser que alguien le diga a la cara: “Te mereces un ascenso pero se lo daremos a Julie, que no tiene tu acento de patán” o “si no hablaras como un paleto, el despacho con vistas a la Torre Eiffel sería tuyo, pero con tu patois tendrás el del sótano”.

Noticias inquietantes para quienes, como yo, gustaban de reírse de Marianico el Corto y de las ocurrencias de Paco Martínez Soria con boina por Madrid; o de aquel que decía “fistro pecador de la pradera” con acento malagueño mientras recorría a pasitos cortos el escenario. Y se ha acabado eso de que el Señor Casamajor imposte su deje de payés jubilado y que Jaume Canivell venda porteros electrónicos con acento catalán. Ya está bueno lo bueno. A burlarse, cada cual de su propia jeta.

Román Rubio

Noviembre 2020


martes, 24 de noviembre de 2020

MENTIRAS, VERDADES Y OTRAS AMENIDADES

 

MENTIRAS, VERDADES Y OTRAS AMENIDADES

No sé a qué viene tanto aspaviento en contra de las redes sociales por la difusión de bulos, también conocidos como fake news. Que si los rusos difunden tal o cual rumor para influenciar en tal o cual elección, que si lo hacen los chinos, que si Trump intoxica las redes con tal o cual mentira… Chorradas, créanme. Las mentiras, los bulos y las medias verdades, han existido siempre y siempre han tenido su medio de difusión, antes mucho antes de que nadie inventara Facebook o Twitter. Y han contribuido a hacer el mundo mucho más divertido. Veamos:

Hubo una vez que llovió tanto, tanto que se inundó el mundo. Un hombre justo recibió la orden de construir una nave en la que meter una pareja de “todas” las especies animales (incluyendo a las tarántulas), sin instrucciones específicas de dónde colocar a los leones y los cervatillos, las boas y los conejos, y ni siquiera de cómo capturarlos. El tipo de la nave vivió 950 años, casi tantos como su abuelo Matusalén que vivió 969.

La Tierra es plana. Nadie que haya ido a Albacete y visto sus llanos o a Oklahoma puede tener duda alguna al respecto. Es cierto que algunos como Elcano salieron de viaje y volvieron al mismo sitio sin dar pasos atrás, pero, ¿quién me dice a mí (o a ellos) que no han ido haciendo círculos, eh? Bueno, están las fotos del planeta tomadas desde el espacio, pero esas solo convencen a quienes creen en aquella mascarada del hombre en la Luna y su ridícula película aquella de Super-8.

Del mono descenderá usted, si se empeña; o mi amigo aquel del bachillerato que tenía cara de simio y ya era peludo a los quince años, pero ni Julie Andrieu ni Nicole Kidman ni Sarita Montiel ni yo mismo tenemos nada que ver con tan embarazosa circunstancia. Nosotros, los bien nacidos, descendemos de una figura de barro a la que alguien le dio vida con un soplo y después ocurrió algo con una costilla a la hora de la siesta que no recuerdo bien.

Antes, mucho antes de que existiera el whatsapp, antes incluso de que existiera el telégrafo, tres reyes de sendos países de oriente lograron ponerse de acuerdo para viajar en camello hasta casi a orillas del Mediterráneo a obsequiar a un recién nacido, consiguiendo llegar a él en el increíble plazo de 11 días, lo cual no parece ser una gran proeza si consideramos que hoy  —dos mil y pico años después— se reúnen cada año para visitar millones de casas y dejar regalos a los niños en una sola noche.

Los príncipes se convierten en sapos por maldiciones y vuelven a ser príncipes con el beso de una doncella, las espadas de los libertadores se clavan y desclavan  en las rocas, las aguas de los mares se separan para dejar pasar al pueblo elegido y se juntan al paso del perseguidor, las cabritillas salen alegremente de la panza del lobo y los predicadores de los de la de la ballena tras pasar tres días en su interior; una pareja de gemelos, amamantados por una loba, crean una ciudad que devendría en el mayor imperio de la antigüedad; hay quien separa continentes con la fuerza de sus brazos y quien viaja por esos mares en un arca de piedra para convertir Mondoñedo al catolicismo.

¿Por qué habría uno de escandalizarse porque alguien introduzca maliciosamente una mentirijilla por las redes y consiga que unos cuantos crédulos papanatas  hagan rodar la rueda de la mentira?


Román Rubio

Noviembre, 2020


domingo, 1 de noviembre de 2020

SOY ESTÚPIDO


SOY ESTÚPIDO


Es lo primero que deberíamos decirnos a la cara cada mañana frente al espejo. No para humillarnos ni hacer daño a nuestro ego (o quizá sí) sino para prevenirnos de lo estúpidas que pueden ser  nuestras actitudes ante el estado de las cosas (Stand der Dinge, en alemán, que suena más rotundo). Les pondré algunos ejemplos:

Si nuestra ración de dicha diaria depende del número de likes o retuits que obtenemos de las redes sociales y culpamos a estas de nuestro infortunio obviando que el problema no es la perversidad de los entornos —como parece estar cada vez más aceptado— sino la infantiloide necedad de dejar la propia dicha al albur de la aprobación de los demás.

Si creemos que el motivo del desorden alimentario y psicológico que nos aflige se debe al comentario de la maestra cuando nos negamos a saltar el potro en la época en que vivía Carrillo. ¿O es que alguien feucho y/o rellenito espera sobrevivir una vida entera escuchando lo delgado y guapo que es?

Si al escuchar las noticias (en RNE) o al oírlas (en el resto de las cadenas) culpamos al epidemiólogo en jefe de los amenazadores resultados de la pandemia y queremos cargárnoslo, fusilarle o mandarle a la Patagonia en compañía de Mortadelo actuando tan estúpidamente como Boabdil al ordenar la muerte del mensajero que le notificó la caída de Alhama. Cayó Alhama, Marco Antonio se casó con otra y Lúculo terminó derrotando a Tigranes, tal como anunciaron los mensajeros.

Si pensamos que el hecho de vivir fuera de la nación, fuera de Europa o fuera de cualquier otro ente territorial (ámbito político-social) haría aumentar automáticamente nuestra felicidad liberándonos de nuestros miedos, complejos, manías y fantasmas emocionales (ámbito personal).

Si creemos que Obama, Soros, Bill Gates, Darwin y Rubalcaba están sentados en una mesa (los dos últimos en esencia) para intentar convencernos de que la Tierra es redonda y planeando el modo de dominar el mundo por medio de vacunas, ondas gravitatorias y otras zarandajas.

Si pregonamos alto y claro que la culpa de todo lo que nos pasa la tienen los políticos —esa especie zoológica advenida de Marte sin invitación—  pasando por alto nuestra afición cainita para enfrentarnos con el que no piensa como uno y que nosotros, “el pueblo”, somos una suma de bondadosos y biempensantes corderillos manipulados por las fuerzas del mal obviando nuestro ancestral empeño en disparase en el pie cada vez que las cosas van medio bien.

Si estamos continuamente desenterrando el hacha de la guerra con la excusa de que un pueblo sin memoria (es decir, sin sacar los agravios) caerá en los mismos errores, como si no hubiera caído una y otra vez en ellos con memoria, sin memoria y con recordatorios.

Si la culpa de nuestras desdichas es siempre de los demás: de Madrid, del cuñado, de la infancia, del tren eléctrico que no nos trajeron los Reyes Magos, de las malas compañías, de la religión, de las sectas, del “sistema”, de los vendedores de crecepelo, de la familia de la mujer, de la del marido, del Borbón, de los malos consejos, del árbitro, de mi padre, de mi madre, de las novelas de caballerías, de los engañosos brillos de las lentejuelas, de Trump, de los  comunistas con y sin coleta, de Aznar, de la Justicia, del Ayuntamiento, de Putin, de Amazon o de China, estamos listos.

Más nos valdría recordarnos cada mañana lo estúpidos que somos o podemos ser, tratar de ser más autónomos y dejar de ver al maestro armero como el causante único de nuestras desventuras.

 

Román Rubio

Noviembre 2020

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