BIENVENIDOS
AL NORTE
Fui a ver en su momento la película francesa
Bienvenidos al Norte (Bienvenue chez les
Ch’tis, en francés) a un cine en versión original. Gran parte de los gags
de la cinta se basaba en las peculiaridades de la lengua de los norteños, que,
al parecer, puede resultar zafia o
paleta para los exquisitos oídos de los parisinos y otras aves de boulevard. Los nativos franceses y los
bilingües reían con ganas las chanzas lingüísticas y los demás reíamos por
cortesía o simplemente pasábamos, ya que nos la traía al pairo que a algo así
como buló, los norteños le llamaran bulú, lo que, al parecer, resulta hilarante
a los oídos galos. Tiempo después volví a ver la película, esta vez en la
televisión, doblada al español, y las gracietas lingüísticas seguían sin ser
tan chistosas, pues ya se sabe de la dificultad de traducir los matices del
habla: Lost in translation.
El acento, de manera explícita o soslayada, sigue
siendo un ascensor que tanto ayuda a subir a los pisos altos como a descender a
los sótanos de la pirámide. En inglés es tan definitorio de las diferencias
geográficas y sociales que el profesor Higgins, presumía de poder localizar la
procedencia de una persona calle por calle de la Inglaterra victoriana con solo
pronunciar esta unas frases. Y con unas lecciones de prosodia convirtió a Liza,
la florista barriobajera, en una refinada dama de la alta sociedad.
Pues bien, esto de reírse de los acentos regionales
y llamar patán al que viene con los ecos del terruño va a ser ilegal a partir de
ahora en Francia, o al menos a discriminarle por ello. Un diputado de Perpiñán
ha llevado un proyecto de ley a la Asamblea Nacional para poner la
discriminación por el acento en la misma categoría que la discriminación por
sexo, religión, discapacidad u origen étnico. La votación fue aceptada por 98
votos a favor y 3 en contra y propone sanciones de hasta 45.000 euros y penas
de prisión de hasta tres años por ejercer la discriminación al paleto. Nada de
bromas.
Claro, que lo difícil será demostrar que alguien es rechazado
o discriminado por su acento, a no ser que alguien le diga a la cara: “Te
mereces un ascenso pero se lo daremos a Julie, que no tiene tu acento de patán”
o “si no hablaras como un paleto, el despacho con vistas a la Torre Eiffel
sería tuyo, pero con tu patois
tendrás el del sótano”.
Noticias inquietantes para quienes, como yo, gustaban
de reírse de Marianico el Corto y de las ocurrencias de Paco Martínez Soria con
boina por Madrid; o de aquel que decía “fistro
pecador de la pradera” con acento malagueño mientras recorría a pasitos cortos
el escenario. Y se ha acabado eso de que el Señor Casamajor imposte su deje de
payés jubilado y que Jaume Canivell venda porteros electrónicos con acento
catalán. Ya está bueno lo bueno. A burlarse, cada cual de su propia jeta.
Román Rubio
Noviembre 2020