MENTIRAS,
VERDADES Y OTRAS AMENIDADES
Hubo una vez que llovió tanto, tanto que se inundó
el mundo. Un hombre justo recibió la orden de construir una nave en la que
meter una pareja de “todas” las especies animales (incluyendo a las tarántulas),
sin instrucciones específicas de dónde colocar a los leones y los cervatillos,
las boas y los conejos, y ni siquiera de cómo capturarlos. El tipo de la nave
vivió 950 años, casi tantos como su abuelo Matusalén que vivió 969.
La Tierra es plana. Nadie que haya ido a Albacete y
visto sus llanos o a Oklahoma puede tener duda alguna al respecto. Es cierto
que algunos como Elcano salieron de viaje y volvieron al mismo sitio sin dar
pasos atrás, pero, ¿quién me dice a mí (o a ellos) que no han ido haciendo
círculos, eh? Bueno, están las fotos del planeta tomadas desde el espacio, pero
esas solo convencen a quienes creen en aquella mascarada del hombre en la Luna
y su ridícula película aquella de Super-8.
Del mono descenderá usted, si se empeña; o mi amigo
aquel del bachillerato que tenía cara de simio y ya era peludo a los quince
años, pero ni Julie Andrieu ni Nicole Kidman ni Sarita Montiel ni yo mismo tenemos
nada que ver con tan embarazosa circunstancia. Nosotros, los bien nacidos,
descendemos de una figura de barro a la que alguien le dio vida con un soplo y
después ocurrió algo con una costilla a la hora de la siesta que no recuerdo
bien.
Antes, mucho antes de que existiera el whatsapp,
antes incluso de que existiera el telégrafo, tres reyes de sendos países de
oriente lograron ponerse de acuerdo para viajar en camello hasta casi a orillas
del Mediterráneo a obsequiar a un recién nacido, consiguiendo llegar a él en el
increíble plazo de 11 días, lo cual no parece ser una gran proeza si
consideramos que hoy —dos mil y pico
años después— se reúnen cada año para visitar millones de casas y dejar regalos
a los niños en una sola noche.
Los príncipes se convierten en sapos por maldiciones
y vuelven a ser príncipes con el beso de una doncella, las espadas de los
libertadores se clavan y desclavan en
las rocas, las aguas de los mares se separan para dejar pasar al pueblo elegido
y se juntan al paso del perseguidor, las cabritillas salen alegremente de la
panza del lobo y los predicadores de los de la de la ballena tras pasar tres
días en su interior; una pareja de gemelos, amamantados por una loba, crean una
ciudad que devendría en el mayor imperio de la antigüedad; hay quien separa
continentes con la fuerza de sus brazos y quien viaja por esos mares en un arca
de piedra para convertir Mondoñedo al catolicismo.
¿Por qué habría uno de escandalizarse porque alguien
introduzca maliciosamente una mentirijilla por las redes y consiga que unos
cuantos crédulos papanatas hagan rodar
la rueda de la mentira?
Román Rubio
Noviembre, 2020
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