sábado, 13 de febrero de 2021

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA

 

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA


Quizá conozcan ustedes la historia: andaba de caza el maharajá con su ayudante cuando cayó de su caballo y se dislocó la muñeca. Comenzó el soberano a maldecir su suerte mientras el criado le vendaba y le insistía en que no hay mal que por bien no venga. El noble, indignado por las frasecitas de filosofía barata del criado, le empujó a un pozo y le dejó allí para que muriera de inanición mientras proseguía su camino. Más adelante el soberano fue capturado por una banda de ladrones que tras robar sus pertenencias se dispusieron a sacrificarlo en ofrecimiento a su dios. Uno de los bandidos se dio cuenta de la rotura del antebrazo y paralizaron el sacrificio ya que solo eran aptos les seres sin tara o defecto alguno y le dieron libertad. El príncipe, de vuelta a palacio, sacó del pozo a su criado y se postró en lágrimas solicitando el perdón de este. “¿Perdón?”, dijo el criado. “No hay nada que perdonar. Si no me hubieras tirado al pozo habríamos sido apresados los dos y sería a mí a quien habrían sacrificado. Recuerde Su Alteza que no hay mal que por bien no venga”.

´Corría septiembre de 2013 cuando Madrid presentó en Buenos Aires su candidatura para organizar los Juegos Olímpicos de 2020 consiguiendo un rotundo fracaso aunque dejando para la posteridad, eso sí, aquello de la “relaxing cup of café con leche en la Plaza Mayor” como frase icónica superando al celebrado “is very difficult todo esto” que espetó el inimitable Mariano Rajoy en una visita a la Casa Blanca.

La expresión por la que se recordará siempre a la inane alcaldesa de Madrid, que lo fue por obra y gracia de Gallardón,  dejó a los madrileños —y de rebote a todos los demás— con un cierto sabor de ridículo, no por la sintaxis del discurso —que fue aceptable—, y ni siquiera por la pronunciación (hemos visto a otros líderes en situaciones incluso peores) sino, más bien, por ese tonillo ridículo de “seño” que trata al mundo como si estuviera habitado por párvulos sin destetar. También es cierto que en aquel acto también intervinieron Gasol y el Príncipe Felipe y ambos lograron elevar el mensaje lo suficiente como para librar a la candidatura del ridículo.

Lo cierto es que lo que se vio como un estrepitoso fracaso, a la larga, no lo ha sido tanto. Veamos: el ganador —Tokio— no pudo celebrar los juegos en 2020 por causa de la pandemia y ahora se enfrenta a unos retos descomunales para poder hacerlo en julio y agosto de 2021. El gobierno japonés ha invertido una cantidad de 10.000 millones de euros en preparar la ciudad y poder alojar y hacer competir a los 11.000 deportistas de 206 países, descontando unas pérdidas de 2.700 millones de euros de patrocinadores locales y 660 millones en entradas, ya que todas las competiciones se celebrarán sin público.

Los ingresos por turismo se han esfumado, con lo que se han ido al traste las expectativas de restaurantes, atracciones turísticas y gasto en general de turistas extranjeros. Los visitantes, periodistas y otros, no podrán hacer uso del transporte público ni salir de la villa olímpica por otro medio que no sea el transporte olímpico oficial y los atletas deberán olvidarse de la proverbial convivencia estrecha con los pares ya que deberán guardar las normas de seguridad: comer en los comedores de la propia villa respetando la distancia de dos metros entre comensales, además de pasar una PCR obligatoria cada cuatro días, medida que afecta a atletas, técnicos, periodistas  y  todo el personal implicado.

¿Y si hay positivos? Más vale no pensar en ello. Si se da un positivo en un equipo, este, en su totalidad, deberá retirarse de la competición temporalmente y guardar cuarentena; no solo ellos sino los componentes del último equipo con el que han competido, lo que puede hacer de la competición y sus eliminatorias un completo caos.

En fin, que los Juegos de 2020 no son ninguna peladilla y las consecuencias económicas y de todo tipo para Madrid y para España, el país más arruinado de occidente por la pandemia, habrían sido desastrosas.

De modo que, mira por dónde, la “relaxing cup of café con leche” ha contribuido finalmente y sin proponérselo a aliviar, sino a evitar la ruina. Sabio que era, el criado del maharajá.

Román Rubio

Febrero 2021



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