ARCADIA
Hablando con mi amigo Gerardo, me confesó que estaba
algo desanimado y que las últimas lecturas no ayudaban en nada. Me habló de la
tristeza que le produjo Noruega, de Rafa Lahuerta, el último libro leído, y el
mayor desánimo que le producía Lux,
de Mario Cuenca Sandoval, que es el que ahora tenía entre manos. El libro,
desconocido para mí, me lo definió como una distopía, palabra aparecida por primera vez en un discurso de John
Stuart Mill sobre la política agraria en Irlanda a mitad del siglo XIX y que ha
pasado —de ser una rara avis que nos
remitía vagamente a los remotos 1984
de Orwell o El mundo feliz de Huxley—
a gozar de un uso exagerado, gracias a la mala reputación de las redes sociales
y a las supuestas perniciosas intenciones de las ubicuas empresas de internet y
sus geolocalizadores, versión actualizada del Big Brother orweliano.
Lux,
un Vox con disfraz, es una recreación novelada de un país (España) tras una
eventual victoria electoral de un partido populista de extrema derecha; y no
daré más detalles puesto que he leído solo unas pocas páginas. Inmediatamente,
me vino a la punta de la lengua otra palabra que sirve para designar
precisamente aquello de lo que mi amigo hablaba: ucronía, que se refiere a aquella ficción literaria que ocurre en
una sociedad en la que se ha producido un hecho ilusorio que hace cambiar la
historia. Enseguida me vinieron a la cabeza la estupenda Sumision de Houllebecq, en la que hipotetiza sobre una Francia que
se despierta un día islamista tras unas elecciones o La conjura contra America, de Philip Roth, en la que los judíos
americanos apechugan con las consecuencias de la derrota electoral de Roosevelt,
en 1940, frente al filofascista Charles
Lindberg. Ambos hechos, las fantasiosas elecciones francesa y americana,
suponen lo que se conoce como el punto Jonbar, cuyo origen se encuentra en la
novela La legión del tiempo (1938),
de Jack Williamson, en la que el protagonista, John Barr, al recoger uno de dos
objetos (un imán y un guijarro), hará girar la historia hacia una civilización
utópica, llamada Jonbar o a la tiranía del estado de Gyronchi.
Ni Francia se ha despertado islamista ni Estados
Unidos fascista, lo que ha evitado el escenario distópico para algunos y
utópico para otros. Ya saben: utopía
(término proveniente de la Utopia, de
Tomas Moro) es aquel mundo con una sociedad plena de justicia social, perfectamente
armónica y pacífica y proveedora de bienestar económico y moral para sus
habitantes, una perfección que se ve tan lejana que se llega a ver tanto deseable como
irrealizable.
Utopías las hay de todas clases: social-comunista, anarco-libertaria,
feminista, paternalista, liberal, religiosa, etc. Y ya conocemos el resultado
de algunas de ellas una vez puestas en práctica. Las utopías de unos resultan
ser distopías para otros.
Viene a ser algo así como la idea de la Arcadia, ese
paraíso bucólico tan trillado en el arte y la literatura del Renacimiento y el
Romanticismo, lleno de dríadas, ninfas, faunos y pastorcillos y pastorcillas
felices, saludables y sonrosados que se distraen tocando el caramillo. La realidad
es que Arcadia es una parte del Peloponeso llena de pastores, sí, pero tan
desvalida y atrasada que el historiador Polibio la describió como una región
pobre, yerma, rocosa, fría y privada de todos aquellos placeres que amenizan la
existencia, razón por la cual los poetas griegos localizaban en Sicilia sus
escenas bucólicas.
Ya ven: para el fauno, Arcadia es un bonito lugar
lleno de ninfas con las que distraerse persiguiéndolas por el bosque y en
cambio, para la ninfa es un lugar amenazador lleno de faunos acosadores. Utopía
y distopía.
Román Rubio
Junio 2021