ESOS
CHISTECITOS
Acababa de leer en El País una entrevista de Jabois
a Diego San José, alguien a quien no conocía; se trata de un tipo de Irún de 43
años, guionista de comedia de profesión,
autor, coautor o colaborador de muchos programas de televisión como Vaya semanita, El intermedio o La hora de José Mota y de películas como
Ocho apellidos vascos, Pagafantas o
la serie de HBO, Venga Juan. Entre
otras cosas de interés, el guionista dice: “Una
cosa que yo odio en la comedia es hacer chistes sobre cosas que la gente ya
tiene claras. Es decir, la ficción que tú haces para dar la razón al espectador
en lugares donde se está calentito. Y cuando los trenes están arrancados te
subes a ellos”.
La frase me recordó algo que había oído el día
anterior a la conductora de la mañana de la SER —y muy respetada por mí—,
Ángels Barceló, a propósito de no sé qué elecciones. La catalana se permitió
hacer un chistecito sobre lo de que “hay que votar bien, como dice Vargas
Llosa, ja, ja, ja”, ridiculizando el aforismo del escritor y, de paso, su
postura política. Claro, se trata de la SER, con lo que la periodista —de gran
altura, en la mayoría de las ocasiones— se permitía el sarcasmo ante un público
que adivinaba entregado. No importa que fuera con una frasecita y no
discutiendo el sentido de la misma. No importa que el Nobel lo argumentara con
ejemplos como el de que Hitler llegara a la Cancillería por los votos u otros
casos sangrantes de la historia en que la elección ha conducido a resultados
desastrosos. ¿Quién no va a estar de acuerdo (o en desacuerdo) con un eslogan
tan facilón como el que repitió la periodista con sarcasmo? Claro, lo fácil es
hacer el chistecito ante el auditorio entregado. Otra cosa sería argumentar en
contra. Eso ya… ¡El pueblo siempre tiene razón! ¡Venga! Discútanlo, si se
atreven.
En la historia reciente española se puso el
referéndum como la panacea de la democracia. Nada parecía ser tan democrático
como un referéndum. ¡Que hable el pueblo! Pues, bien; para hacer de abogado del
diablo yo proponía a los defensores de la tesis (ojo, no a los defensores del
referéndum, cosa que me parece muy aceptable, sino a los defensores de la tesis
de este como máxima expresión de la democracia) que consideraran el caso de un plebiscito
en el que se preguntara al pueblo por la prohibición de la entrada de moros en
el país y del ejercicio de la religión musulmana. ¿Cuál creen que sería el
resultado de la votación? Especialmente, si se aprovecha a hacerlo tras un
atentado yihadista. “Eso es imposible”, me decían. “¿Por qué?”, preguntaba yo. “Pues
porque esa pregunta no se puede plantear”. Efectivamente, ese referéndum,
cualquiera que fuera el resultado, no se puede plantear. Y no porque sea
moralmente cuestionable: un día te puede juzgar un cura bajo su moral y otro un
depravado (aunque hay casos en que se trata de la misma persona), sino porque
lo impide nuestras leyes. Lo impide la Constitución, que dice, claramente, que
ningún ciudadano puede ser discriminado en función de su raza, ideología o
religión.
Esta columna parece que ha quedado algo deslavazada,
de modo que, por si necesitan una síntesis, les lanzaré el mensaje: ¡cuidadín
con los eslóganes, las frases trilladas y los auditorios entregados!
Sean prudentes.
Román Rubio
Diciembre, 2021
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