MEDINA
Y LUCEÑO
Seguramente habrán oído alguna vez la historia de
Nathan Rothschild, el banquero judío-alemán afincado en Londres que, habiéndose
enterado de la derrota de Napoleón en Waterloo antes de que la noticia llegara
Inglaterra, comenzó a vender acciones en la Bolsa de Londres haciendo creer que
había sido una derrota de los ingleses y provocando una enorme caída del valor
para volverlas a comprar a precios tirados y ganar así, en pocas horas, enormes
beneficios.
Pues bien, la historia no es cierta. Es verdad que
se enteró antes que nadie de la victoria de Wellington gracias a su propia red
de mensajeros, ya que había financiado en gran parte la campaña del general
inglés. Y en cuanto tuvo noticia fue directo a Palacio a comunicarlo. Lo cierto
es que, una vez de dominio público, compró los bonos del gobierno inglés a un
precio que parecía muy alto y al cabo de dos años, tras la paz, aumentaron un
40% su valor produciendo al banquero enormes ganancias. Todo limpio, con las
cartas sobre la mesa y respetando las reglas del juego liberal-capitalista.
Audacia, sí, pero sin pillería.
Aquello era el Londres del siglo XIX. Ahora estamos aquí,
en el siglo XXI, y en Madrid. ¡Ay, Madrid! ¿Qué tendrá esa ciudad de
conseguidores que en plena pandemia, cuando más sufrimiento hay y mayores las
necesidades y el desconcierto, en la ciudad con mayor incidencia de mortandad
de España, se forran el hermano de la presidenta y dos pintorescos petimetres
amigos del primo del alcalde?
Y no, no se trata de dos toreros: Medina y Luceño no son matadores (como Lebrijano y Limeño o
Camino y Mondeño) que ejecuten un mano a mano en Las Ventas. Son la pareja de
moda, dos jóvenes apuestos, vendedores de humo, con labia fluida y buena agenda
de contactos (uno de ellos es marqués, hermano de duque, o algo así) que lograron
vender al Ayuntamiento de la capital en época de pandemia una remesa de
mascarillas, tests y guantes por lo que sacaron seis millones de comisión, una
cantidad cercana al ochenta por ciento del precio total. Una rentabilidad que
hasta Rothschild habría considerado exagerada, inmoral y un mal negocio, pues
para el capitalismo más ortodoxo no hay buen negocio en el que no ganen las dos
partes. Pescar en río revuelto es una cosa; tiene sus riesgos, pues la corriente
es traicionera. Otra distinta es desecar el río para coger el pescado mientras
los demás se quedan sin riego.
¿Y qué creen que hicieron con el dinero los tan
distinguidos figurines? Pues lo que de tales lechuguinos se espera: comprar
doce coches de lujo (¿quién querría tener un coche pudiendo tener doce?),
relojes carísimos, un yate y un piso de lujo en un lugar, esta vez, distinto de
Marbella.
En fin, esta es la historia de los modernos
Rinconete y Cortadillo pero con menos ética. Aquellos tenían sus principios. En
la república de Manipodio se ayudaba a las familias de los del gremio caídos en
manos de la autoridad, se encargaban misas para los muertos y se abstenían de
ir a prostíbulos los días señalados del calendario mariano. Manguis, sí, pero
con principios.
Lo dicho: apréndase los nombres; y además, en el
orden correcto, pues Medina y Luceño ya han pasado a la historia de los dúos,
como Manolo y Ramón o Daoiz y Velarde, pero de la deshonra
La operación “mascarilla” se cerró con un
comerciante malayo que responde al nombre de San Chin Choon, lo que me recordó
otra historia rocambolesca protagonizada por otro pintoresco dúo patrio
irrepetible: el formado por Roldán y Paesa, o Paesa y Roldán, que tanto monta.
El hábil Paesa facilitó la entrega del reo Roldán al estado español por la
módica comisioncita de 1,8 millones de euros. La entrega se realizó en el
aeropuerto de Bangkok en donde un tal capitán Khan de la policía laosiana, que
ni era capitán, ni policía y ni siquiera laosiano, entregó al prófugo Roldán,
que presuntamente se ocultaba en Laos, pero que nunca había pisado aquel país,
a unos policías españoles que tenían el convencimiento de que les estaban
tomando el pelo, pero les daba igual, con tal de traer al reo de vuelta.
Ya ven, Medina y Luceño, San Chin Choon y el Capitán
Khan, Paesa y Roldán… El mundo está lleno de tramposos que, como los trileros,
se presentan de dos en dos. Vayan con cuidado.
Román Rubio
Abril 2020
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