WESTMINSTER
La última semana ha sido agitada en el Parlamento
español por causa de un Pegaso que ha dejado de ser una marca de camiones de
fabricación nacional o el caballo alado de Zeus para convertirse en un sistema
de espionaje cibernético o spyware de
elaboración israelí y disponible para los gobiernos por un precio razonable.
Para unos ha sido una prueba inaceptable de la
maledicencia de un estado con reminiscencias autoritarias franquistas y para otros
la evidencia de Perogrullo de que los espías espían, cosa que el gobierno no solo
no ha desmentido sino que ha hecho trascender que el mismísimo Presidente y la
Ministra de Defensa han sido objeto de escrutinio del caballo alado,
quienquiera que dirigiera las riendas. En la polémica ha habido un baile de
cifras concerniente al número de teléfonos infectados, tema de difícil
cuantificación en la medida de que la función del teléfono es contactar con
otros terminales, para regocijo del Gran Hermano.
En otro escenario, en Westminster, los corrillos
trataban otro tipo de temas, alejados del mundo de las historias de Graham
Greene o John Le Carré, aunque en consonancia con lo que el primero llamó El factor humano.
Una vez agotado el tema de las fiestas de Boris en
Downing Street durante la pandemia, ha saltado a la palestra el asunto del Diputado
conservador Neil Parish, que se ha visto obligado a dimitir al haber sido
sorprendido por dos miembros (miembras, de hecho) de su propia bancada viendo
porno en su teléfono móvil mientras esperaba su turno para votar. Estas
personas (cría amigos/as) denunciaron al diputado de 65 años al jefe de grupo,
que no tuvo más remedio que ponerlo en conocimiento de la Comisión de
Reclamaciones y Quejas (ICGS, en sus siglas en inglés) para vergüenza del
prócer. Según él, en la primera ocasión (porque fueron dos) estaba consultando
una página de tractores como miembro del Comité de Asuntos Rurales del que
formaba parte y se le coló el sitio porno. Se conoce que John Deere y Massey
Ferguson estaban haciendo de las suyas en un pajar. La segunda… bueno, la
segunda fue una tentación.
Ya ven, a su lado nuestra Celia Villalobos es una
novicia, jugando inocentemente al Candy Crush presidiendo la sesión mientras el
latoso de Rajoy se esforzaba en exponer el estado de la nación. Y no como el
inglés o los viciosos diputados de la Cámara autonómica madrileña Miguel Ángel
Pérez Huysmans, Colomán Trabado y Manuel Troitiño, también de PP, cogidos
viendo porno en sesión en 2002 y
multados por el partido con 900 y 450 €.
No ha sido este el único asunto que ha alimentado
los corrillos del bar del congreso de Westminster. Glen Owen, comentarista
político del Daily Mail (que es como decir el Federico Jiménez Losantos de
Orihuela del Támesis), publicó en su edición dominical la delirante historia
por la que la diputada Angela Rayner, de 42 años, número dos del
laborismo y que se sienta en la primera fila de la bancada de la oposición
(enfrente, por tanto, del Primer Ministro) hacía uso de la práctica de cruce y
descruce de piernas que Sharon Stone ejercitara en Instinto básico, con el fin de distraer la atención de Boris
Johnson y desconcentrarle en sus intervenciones.
“Sabe que nunca podrá competir con las habilidades
oratorias (de Johnson) pero ella dispone de otras de las que él carece”, dice
el diputado tory que prefiere mantenerse en el anonimato (y quién no). En fin,
todo un despropósito que motivó la crítica del Primer Ministro que escribió a
la diputada laborista para disculparse del mal gusto de quienes le apoyan, en
la bancada y en la prensa amiga. Bien por Boris.
En fin, que la frivolidad parece haber tomado el
Parlamento Británico, propiciada por la cercanía de los escaños, a modo de
grada y de banco corrido. Ya se sabe que el hacinamiento favorece la
concupiscencia. A ver si modernizan las instalaciones y hablan de cosas
importantes, como el sexo de los ángeles, ¿o es el género?
Román Rubio
Mayo 2020
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