sábado, 23 de julio de 2022

CINISMO

 

CINISMO



Hay cínicos y cínicos. Unos, Antístenes, Hiparquía y Diógenes, vivieron hace mucho tiempo, en el siglo IV a.C., allá en la Antigua Grecia, y se caracterizaban por su extrema frugalidad y desprecio hacia las comodidades y los placeres de la vida burguesa. Nunca se iban de vacaciones a la playa y ni siquiera al pueblo a casa de los suegros ni se quejaban por lo de la “pobreza energética”; algunos vivían en tinajas sin calefacción ni aire acondicionado y cuando el Rey de Macedonia, hegemón de Grecia, faraón de Egipto y Gran rey de Media y Persia, de nombre Alejandro, se dignaba a ofrecerles asistencia, el cínico de turno le invitaba a que diera un paso al lado para que no le quitara el sol. Eran seres virtuosos hasta el fanatismo de la virtud; tanto que hasta defecaban y fornicaban en público, pues nada de lo que reclamaba la naturaleza humana podía ser indigno. Solo las propiedades, las  riquezas y  los honores lo eran.

Los otros cínicos (los de ahora) nada tienen que ver con aquellos austeros individuos de la antigüedad. Son, más bien, su antítesis. Según la RAE: “Dicho de una persona: Que actúa con falsedad y desvergüenza descaradas”. Se trata de aquellas personas que no sienten ningún empacho en declarar esto y lo contrario, por lo general para su propio beneficio. El cínico no tiene porqué ser antipático, ni plasta, ni lerdo. Su lacra no es social ni de personalidad, sino moral; y puede ser muy divertida: recordemos la famosa frase de Groucho Marx (el cínico amable) cuando dice aquello de: “Señora, ¿a quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos?”, enorme monumento a la mentira del simpático truhán.

Pues bien, el gran cínico se va. Chispeante, culto y divertido como ningún otro gobernante del mundo occidental (y del otro, si me apuran) Boris Johnson dimite del puesto que ha deseado con pasión forzado por el abandono de sus otrora aduladores. El historial del muchacho es meritorio. En su juventud fue expulsado del Times por inventarse citas de historiadores para apuntalar su teoría de las correrías homosexuales de Eduardo II, arruinando la carrera de su tutor en Oxford, para pasar al Telegraph, cuyo director, Max Hasting, compañero  durante 20 años, escribió de él: “La mayoría de los políticos son ambiciosos e implacables, pero Boris es un egomaníaco medalla de oro. No le confiaría ni a mi esposa ni, francamente, mi billetera. Y es también mucho más despiadado y ruin de lo que el público cree”. Un amigo.

Pero ahí no queda todo: para engrosar su currículo de gran cínico, se asegura que escribió una carta, no publicada, a su periódico, el Telegraph, argumentando la necesidad de permanecer en Europa dos días antes de pronunciarse por la postura contraria y ganar el referéndum de la salida de la UE. Ahí, jugando limpio.

Y ahora hay que sustituirle. En la posición de salida de la carrera hay dos personas: El Ministro de Economía, Rishi Sunak y la Ministra de Asuntos Exteriores, Liz Truss. Por el color de la piel, me inclino que la elegida por los tories será Liz Truss, a pesar de que Sunak salió en una primera votación con ventaja. No termino de ver a un Primer Ministro del Reino Unido de color chocolate de Bombay, o si no, que se lo pregunten a Meghan Markle.

Pero echemos un vistazo al currículo ideológico de la ministra Liz: es hija de un profesor universitario de matemáticas y una enfermera a los que la misma Liz situó “a la izquierda del laborismo” y graduada en Oxford, como Cameron, el mismo Johnson y tantos otros miembros del establishment. Influenciada, quizá, por el ambiente izquierdista que se respiraba en casa, se significó en su época universitaria por sus posiciones radicales. De manifestarse repetidamente contra Margaret Thatcher ha pasado a ser la nueva Dama de Hierro de los conservadores y de expresar opiniones republicanas en su juventud a firma defensora del Imperio Británico del que el Reino Unido “debe abrazar ‘las verrugas y todo’ si quiere competir con estados hostiles”.

Ah, y me olvidaba de lo más importante: en 2016 hizo campaña por el NO al Brexit, en tanto que hoy capitanea el ala dura de la confrontación con la UE.

Ya ven, estos no tienen que ver nada con aquellos que decían al emperador que no les tapara el sol. Más bien son de buen atiento: de los de poner la capa según viniere el viento.

Román Rubio

Julio 2022


sábado, 16 de julio de 2022

INFINITY POOL

INFINITY POOL



Acabo de encontrar en una publicación cuyo nombre omito —en un intento de salvaguardar el escasísimo prestigio intelectual que uno conserva de su época de profesor— un reportaje presentando la casa de Carlos Sobera y Patricia Santamarina: “Chalet con ‘infinity pool’, vestidor y muchos metros”, al que no le falta detalle por pregonar: desde la cocina con isla central, el “césped pulcramente cortado” rodeado de frondosa vegetación, o rincones chill out (faltaría más).

Sé que mis lectores son personas instruidas y modernas, pero si alguno hay de los de veraneo de palmito para las moscas y botijo, le aclararé que lo de chill out quiere decir relajarse e “infinity pool” se refiere a esas piscinas que rebosan agua por uno de los laterales y que, situadas encima de colinas o edificios, tienen un efecto tan cool.

Bueno, no tanto. ¿Qué no sabe el o la firmante del artículo que esas piscinas están en los hoteles de Benidorm, Marina D’Or y cualquier urbanización que se precie, hasta las de medio pelo?

 Hoy en día, señor Sobera, más que lo de tener piscina propia, sea esta infinity o finita ella, bien delimitada por muros de mosaico, lo que de verdad mola es tener una alberca. Y cuánto más rústica, mejor.

La alberca tradicional era (y es) una balsa —a veces un simple ensanchamiento de la acequia que la alimentaba—, que en las casas romanas y palacios árabes se situaban en el patio y servía tanto de solaz para sus moradores como para el riego del jardín. Albercas son también las balsetas de riego propias de las fincas rústicas en las que aprendimos a nadar muchos ciudadanos anteriores al AVE, que no teníamos el mar ni un río decente a mano. Estas albercas propiciaban la poesía, como aquella de Pedro Salinas: “El agua que está en la alberca/ y el verde chopo son novios/ y se miran todo el día/ el uno al otro”, mientras que la piscina propicia solo la natación, el molesto juego de niños y pelotitas y aburridas sesiones de Instagram con bikini (o sin él). En la actualidad, una vez desechada la vertiente práctica de la infraestructura (el riego), y añadido un discreto sistema de depuración de agua, la alberca sirve como elemento decorativo y de ocio. Y si las dimensiones lo permiten, para nadar.

En el libro La España de las piscinas (Arpa, 2021), Jorge Dioni López disecciona el hecho de la explosión de estas interminables urbanizaciones que rodean las ciudades en que se han dado en refugiar una clase media aspiracional española, hija y nieta de los habitantes de la España vacía, de chaletito con alarma, dos o tres coches por unidad familiar, colegios concertados para la prole y centro comercial, que han hecho de la piscina el signo identitario del éxito y bandera de cierta clase social.

La casa de Sobera tiene también vestidor, algo muy útil para los que tienen más de media docena de camisas y pantalones, un traje para ceremonias y otro equipo de fortuna de chaqueta-pantalón (como es el caso de muchos de mis infortunados amigos). En cuanto a lo del “césped cuidado” habría que apuntar que aquí, en el mediterráneo, no es en absoluto signo de distinción, sino más bien de pretencioso despilfarro. De agua, claro. El matorral autóctono propio de la zona (romero, tomillo, orégano…) es más aromático y sostenible; aunque, claro, el reportaje  trata de un chalet a las afueras de Madrid (zona Norte) y allí, ya se sabe, son de otra pasta.

Román Rubio

Julio 2020


martes, 5 de julio de 2022

LIBRO DE ESTILO

 

LIBRO DE ESTILO


No sé si existen aún los libros de estilo de los periódicos y los medios en general, si ahora solo aparecen en su edición digital o si han desaparecido del todo. Al fin y al cabo, uno no es periodista. Aún así, tengo en mi librería el Libro de estilo de El País, en su quinta edición, de junio de 1990, y sigue siendo mi guía de consulta en lo referido al  tratamiento y la forma de la noticia.

En el punto 2.16 del capítulo Géneros periodísticos se lee: “El autor de un texto informativo debe permanecer totalmente al margen de lo que cuenta, por lo que no podrá utilizar la primera persona del singular —salvo casos excepcionales autorizados por el redactor jefe de Edición o quien le sustituya— ni del plural (ni siquiera expresiones como ‘en nuestro país’… El adjetivo posesivo ‘nuestro’ incluye en este caso al lector y al informador, las dos personas que se comunican, y el lector no tiene por qué ser español (y en algunos casos tampoco el periodista).

Así de claro lo tienen en El País, y es por cosas así por las que muchos seguimos siendo fieles al periódico, aunque otros muchos (más sensibles a la ideología y a que les den la razón en todo) hayan abandonado su lectura.

Esto viene a cuento por los noticiarios deportivos del telediario. Allí, en TVE, los locutores-periodistas —o lo que sean esos tipos que salen con lela sonrisa desenfadada— ni parecen tener libro de estilo o de tenerlo haber sido redactado este por José Antonio Camacho, aquel que cuando se le preguntó que qué significaba la derrota en el devenir de la selección española contestó: “No, si los que tienen ‘de venir’ son ellos”, (se refería al partido de vuelta, claro).

Declaran los pregoneros ser muy felices cuando gana cualquier equipo español en competición internacional, cuando a mí y a algún otro purista irredento —de los que nos la cogemos con papel de fumar—, independientemente de que nos guste que ganen o no, nos importa un pimiento si eso le hace feliz o desdichado al locutor, y hablan de “los nuestros”, como si todos (él, yo, Camacho y los de Cuenca) tenemos obligatoriamente que sentir como “nuestros” a un grupo de atletas por llevar unas camisetas con determinados colores.

Y no solo son los equipos nacionales los que producen las delicias y miserias de los voceros, sino cualquier equipo o deportista del sur de Pirineos que se enfrente con cualquier otro de más allá. Da igual que se trate del Getafe o del Barça. La victoria de estos les pone eufóricos siempre que se produzca contra alguien de fuera, sea el Leeds o el Atalanta, sin explicarnos por qué deberíamos tomar partido por los de Getafe y no por los de Bérgamo, aunque muchos no hayamos pisado Getafe en la vida y conozcamos Bérgamo como la palma de la mano y tengamos allí a los suegros. ¡Ah!, y no se te ocurra manifestar que te trae al pairo lo que le pase al Getafe, que ya se encargarán los ‘mochufas’ de  tacharte  de antipatriota y de rarito.

Pues bien, raritos seremos algunos, lo reconozco, pero si no hubiera raritos tampoco habría ‘normales’. Y, en verdad, a mí me puede gustar más o menos Nadal; puede que por las noches rece un Padrenuestro para que gane o pierda Alcaraz y las andanzas de los Sainz, los alonsos o los héroes de las motocicletas me pueden ocasionar alegrías o desvelos, pero no asumo que le pueda ocurrir lo mismo a los demás, sean estos coruñeses o expatriados noruegos. Y no se trata de ser más o menos patriota, terreno al que quieren llevar algunos la discusión.

Recuerdo un mundial de fútbol en el que un servidor iba con Corea del Norte. Y no era porque uno sea comunista ni, menos aún, porque desee vivir en la distopía de Kim Jong-un, sino porque los jugadores no eran millonarios caprichosos hipertatuados; eran humildes, hacían caso a las decisiones del árbitro sin rechistar, pedían perdón al contrario cuando hacían falta, celebraban con decoro los pocos goles que anotaban (uno, en realidad)  y no se tiraban al suelo simulando infracciones. Todo un recital de buenas prácticas deportivas. Eso sí, Portugal les metió 7 a 0 y los apeó de la competición. Pobres. No sé si para ellos fue más traumática la derrota o el encuentro posterior con el Amado Líder.

Al fin y al cabo, nadie ha dicho que el mundo tenga que ser justo, pero de ser así, Corea del Norte debería haber ganado aquel Mundial de Suráfrica (una de las dos ocasiones en que se ha clasificado), y que ahora no recuerdo quién ganó.

 

Román Rubio

Julio 2022