ESPÍRITU
DE CONTRADICCIÓN
Algunos lo han llevado con notable dignidad.
Unamuno, látigo de tibios e ignorantes, lograba enervar con sus radicales
posturas a tirios y a troyanos, republicanos y nacionales, fascistas y
comunistas, ateos, cristianos y meapilas, bilbaínos y castellanos. Si para unos
era un dedo en el ojo, para los otros era un grano en el culo. No había rebaño
ni credo que se librara de las acometidas del vizcaíno. A la escuela de Unamuno
fue de joven Fernando Fernán Gómez, que al menos en público (dicen que su trato
en privado era hasta cariñoso) también era proclive a contradecir de manera
vehemente cualquier cosa que el cómico juzgara una sandez viniera de la tribu
que viniera. Javier Marías (con el permiso de su mentor y amigo Juan Benet)
completa el grupo de ilustres amantes de la contradicción. Hay otros —algunos
muy notables— como Sánchez Dragó, Fernando
Savater o Félix de Azúa, que en su día fueron maestros de la escuela de la contradicción libre hasta que decidieron
disparar solo contra los troyanos mientras aplauden a los tirios, desvirtuando
así la esencia del Unamunismo. Un caso peculiar y celebrado es el de Ana Iris
Simón, la joven escritora, que con maneras mucho más atemperadas y sutiles que
el sabio Don Miguel, logra incomodar a Lucifer y al Arcángel Gabriel con sus
postulados.
Y, luego está el caso de La Juana de Arco de
Chamberí, Presidenta de la Comunidad de Madrid, cuyo nombre omito, hermana de
vendedores ambulantes de mascarillas quirúrgicas a seis euros la pieza, para
quien no hay tirios ni troyanos y cuya postura es la de oponerse
sistemáticamente a cualquier cosa que diga, opine, o reglamente el presidente
Sánchez o su Gobierno.
Hubo un tiempo no muy lejano que el papel se lo
arrogaba el gobierno de la Generalitat de Cataluña, siempre presto a llamar a
la rebelión por cualquier cosa que viniera de Madrit, pero ahora es el mismísimo Madriz el que se rebela contra lo que Moncloa regula. A la Sirenita
de Chamberí no le parece nada bien que se regule la temperatura y el consumo
eléctrico de los negocios (como se está regulando en otros países europeos) y anuncia
que los madrileños no van a obedecer el mandato. ¿O es que estos no van a ser
libres de hacer lo que les venga en gana?
¿Que el presidente dice que hoy va a llover? La
presidenta ve un día seco, y si finalmente llueve, ya saben quién tiene la
culpa: “Piove, porco governo”. ¿Que
el gobierno dice que hay que vacunarse contra esto o aquello? La presidenta aduce
que qué va a ser de los sanatorios…, que los madrileños tienen derecho a
enfermar si les da la gana o a pasearse en moto con escape libre a las cuatros
de la mañana arriba y abajo por el callejón si así lo desean, a tragar humo a
discreción y ¡cómo no! a ponerse la calefacción y el aire acondicionado a la
temperatura que les plazca. ¿Cómo se atreve Sánchez o cualquier otro
saltimbanqui a decir a los madrileños lo que tienen que hacer, ¿eh? Aquí nos
ponemos el aire a la temperatura que nos viene en gana, compramos las
mascarillas sin mirar el precio y si hace falta vamos en coche a por el
periódico, que para eso somos de Madrid.
Gracián, a quien nada humano le es ajeno, tiene una
opinión más bien negativa sobre quienes se ven imbuidos por ese espíritu
contradictorio: “No tenga espíritu de
contradición, que es cargarse de necedad y de enfado”, dice el filósofo
aragonés. “Conjurarse ha contra él la
cordura”; y “hazen estos guerrilla de
la dulce conversación, y assí son enemigos más de los familiares que de los que
no les tratan”, para terminar el aforismo diciendo aquello de que “son necios perniciosos que añaden lo fiera
a lo bestia”.
En fin, Don Baltasar, estoy de acuerdo con lo de
añadir fiera a lo bestia, pero tendrá que reconocer usted que la de Chamberí no
ha seguido sus prudentes consejos y le está yendo muy, pero que muy, bien.
Román Rubio
Agosto 2022
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