ELLA
Y ÉL
Estoy compungido. Al trancazo gripal que me ha
sobrevenido en este final de año se le añade la separación de Isabel Preysler y
Mario Vargas Llosa, lo que no ha hecho sino ahondar la desazón producida por
las fiebres altas y los tiritones y sudores en la cama.
En verdad que lo lamento; la separación, digo. Y no
por compasión hacia dos personas cuya felicidad me resulta indiferente, o no
menos indiferente que la de Perico el de los Palotes, sino por el regocijo que
el fracaso sentimental de estas dos personas causa entre tantos ciudadanos que
conozco, ante lo cual, yo, como Pepito Grillo de las conciencias, me siento
forzado a tomar postura.
Veamos: la
felicidad de estos dos seres no es sino una fuente de infelicidad para muchos
de sus conciudadanos. El Nobel, Vargas Llosa, es malquerido por muchísimas
personas, y no solo por su patriarcal y elegante aspecto de lord inglés de
Arequipa: los marxistas e izquierdistas en general lo desprecian y vilipendian
por traidor, por haber huido a las filas liberales; los independentistas del
otro lado del Ebro por llevar la bandera constitucionalista, habiendo ejercido
de barcelonés en el pasado, y la mayoría de los escritores por motivos varios,
entre los que no se descarta el de haber
ganado el Premio Nobel. Claro, que ellos dirán que no, que no es por eso, que
su literatura ha perdido no sé cuantos quilates en las últimas épocas y bla,
bla, ba, lo cual quizá sea cierto; no soy quien para opinar: desde que leí La fiesta del chivo (considerada por muchos
su última obra de mérito) solo le he leído un ensayito sobre sus autores iconos
del pensamiento liberal, La llamada de la
tribu, material insuficiente para emitir un juicio. En realidad, los
escritores, cuando critican a otro, nunca suele ser por los motivos que
confiesan. Apliquen si no la misma vara de medir a Umberto Eco o García Márquez
y verán lo que quiero decir; por no hablar de Camilo José Cela (el supervillano
histriónico capaz de absorber el agua de una jofaina por el ano con la sola
acción succionadora de su intestino).
Es por eso que verle ahora con el petate de camino a
su pisito de soltero en el Madrid de los Austrias (de 285 metros cuadrados, más
terraza) es motivo de gran regocijo para tantos, que ovacionan al destino por su acción justiciera. ¿Querías glamur, comodidad, calor de hogar y compañía
cómplice para tus últimos días, eh pillín? ¡Pues toma: ahí tienes un pisito en
el centro para ti solo! ¡Y da gracias a que puedes pagarte una asistenta!
En cuanto a la Preysler, ¿qué puedo decir de ella
que no haya sido escrito y hablado? No sé cuál será la apreciación de ustedes,
pero la mía personal es que ha despertado (despierta) de manera más virulenta
el rechazo agresivo entre las mujeres que entre los hombres. Mucho más. ¿Será
por su habilidad en conducir los asuntos prácticos familiares?, ¿será por
aquellas habilidades amatorias orientales próximas a la brujería que incluyen oportunos desmayos que se le
atribuyen? No lo sé.
Lo cierto es que en este lance la mujer parece que
haya salido menos damnificada. En principio, porque está más entrenada. Tras
dos estruendosos divorcios y una sonora viudedad, parece que una tercera
separación no vaya a afectar mucho la estructura de la obra. Además se queda
con la casa: esa casa de Puerta de Hierro, de Madrid, que fue obsesión, motivo
de críticas, alabanzas y grandes envidias en aquella España tan codiciosa como
la de hoy. Durante un tiempo no hubo en este país conversación, chiste
televisivo o privado en el que no saliese a colación el número de cuartos de
baño (14, por lo que se ganó el título de Villa Meona), las piscinas cubierta y
descubierta y, sobre todo, la calefacción en la caseta del perro, gasolina para
la ira encendida del pueblo, cuando todos sabemos que el perro solo usa la
caseta en los dibujos animados, que termina durmiendo en el cuarto de la dueña;
en el mejor de los casos en la alfombra al pie de cama.
De modo que, en vistas al regocijo inconfesado o no de
tanta gente por esta separación y la presunta infelicidad que pueda traer
consigo, y con el único objeto de llevar la contraria a la legión de recelosos detractores,
catequistas de la moral y otros rebaños de guardianes de las esencias de la
tribu, quiero manifestar aquí mi deseo de felicidad, juntos o separados, a las personas de Vargas
Llosa y la Preysler para el nuevo año de 2023.
¡Feliz Año Nuevo a todos!
Román Rubio
Diciembre 2022